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martes, 14 de enero de 2020

SOBRE LAS ISLAS


SOBRE LAS ISLAS
GUILLEM MARTÍNEZ
En la I Guerra Mundial, UK se enfrentó a un gran problema. No tenían ejército. Para crearlo, el Estado hizo una gran campaña de reclutamiento. Las calles se llenaron de carteles, con el gran héroe de la última gran guerra que se recordaba. En el Sudán, hacía mucho, mucho tiempo. Y se crearon grandes alicientes para el alistamiento, que lo hacían simpático y preferible. La guerra sería un paseo hasta Berlín, de manera que se animó a ir hasta allá en grupos de amigos. Grupos de chicos que se conocían de la escuela, de la universidad, de la fábrica, de la misma calle, del mismo pueblo podían alistarse juntos, y recibir por ello el premio de permanecer juntos, en el mismo destacamento. Convertir la guerra en una aventura de amigos que se conocían de toda la vida –una vida, por otra parte, corta, sin biografía, que apenas acariciaba la juventud rampante y luminosa– fue un éxito, y los alistamientos fueron, así, masivos. Aquello fue un error. Brutal. Una sola bomba –en aquella guerra se lanzaron millones de toneladas– acababa con todos los chicos de una escuela, una universidad, una fábrica, una misma calle, un mismo pueblo. Y eso provocaba un vacío impactante y turbador. Un aula, una calle, un pueblo, en fin, se vaciaba, cambiaba su paisaje y su ruido en un solo día. En aquella guerra de aprendizaje –la última del XIX, la primera del XX– se descubrió que el hermano o el amigo no podían luchar codo con codo, pues la desaparición de ambos, la desaparición de muchos hermanos y muchos amigos juntos, desanimaba en la retaguardia de manera profunda. Desde entonces no vamos juntos a la guerra. Nunca más volvió a haber un aula, un barrio o una fábrica vacía, repleta del vacío de personas que dejaron de existir y que nunca envejecerían. Y que todo el mundo, de alguna manera, veía. Con el tiempo, se nos fue dificultando ir juntos a cualquier parte. Se nos separa, de manera que pensamos que nuestra suerte, o la del hermano, o la del amigo, es solo de cada uno. Con el tiempo, se consiguió explicarnos que no íbamos a la guerra. O, incluso, que estábamos en la retaguardia, ese sitio en el que, aparentemente, nadie muere, y todo está repleto de personas, aparentemente vivas, como nosotros.

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