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miércoles, 22 de enero de 2020

3* NO FUE CUESTIÓN DE ENVIDIA



3* NO FUE CUESTIÓN DE ENVIDIA
VICTOR RAMIREZ
- I -
Dijo el viejo Armiche: He leído y escuchado en varias ocasiones a paisanos nuestros que al esplen-doroso novelista Benito Pérez Galdós se le birló el más que "merecido" Premio Nobel por envidia. Se-gún lo que tengo sabido y deducido, muchachos, se le negó tan sólo por razones políticas.
         La eufemísticamente mentada envidia nada tu-vo que ver, pues don Benito fue realmente poco, casi nada, envidiado -tan sólo por ese reducidísimo número de escritores que quisieron "triunfar" co-mo él. En todo caso sí fue ignorado por la casi tota-lidad de los españoles, que no sabían leer o apenas sí leían; e incluso sería despreciado y atacado por sus adversarios ideológicos sin siquiera haber leí-do algo suyo.

         Las pocas gentes progresistas que allá leían o-bras suyas no le envidiaban, salvo -insisto- algunos de los que se embarcaron en la zarandeada nave del proceloso arte novelesco con la natural vani-dosa pretensión de también destacar en él. Parece ser que no hace mucho Pancho acabó de leer un libro biográfico sobre don Benito: ¿no es así?

         En efecto, señor Armiche. Lo leí el año pasado. Se titula Vida de Galdós y cuyo autor es Pedro Ortiz-Armengol y que tiene 920 páginas. Fue edi-tado por Grijalbo Mondadori de Barcelona, en su colección Crítica.
         Esperen a que saque el cuadernito de apuntes, donde pergeñé unas notas extraídas de las páginas 711 y siguientes. (Pancho sacó del bolsillo interior de su chamarra negra una libretita roja con ban-dera nuestra independentista pegada en ambas ta-pas).  Son el comienzo del Capítulo 76, el titulado "Pretensión al Nobel y apuros económicos, 1912-1917". Dicen así:
"El año anterior se le dio al belga Maurice Maeter-link -lírico y dramaturgo. Galdós no tenía en su bi-blioteca obra alguna de él, y desaprobó la elección.
También comentó que en España existían autores con más merecimientos... para que se pensara en él".
Esto apunté de entrada, amigos. Y recordaría yo lo que usted tantas veces nos ha insistido, señor Armiche: lo inexorablemente perverso que acaba siendo para un escritor el dejarse enredar por las vanidosas ambiciones de que se te premie desde el Poder.

         Cierto es, muchacho: todo galardón concedido por cualquier clase de Poder está corrompido y es corruptor. No importa que ese galardón haya teni-do un honesto principio, un loable objetivo inicial. Rápidamente cae su utilización -al igual que cual-quier importante descubrimiento o avance cientí-fico- en manos del Poder. Y los Poderes sólo saben sobornar, chantajear o silenciar –haciendo matar inclusive. Jamás han podido hacer verdadera justi-cia, jamás, por ineludible incapacidad natural.
Los únicos premios tangibles que considero a-ceptables -y hay también que estar alerta si por un casual se te llega a conceder alguno de ellos- son los instituidos espontáneamente; son los insti-tuidos sin pretensión de continuidad: instituidos sólo para la ocasión y por algún pequeño colectivo popular que quiera agradecerte la obra o contratu-larse con tu aportación a la lucha por la dignifi-cación de tu gente.
Así es que me alegro de que no le concedieran el tan ansiado por él Premio Nobel, y pese a la ne-cesidad imperiosa de dinero que tenía el anciano don Benito -ya con casi setenta años. Siga usted leyendo sus tan interesantes anotaciones, amigo Pancho.

         En noviembre de 1911 el muy joven escritor Tomás Borrás, en la revista España Nueva, pidió el Premio para el dramaturgo don Jacinto Bena-vente -que había nacido en 1866, 23 años después que don Benito. Esta propuesta produciría otras, entre ellas una en favor de Galdós por iniciativa del diario republicano El País, muy anticlerical: perió-dico que tanto había participado en el tumultuoso éxito del drama galdosiano Electra.
         Azorín -nacido en 1874, con 31 años menos que don Benito- aparecería entre los escritores que apoyaban a Galdós: y proponiendo que no se men-cionasen las actividades políticas de Galdós ni sus ideas en religión.
         Argumentaba Azorín (ingenuamente creyendo que su triquiñuela curricular podría dar resultado entre los irredentos batuecos tan monárquicos, tan imperial-católicos, tan serviles) que el zar de Rusia no obstaculizó nunca la atribución de honores a Tolstoi y que la reina de Italia no dejó de admirar al indócil Carducci; y que debería ocurrir en Es-paña lo mismo con Pérez Galdós.

         Ahí tenemos nítidas las meritas razones, mu-chachos -interrumpió el viejo Armiche. Las ideas políticas de don Benito y sus manifestaciones socia-les contra el catolicismo español fueron los princi-pales obstáculos en su camino hacia el anhelado Premio Nobel.
No olvidemos que don Benito era un combativo antimonárquico (pues en una monarquía la con-tienda política del republicano se reduce a intentar acabar con ella), un militante intelectual anticató-lico -que no anticristiano, por supuesto, pues para él, si había ideología y comportamiento anticris-tianos era lo católico-, además de un intransigente anticapitalista -que no antiburgués, entendiendo por burgués al hombre citadino de clase media y por capitalista al parásito codicioso explotador de sus semejantes hasta la ignominia. Continúe usted, amigo Pancho.

         La candidatura de Benavente, por afectuoso respeto del comediógrafo madrileño hacia don Be-nito, se retiró. Pero la batalla periodística no podía evitarse. En la prensa santanderina El Cantábrico se daban las primeras noticias el 25 de enero del año 1912, proponiendo a Benito Pérez Galdós. In-cluso lanzaba la fanfarronada de que se recauda-rían doscientas mil pesetas (equivalente aproxi-mado de las 140.000 coronas del Premio Nobel) para donárselas a nuestro escritor en caso de que se le negare éste.
Sin embargo el día 8 de febrero siguiente El Diario Montañés, de tendencia católica y muy próximo a Menéndez Pelayo, lanzaba la noticia de que el Centro Católico Montañés se adhería a la so-licitud para don Marcelino "verdadera encarnación del alma nacional española" (al contrario que Gal-dós, según ellos, y razón tenían si "el alma nacional española" es la infamante monárquica imperial-ca-tólica).
El afamado ultrahispano Herrera Oria estaba entre esos firmantes representando a la revista El Debate. Incluso El Siglo Futuro proponía a los cató-licos españoles el envío a Estocolmo de telegramas y tarjetas postales en apoyo de Menéndez Pelayo -sin contar con éste-, quien, nacido en 1856 -13 años después que Galdós-, estaba enfermo de muerte (hace tiempo leí que don Marcelino anduvo lacerado de conciencia por la indomable satiriasis que le sobrevino en su vejez).

         Oyéndote, amigo Pancho, lo de telegramas y tarjetas postales, recuerdo que el amigo Víctor Ra-mírez -hoy ausente porque sigue muy atareado co-rrigiendo ejercicios de sus alumnos- me contó algo sobre este asunto. Dijo que el poeta canario Justo Jorge Padrón tuvo en sus manos una carta firmada por el parásito y altanero déspota borbón Alfonso XIII en la que solicitaba a su colega el rey sueco que no se le concediera el Nobel a don Benito.
Dicha carta se la enseñó a Justo Jorge Padrón el hombre que era presidente de la Academia Sueca y que se llamaba -pues falleció en 1991- Artur Lundkvist. Éste era amigo de Justo (quien estaba casado con una sueca), y estuvo por Canarias en los comienzos o mediados de los setenta: hombre alto y grueso, jovial. Ignoro si esa carta fue escrita y enviada en 1912 o en algún año anterior o poste-rior. (No olvidemos que, cuando esto, Alfonso XIII tenía ya sobre los 26 años).

5-junio-1999

*   *  *

- II -

         El Diario Montañés publicaría el 14 de febrero del año 12 la actitud vaticanista de L'Osservatore Romano, instando a que los católicos se atuvieran a las normas pontificias -es decir, que atacaran a Galdós. Se recogieron firmas en favor de Marcelino Menéndez Pelayo para obstaculizar la candidatura de don Benito.
Insisto en que los dos eran ancianos y jamás contenderían públicamente. Mucho se ha escrito sobre la sincera amistad entre ambos literatos -y pese a las tan contrarias posturas ideológicas que ellos defendían. Don Marcelino murió ese mismo año, pocos meses después de que se iniciara la catolicísima campaña antigaldosiana.
("Las protestas de los neos me benefician en ex-tremo. Son un estímulo para que la gente lea mis o-bras. El día de la protesta se pidieron treinta y tan-tos ejemplares de mi novela Gloria" –recordó Beni-to Madariaga que le había dicho Galdós, nece-sitado obsesivo siempre de dinero, en una entre-vista).

Queda claro que la envidia no sería la enemiga de Galdós en este asunto del Nobel. Quienes recu-rren a tal argucia lo harán por no tener que en-frentarse a la tan natural maldad despótica de la monarquía frente a un republicano de prestigio, a la tan soberbia maldad castradora del catolicismo español y a la no menos incontestable maldad de-nigrante del caciquil capitalismo parasitario.
Esas maldades han sido, y continúan siendo más o menos camufladas, las esencias ideológicas del imperial-nacionalismo español intransigente y dominador pasado y actual -el de ¡vivan las caenas! y ¡ande yo caliente y ríase la gente! Los nacio-nalistas españoles benéficos (como Larra, Max Aub, Corpus Bargas, García Lorca, Antonio Ma-chado, Juan Ramón Jiménez, Goya, León Felipe, Luis Cernuda, Américo Castro, Salvador de Ma-dariaga y tantos otros), solidarios ellos con los de-más nacionalismos siempre, respetuosos interna-cionalistas siempre, fueron también víctimas del nacional-catolicismo imperante español: suicidán-dose, siendo ejecutados y encarcelados o exiliándo-se definitivamente. Siga usted, amigo Pancho.
         La Academia de Medicina propuso a Galdós, la de la Lengua -sí, ¡sí!- a Menéndez Pelayo. Tres mil estudiantes firmaron un escrito oponiéndose a la concesión del Nobel a un autor –Galdós- del que no admiraban el talento ni consideraban como dogma lo que éste había producido.
         Ahora interrumpió el apellidado Miranda: Sí, señores, tres mil estudiantes ¡en aquel tiempo... cuando casi el noventa por ciento de los españoles eran analfabetos plenos! No me negarán ustedes que a la Universidad se va principalmente para a-cabar de adocenar tu espíritu, para acabar de do-meñar las ansias de rebeldía intelectual, para aca-bar de aborrecer a quienes literaria o artística o científicamente continúan pugnando por la bús-queda veraz de caminos dignificadores al servicio de sus semejantes más desfavorecidos, para -salvo pocas y sufridas excepciones- pudrirse el alma y tener como única meta existencial el abarrotarse de dinero aprovechándose de –incluso perjudican-do a- los demás.
         Tiene usted mucha razón, señor Armiche: toda instituición y todo organismo públicos que depen-dan de los poderes político-sociales solamente podrán ser instrumentos represores al servicio de éstos. ¿Para qué engañarnos? Perdona la interrup-ción, Pancho).

         La Época, en noviembre de 1911-, recalcó: "para la mayoría de los españoles el escritor era, an-tes que nada, el presidente de la Coalición republica-no-socialista que acababa de producir graves suce-sos subversivos, y sangrientos, en la patria".
Y el extraño obispo de Jaca, Antolín López Peláez -de humanidad rotunda-, intervino en un tono moderador, puesto que sin tapujos admiraba a don Benito. Lamentaba las campañas del escritor contra la Iglesia -cierto; pero pedía que se le reco-nocieran sus méritos literarios, dignos del Premio Nobel, y que no se opusieran a su concesión. Por ello fue combatido el pobrecillo monseñor Antolín López Peláez desde las dos facciones (con Pérez Gal-dós sufriendo por su casi ceguera y escasa movili-dad, y con Menéndez Pelayo a punto de morir)
Don Benito recibiría los apoyos de Ramón y Cajal, de Echegaray, de Romanones -¡sí! La peti-ción del Nobel sería registrada en la Legación de Suecia en Madrid a mediados de febrero del men-tado 1912, y competían treintiún europeos y el norteamericano Henry James. Pérez Galdós fue presentado por los académicos Picón, Echegaray, Sellés, Carracido, recibiendo -además- el respaldo de unos quinientos escritores y artistas.
Entre los competidores españoles del guanche hispanizado Galdós estaban el profesor R. Altami-ra, el poeta Salvador Rueda, el escritor Angel Gui-merá. De los otros europeos destacaban Bernard Shaw, Anatole France, Bergson.

El informe "académico" sobre don Benito cons-tará de veintinueve folios. Fue realizado por Göran Björkman, firmándolo éste el 1 de mayo de 1912. Entre otras observaciones el señor Björkman a-puntó el tan certero manido tópico de que "España es el país de los extremos. Así ocurre con este es-critor, puesto en las nubes por los del partido políti-co en que milita y negado por los adversarios".
Aquel año eligieron -siempre políticamente, claro- al alemán Hauptmann y en el siguiente -1913- al indio britanizado Rabindramath Tagore. Berkowitz, biógrafo galdosiano, dejará escrito a-ños después: "ni siquiera sus más íntimos amigos conocieron cómo tomó Galdós su fracaso. Cuando se conoció el fallo de la atribución del Nobel, el escritor estaba preocupado con algo más grave: la visión del ojo derecho disminuía rápidamente y para evitar la ceguera total hubo de someterse a una segunda ope-ración el día 5 de abril de 1912".
Ya les dije que el contrincante enarbolado con-tra nuestro paisano por la España irredenta (la pa-triotera España católica, monárquica y capitalista-caciquil), el cántabro Marcelino Menéndez Pelayo, había fallecido el 19 de marzo anterior.

22-junio-1999
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