NECESARIO, COMPAÑERAS.
GRACIAS
POR MARÍA PACHÓN
España
se convierte en el epicentro del feminismo global mientras aquí en Nicaragua
cientos de niñas y mujeres sufren la violación de sus derechos. El pasado 8 de
marzo, las miles de mujeres que detuvieron el mundo desde España pararon por
ellas y por estas, por las de allí y las de acá.
Siento
un íntimo bloqueo al procurar describir con palabras lo experimentado desde
hace unos días. Cuando llegué a Miami y en la estación descubrí que todas las
personas que conducían los autobuses urbanos que estaban a mi vista eran
mujeres, imaginé durante unos errados segundos una ciudad mejor. Pero entonces
advertí que todas las conductoras eran negras, y que solo un par de mochileras
éramos blancas entre una veintena de madres, sus criaturas negras y unos pocos
obreros negros. A las mujeres jóvenes y blancas las vi en la playa, procurando
agarrar moreno; y a las mujeres ancianas y blancas las vi en los supermercados,
intentando descifrar, con las gafas al borde de sus abultadas narices, códigos
de barras que se oponen al escáner con la misma resistencia que ellas
manifiestan ahí encorvadas, sonriéndonos con encías desnudas, cobrándonos con
manos artríticas.
Durante
la marcha del 8 de marzo en Managua me uní al bloque guiado por Católicas por
el Derecho a Decidir en Nicaragua, una organización de mujeres de distintas
corrientes religiosas que desde 2006 desarrolla un análisis crítico de la
cultura religiosa existente -“la cual es determinante en el fortalecimiento de
las relaciones desiguales de poder que vivimos las mujeres en nuestra
sociedad”, dicta su estatuto-. Católicas por el Derecho a Decidir da
seguimiento continuo a la situación de violencia sexual que viven las niñas y
mujeres nicaragüenses, enfatizando la realidad de niñas violadas y embarazadas
a causa de la violación. Según cifras de 2016 del Instituto Legal de Medicina,
16.400 menores de catorce años han sido violadas en Nicaragua en la última
década por sus “padres, padrastros, otro familiar o conocido”. Menores que,
como demuestra una investigación de Ipas Centroamérica, “guardan sus emociones
para no sufrir más consecuencias del mandato de ser madres, pero expresan, en
su mayoría, ideas suicidas”. Tal y como revela Human Rights Watch, cuando estas
niñas víctimas de violación pierden la vida durante el embarazo o el parto, o
cuando la idea suicida se transforma en un hecho sin retorno, no estamos ante
una muerte natural o patológica, ni frente a una muerte violenta asociada al
suicidio, sino frente a la violación del derecho a su vida por parte del
gobierno de Nicaragua, el cual decretó en 2006 que el aborto es un delito en
cualquier circunstancia, imponiendo penas de cárcel de entre cuatro a ocho años
a las mujeres y las niñas que soliciten o consigan que se les practiquen un
aborto, así como a profesionales de la salud que proporcionen servicios de
atención obstétrica necesarios para salvar vidas y preservar la salud de las
pacientes. Desde el pasado 8 de marzo, día que pisé por primera vez el
volcánico suelo pinolero, me he cruzado con decenas de menores embarazadas,
estigmatizadas, factiblemente enfermas, depresivas, violadas. Trágicamente,
aquí en Nicaragua la escultura en metal de la virgen niña preñada y crucificada
que simboliza a Católicas por el Derecho a Decidir cuenta con una
representación viviente en cada calle varias veces al día. Fatalmente, muchas
de las que decidieron abortar, hoy caminan por los corredores de las cárceles.
En
un punto álgido de la marcha tuve que apartarme porque, fruto de la emoción o
de un pequeño sismo, sentí un fugaz mareo que fue disipado por una sacudida
apasionante: Elena Cayeiro me estaba abrazando. Ambas sabíamos desde hacía
meses que celebraríamos el paro internacional en Managua, pero ninguna nos
habíamos preocupado de contactarnos previamente porque las dos vivimos
entregadas a la suprema ley de la causalidad. Elena Cayeiro es una paisana
activista y abogada feminista a la que conozco desde que éramos niñas. En enero
de este año viajó a Nicaragua para desarrollar, como voluntaria internacional
de Entreculturas, el programa VOLPA en Managua durante un año, compartiendo así
sus conocimientos, capacidades y experiencias con el Proyecto Samaritanas en la
tarea de ofrecer atención integral a mujeres en situación de prostitución: “He
encontrado mi lugar aquí junto a las lesbianas y, sobre todo, junto a las
trans, las más perjudicadas y discriminadas”, me explica. En Nicaragua, la
mayoría de mujeres trans en situación de prostitución no existen legalmente
como ciudadanas porque sus documentos de identidad no las identifican, por lo
que tampoco cuentan con un seguro social que les permita acudir a los servicios
sanitarios. Sin embargo, la mayoría de mujeres trans nicaragüenses necesitan
acudir de manera reiterada a los servicios sanitarios porque, entre otras
cosas, cinco de cada diez personas infectadas de VIH en Nicaragua son personas
transgénero.
Tras
la manifestación, mujeres de Canadá, Estados Unidos, Alemania, España, Costa
Rica y Nicaragua dialogamos alrededor de una mesa en la sede Samaritanas
situada entre los barrios Reparto San Juan y La Habana mientras comíamos
sandía, mandarinas, bananos y un delicioso queque elaborado en la mañana por
una señora de la cual olvidé el nombre. Ni ella ni María Lourdes Tijerinos,
coordinadora del proyecto de la organización jesuita, fueron a la marcha:
“Estuve cuidando de una mujer que está muy enferma. Ella trabaja como
prostituta y tiene dos hijitas que también están enfermas”. En Nicaragua el
trabajo sexual no es ilegal, pero tampoco es reconocido como una ocupación con
respaldo legal. “¿Y qué hacéis aquí?”, nos pregunta María Lourdes. “Trabajamos
en un proyecto sobre las mujeres migrantes nicaragüenses cuidadoras de personas
de tercera edad en España. Venimos a ver cómo están las abuelas nicaragüenses
cuidadoras de sus hijos e hijas”. “Necesario, compañeras. Gracias”, nos
expresa.
Ya
de noche en la habitación, observo fotos de lo sucedido en España. Decenas de
periódicos destacan que el epicentro del feminismo global se ha dado en Madrid,
en Barcelona, en Sevilla, en Bilbao, en Cáceres, en Zafra. Me emociono al leer
los carteles: El feminismo será antirracista o no será; Madre, libre; Lo que no
tuve para mí, que sea para vosotras; Somos las nietas de las brujas que no
pudisteis quemar; Saquen sus doctrinas de nuestras vaginas; Las niñas de
Centroamérica no murieron de amor; No estamos todas, nos faltan las presas;
Hartas del hospital y de su transfobia institucional; Dona i lesbiana, doble
tisorada; Trabajadoras del sexo con derechos; Se acabó la esclavitud, empleadas
del hogar, al régimen general; Agencias, parroquias, cómplices de esclavitud.
Necesario, compañeras. Gracias. Este 8 de marzo de 2018 las mujeres del mundo
levantamos el bloqueo que el sistema impuso contra nuestros derechos; ahora, si
acaso, solo sentimos íntimos bloqueos por la emoción de reconocernos unidas en
la lucha.
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