EL BOSQUE...
DUNIA SÁNCHEZ
El
bosque. Se adentra, se incrusta en sus entrañas como fuerza atrayente de sus
sentidos. Allá va, sola, con su larga melena cobriza al encuentro de su yo, de
la estática sentencia cuyo aliento la embadurne de solaz, de calma. El bosque.
Su deseo, piedras bajo sus piernas, algún que otro tropezó con un árbol dañado
por el viento. Pero, ella, sigue…sigue en la rutina que pronuncia sus
profundidades. Lejos, muy lejos…donde nadie puede llegar. Se cruza los brazos,
se arrodilla y en el insomne silencio de su aliento grita “ Aquí estoy como
hija de esta tierra, como hoguera prendida por el resonar de tambores distantes
en la reconditez de los astros. Aquí estoy, entregándome, abandonándome en el
susurrar de tu respirar: lento, herido, albergado de cicatrices perdurables en
el final de los tiempos”. El bosque. Se levanta, sigue caminando hasta llegar a
esa cueva donde sus ancestros oraban a la fertilidad, la fecundidad de los
campos, de la humanidad. Parece renacer, se acurruca. Esa cueva se estrecha más
y más hasta que ella media dormida, media despierta comienza la danza de las
fogatas invernales. Se va. El bosque. De nuevo entre raíces sobresalientes y
largos árboles se encuentra. Mira hacia arriba y la noche avanza, algún que
otra ave nocturna pasa a ras de su cabeza, de sus manos, de sus pies. Y gira
otra vez “ Aquí estoy desheredada de los campos azules, ahora, todo rueda en el
sentido del alquitrán, del cemento, de un verde gris donde yo solo eco de los
gemidos de la madre tierra. Una flauta viene de lejos, algo queda. Sí, algo de
nuestros antiguos pobladores. Aquellos cuya unión con la naturaleza era pura,
era honesta”. El bosque. Ahora se va, incursiona aquello que le desagrada, que
aborrece, el asfalto de una civilización vil, ida. Retorna donde sus ojos se volverán
blancos a cada mirada, donde sus manos se infiltrarán del chubasco de las
máscaras
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