FELIPE GONZÁLEZ: EL GRAN AMNISTIADO
PABLO
IGLESIAS
Felipe González ha visitado a Carlos Alsina en los estudios de Onda Cero. González no es cualquiera. Junto a Francisco Franco es la personalidad política española más importante del siglo XX. La personalidad política de González no sólo es relevante por haber sido jefe de Gobierno desde 1982 hasta 1996 (nadie salvo Franco ha dirigido el gobierno de España tanto tiempo en el último siglo) sino porque es la figura fundamental de la Transición. González triunfó frente a Suárez y aniquiló a Carrillo y al PCE en la batalla por la hegemonía de la izquierda. González encarna como nadie el proyecto político del 78 del que presume cada vez que tiene ocasión. “Yo soy del Régimen del 78” ha dicho más de una vez con modales rubialescos. González encarna también la modernización de una España que se incorporó a la CEE asumiendo la división europea del trabajo que nos consolidó como país con una economía terciarizada de servicios
que
acumuló notables tasas de desempleo juvenil y precariedad. González representa
además la confirmación de que España es un país tan de la OTAN como cualquier
otro en una rectificación antológica (“OTAN, de entrada no”, decían en el
PSOE): una nueva derrota de la izquierda, que aun así trató de reorganizarse
tras el amplio movimiento contra las bases americanas y la Alianza Atlántica,
en una confluencia del PCE con algunos otros partidos progresistas. González
ganó el referéndum gracias a RTVE, quizá con menos contundencia de lo que
esperaba, pero en cuanto volvieron a celebrarse elecciones generales logró una
nueva mayoría absoluta. González se alió con las grandes élites económicas del
país y es difícil disociar lo que representaron los Juegos Olímpicos de
Barcelona y la Expo sevillana de su personalidad política. Al mismo tiempo,
González fue una figura de referencia en América Latina que se tuteaba con
Fidel Castro.
Felipe González
tiene buenas razones para creerse importante, porque es importante hasta el
punto de que todos los líderes del PSOE han sido comparados con él. Incluso el
que más razones ha podido tener para enviarle al Aventino del partido, Pedro
Sánchez, ha necesitado su abrazo. González es muy importante y ha pasado años
sentándose como un monarca en el Consejo Editorial del grupo Prisa; esto no me
lo han contado porque lo viví en la comida a la que me invitaron en la sede de
El País. Cuando terminó de comer, aunque algunos seguíamos aún comiendo, se
encendió un puro en aquel salón mal ventilado. Allí aprendí que el poder y la
importancia también es eso: poder encenderte un puro donde te salga de los
cojones.
A Felipe González
le sobra importancia para decirle lo que le salga de las narices a Carlos
Alsina y que cada “reflexión” del expresidente se convierta en un teletipo de
la agencia EFE. Pero permítanme una modesta crítica: resulta indecente que el
gran amnistiado de nuestro sistema político critique la amnistía.
Felipe González fue
el responsable de uno de los mayores crímenes que puede cometer un Estado: el
terrorismo. Él mismo lo reconoció en una memorable entrevista con Juan José
Millás en el periódico de Prisa: “Tuve que decidir si se volaba a la cúpula de
ETA. Dije no. Y no sé si hice lo correcto”. Esto lo declaró el 7 de noviembre
de 2010. Y añadió: “Nuestra gente había detectado –no digo quiénes– el lugar y
el día de una reunión de la cúpula de ETA en el sur de Francia. De toda la
dirección. Operación que llevaban siguiendo mucho tiempo. Se localiza lugar y
día, pero la posibilidad que teníamos de detenerlos era cero, estaban fuera de
nuestro territorio. Y la posibilidad de que la operación la hiciera Francia en
aquel momento era muy escasa. Ahora habría sido más fácil. Aunque lo hubieran
detectado nuestros servicios, si se reúne la cúpula de ETA en una localidad
francesa, Francia les cae encima y los detiene a todos. En aquel momento, no.
En aquel momento sólo cabía la posibilidad de volarlos a todos juntos en la
casa en la que se iban a reunir. Ni te cuento las implicaciones que tenía
actuar en territorio francés, no te explico toda la literatura, pero el hecho
descarnado era: existe la posibilidad de volarlos a todos y descabezarlos. La
decisión es sí o no. Lo simplifico, dije: no. Y añado a esto: todavía no sé si
hice lo correcto. No te estoy planteando el problema de que yo nunca lo haría
por razones morales. No, no es verdad. Una de las cosas que me torturó durante
las 24 horas siguientes fue cuántos asesinatos de personas inocentes podría
haber ahorrado en los próximos cuatro o cinco años”.
No es legal en
España que el presidente del Gobierno tenga la opción de ordenar que explote
una bomba en territorio francés para matar a ciudadanos, aunque se supiera que
eran los jefes de ETA. Como cuando se sacó el puro frente a mí, en esa
entrevista Felipe González se puso en modo Rubiales y se agarró los machos para
reconocer, con dos cojones, que, con él de presidente, el Gobierno de España
daba órdenes a agentes prestos a cometer atentados terroristas en nombre y por
cuenta del Estado.
¿Y saben por qué
Felipe González pudo decir esto en una entrevista? Porque goza de la más escandalosa
amnistía que un terrorista pueda recibir. Carles Puigdemont y los líderes
independentistas pueden haber llevado a cabo comportamientos que se subsumen en
tipos penales, administrativos o civiles que sean objeto de reproche jurídico
si así lo decide un tribunal (y la mayoría de los jueces que presiden los
tribunales que les juzgan desean decidirlo) pero nadie les podrá decir nunca
que fueron terroristas. A González, el gran amnistiado, el que fue identificado
por todos los periodistas que investigaron los GAL como el “Señor X”, sí.
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