CIEN SEGUNDOS PARA LA MEDIANOCHE
NOAM
CHOMSKY
No cabía duda de que 2020 iba a ser un año fatídico, especialmente para aquellos que se preocupan lo suficiente por el mundo como para tratar de determinar su destino, para los activistas, en resumen.
Una de las razones es que 2020 nos trae elecciones en el Estado más poderoso de la historia mundial. Su resultado tendrá un gran impacto no solo en los Estados Unidos, sino también, por razón del poder de los Estados Unidos, en los peligros que afronta el mundo entero.
La naturaleza y la escala de estos peligros se pusieron de relieve al comienzo del año, cuando se colocaron las manecillas del famoso Reloj del Juicio Final, lo que proporcionó una evaluación tan buena como sucinta del estado del mundo. Desde la elección de Donald Trump, el minutero se ha movido constantemente hacia la medianoche, lo que significa que «se acabó». Al llegar el 2020, los analistas abandonaron los minutos y pasaron a los segundos: cien segundos para la medianoche, lo más cercano a un desastre terminal tras los ataques con bombas atómicas y desde la primera puesta en marcha del reloj. Las razones fueron las habituales: la grave y creciente amenaza de una guerra nuclear y de una catástrofe ambiental (con la Casa Blanca orgullosamente liderando la carrera hacia el abismo) y el deterioro del funcionamiento de la democracia, la única esperanza para hacer frente al desastre inminente.
Hay tiempo para
salvar la sociedad humana (y muchas otras especies) del cataclismo, pero no
mucho
Hay tiempo para
salvar la sociedad humana (y muchas otras especies) del cataclismo, pero no
mucho. La cantidad de tiempo que queda depende, en gran medida, de las
elecciones de Estados Unidos en noviembre de 2020, que pueden convertirse en
las elecciones más importantes en la historia de la humanidad, quizás incluso
en aquellas que sellen el destino de la sociedad humana.
Palabras terribles,
pero ¿son una exageración? Cuatro años más de trumpismo podrían llevar el
calentamiento global a un punto de inflexión irreversible. Como mínimo,
aumentaría considerablemente los costes de lograr algún grado de supervivencia
decente. El desmantelamiento que ha hecho Trump de la delgada barrera que nos
protegía de la destrucción nuclear bien podría tener éxito y desencadenar una guerra
final; y aunque no la desencadene, acercará aún más al mundo al borde del
precipicio. Que Trump repita como presidente le dará a Mitch McConnell más
tiempo para proseguir con su asalto a la democracia, pues se dedica a llenar el
poder judicial de jueces jóvenes de extrema derecha que garanticen la
continuidad de políticas profundamente reaccionarias y destructivas, sin
importar lo que prefiera el electorado. Las tres terribles amenazas que llevan
el segundero hacia la medianoche son objetivos de Trump y del partido que ahora
bebe de su mano, y que está dedicado a intensificarlas.
Solo por estas
razones —hay muchas otras— se debe hacer todo lo posible para evitar esta
tragedia; y, si ocurre, redoblar los esfuerzos para limitar el daño y abrir el
camino a un mundo habitable.
Los analistas del
Reloj del Juicio Final podrían haber agregado una cuarta razón para adelantar
la manecilla hacia la medianoche: la tibia respuesta a la creciente amenaza a
«la supervivencia de la humanidad». La expresión se lee en un memorándum de
JPMorgan Chase, el banco más grande de Estados Unidos, advirtiendo de lo que se
avecina si seguimos así.1 Las crecientes amenazas de Trump sobre una guerra
nuclear total apenas recibieron un pequeño comentario durante la campaña de 2019-2020.
Ha habido alguna mención a la entusiasta carrera de Trump hacia la catástrofe
ambiental que, aunque no ocupa un lugar destacado entre sus disparates, supera
ampliamente a los que suscitan un enorme rencor. Mientras tanto, los
republicanos continúan por el alegre rumbo de minimizar la amenaza, tal y como
lo vienen haciendo desde hace una década, desde que los sobornos y la
intimidación por parte del gigante empresarial de los hermanos Koch detuvieron
abruptamente el pequeño paso que habían dado para demostrar preocupación por el
destino del país y de la sociedad humana en general. El impacto sobre el
público es claro en las encuestas: apenas una cuarta parte de los republicanos
consideran la amenaza ambiental un problema inminente para la supervivencia de
la humanidad, aunque están de acuerdo en que los humanos tenemos alguna
responsabilidad en el «cambio climático» (el eufemismo preferido para referirse
al calentamiento global en el discurso público, interpretable como una
inundación en el patio de atrás en lugar de tratarse, como se trata, de la
supervivencia de la humanidad).2
Apenas una cuarta
parte de los republicanos consideran la amenaza ambiental un problema inminente
para la supervivencia de la humanidad
Trump, que se jacta
de su poder personal, parece estar disfrutando con el espectáculo. Se burla
abiertamente de las víctimas en cuya destrucción está trabajando, seguramente
con los ojos abiertos y las manos extendidas hacia las arcas de su electorado,
principalmente compuesto por los defensores de la riqueza en manos de
particulares y del poder empresarial. Un ejemplo sórdido es el anuncio de la
Casa Blanca de que el presidente se está interesando por el cambio climático y
está leyendo un libro para estar mejor informado. Incluso dejaron caer el
título: «Donald J. Trump: un héroe medioambiental».3
Es difícil dudar de
que ese sea un gesto de desprecio por parte del autoproclamado «elegido» (los
ojos levantados al cielo ante una multitud que lo adora, que lo cataloga como
el mayor presidente de la historia, su salvador).
Tengo edad
suficiente como para recordar las transmisiones de radio de los mítines que
daba Hitler en Núremberg; aun sin entender las palabras, el estado de ánimo y
el sentido eran inconfundibles. Los mítines de Trump me reavivan esos recuerdos
de la infancia. Sin embargo, debemos tener cuidado con la tentación de hablar
de fascismo. El nazismo tenía una ideología horrible, que incluía la matanza
masiva de judíos y otras conquistas militares indeseables, y también decía que
el Partido debía controlarlo todo, incluso el mundo empresarial, que es casi lo
contrario de la realidad neoliberal de la que Trump es el actual líder. Donald
J. tiene una ideología mucho más sencilla: ¡¡¡yo!!!
Las payasadas de
Trump las toleran aquellos a quienes Adam Smith llamó «los amos de la
humanidad», que en sus tiempos eran los comerciantes y los industriales
ingleses; en los nuestros, las multinacionales y las empresas financieras,
llamados «los amos del universo» en una época más global. Los «amos» toleran el
espectáculo de monstruos que hay en la Casa Blanca siempre que el principal
manipulador sea al menos lo suficientemente disciplinado como para meter más
dólares en sus bolsillos, ya de por sí repletos, y cumpla así el objetivo
principal de sus políticas «populistas».
Revitalizar la
carrera armamentista también parece ser una experiencia gratificante para el
elegido, al que no afectarán las consecuencias de la escalada. Seguramente, es
un regalo de bienvenida para la industria militar, que se regocija abiertamente
por el generoso regalo de los contribuyentes para crear armas aún más
asombrosas para destruirnos a todos; y también, más adelante, más regalos para
idear algún medio (sin esperanza) de defensa contra los nuevos medios de
destrucción que animamos a desarrollar a los enemigos. Volver a los días de
Eisenhower y Reagan ofrecería al menos un respiro, tal vez tiempo para poner
fin a este horror.
Estos no son
asuntos triviales. La supervivencia de la humanidad depende en gran medida de
cómo se resuelvan.
El año 2020 comenzó
con nuevas advertencias. La especialista en salud Helen Epstein escribió que
«Estados Unidos sufre una crisis de sanidad colosal», y decía que por culpa de
la mala gestión sanitaria se pierden «aproximadamente ciento noventa mil vidas
al año». La principal revista médica británica, The Lancet, añadió a la cifra
sesenta y ocho mil muertes adicionales en los Estados Unidos. A esto podemos
agregar el número considerablemente mayor de muertes innecesarias en las
fallidas residencias privadas de ancianos, que son otro de los placeres de
Trump, dirigidas por ejecutivos que son una importante fuente de ingresos para
su campaña electoral, ya que reduce drásticamente las normas que los obligan a
proporcionar algunos cuidados indispensables.4
La desregulación de
las residencias de ancianos llevaba tiempo en marcha, pero progresó a medida
que los pacientes morían por culpa del virus
Epstein y los
científicos de The Lancet escribieron el artículo antes del estallido de la
pandemia de covid-19. La desregulación de las residencias de ancianos llevaba
tiempo en marcha, pero progresó a medida que los pacientes morían por culpa del
virus. Epstein se refería a la enfermedad estadounidense denominada «muertes
por desesperación», que estudiaron en profundidad las economistas Anne Case y
Angus Deaton, «concentradas en ciudades industriales en decadencia y en las
áreas rurales deprimidas que quedaron abandonadas por la globalización, la
automatización y la reducción de personal». El estudio de The Lancet se refería
a otra tragedia exclusiva de los Estados Unidos, única entre las sociedades
desarrolladas: las muertes por ausencia de seguros sanitarios dignos, o de
cualquier tipo. Sucede así en la sociedad más rica del mundo, que tiene
maravillas incomparables, pero que sufre bajo un sistema de salud privado con
fines de lucro con el doble del gasto per cápita del que tienen sociedades
comparables, y con peores resultados sanitarios.
El sistema de salud
ha sido un objetivo principal para Trump-McConnell y su partido, comprometidos
en hacer que la tragedia sea aún más amarga derogando la Affordable Care Act
(Ley de Asistencia Sanitaria a Bajo Precio) de Obama y retrocediendo a una
situación anterior considerablemente peor (retórica aparte). No lo lograron,
pero sí consiguieron modificar la aca al ofrecer planes de cuotas bajas y
copago alto con coberturas limitadas, lo que hace imposible que muchos puedan
pagar el coste de la visita o de la prueba y el tratamiento en nuestro disfuncional
sistema de atención médica, lo que permitió la propagación de la pandemia.
Volvemos a otras contribuciones de Trump en este campo.
La poca atención
que se le había concedido hasta el momento a los peligros existenciales llegó a
convertirse en una invisibilidad virtual, más cuando apareció la nueva
emergencia sanitaria, que ocupó casi por completo la información. Comprensible,
pues es realmente grave. Prácticamente ha reducido la sociedad global, lo que
ha causado un daño inmenso. En los Estados Unidos, golpeó a una sociedad que ya
sufría «una colosal crisis sanitaria»; no una crisis por causas naturales, sino
socioeconómica y política, una crisis con un alcance considerablemente más
amplio.
Estos son asuntos
que deben analizarse y comprenderse cuidadosamente si se quieren evitar
catástrofes posteriores. A medida que la crisis se desvanece, la cuestión de
cómo reconstruir las sociedades maltratadas adquirirá una importancia cada vez
mayor. Para los activistas, la tarea la organizó sucintamente el escritor y
periodista Vijay Prashad, la voz habitual de los miserables de la tierra: «No
volveremos a la normalidad, porque la normalidad es el problema».5
4. H. Epstein,
«Left Behind», The New York Review, 26 de marzo de 2020.
A. P. Galvani, A.
S. Parpia, E. M. Foster, B. H. Singer y M. C. Fitzpatrick, «Improving the
Prognosis of Health Care in the USA», The Lancet 395 (10223), 15 de febrero de
2020, pp. 524-533.
J. Drucker y J.
Silver-Greenberg, «Trump Administration Is Relaxing Oversight of Nursing Homes»,
The New York Times, 14 de marzo de 2020.
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