EL CENSOR QUE LLEVO DENTRO
ANÍBAL MALVAR
Nos
cuenta hoy El Mundo que el diputado Jordi Cumial, PDeCAT, les ha llamado de
todo en sede parlamentaria. Fue en la comisión de control de medios del
Parlament de este viernes, durante la que Cumial reprochó al director de TV3
que abriera el telediario con una noticia sobre la implicación de Artur Mas en
la trama del 3%, información basada precisamente en otra que habría destapado
el periódico que fundara el hoy diluido Pedro J.: “¿Por qué no se cita la
fuente?”, bramó el diputado convergente. “¿Porque el diario El Mundo tiene
querellas por injurias, demandas por mentir y se ha demostrado que es un
periódico que publica mentiras?”.
El
caso es que el periodismo ha entrado esta semana de lleno en el debate político
como un actor de primer orden más, tras la denuncia de la Asociación de
Periodistas de Madrid sobre la presunta campaña de amenazas que aseguran haber
sufrido diez periodistas anónimos por parte del corazón armado de Podemos, el
partido del amor y los ósculos parlamentarios. Pedro G. Cuartango ha tenido la
prudencia de no magnificar los insultos de Cumial al diario que dirige, cuando
lo propio en estos tiempos hubiera sido comparar la facundia del convergente
con la ETA, con el ISIS o con los autores intelectuales del armagedón. Si lo
pilla Marhuenda.
“El
mayor pecado de la APM estos días ha sido precisamente plantear una lección de
periodismo desde la opacidad. Hacer eso en un texto sin pruebas, sin nombres,
sin datos, en definitiva, incurre en los peores males del periodismo”, escribe
en el mismo periódico Teodoro León Gross con atinada equidistancia. Para perros
de presa ya tienen al incombustible pirómano Federico Jiménez Losantos, que con
su apocalíptica vocecilla nos advertía este viernes en las mismas páginas: “Si
Podemos llega a la Moncloa, no solo nos despedirá cerrando los medios privados.
Nos hará un ramoverde, como a Leopoldo López, o nos ahorrará este Valle de
Lágrimas”. A Federico le gusta tanto la hipérbole que hasta se habrá tomado en
serio la respuesta de Pablo Echenique a su caricatura en la revista Mongolia:
“Se creerán graciosos estos perroflautas de Revista Mongolia. Como me los cruce
un día, sabrán lo que son 200kg de furia sobre ruedas. Voy a ir al Mongolia
habla ese con mi primo chungo de la coleta y a ver si sois tan gallitos”. Pero
es este un lenguaje que no entienden los federicos, el lenguaje dulce del
humor. Y es comprensible. Si Federico gozara del don de la risa, se tendría que
estar riendo todo el tiempo de sí mismo, y eso es muy malo para las mandíbulas.
En
su extravagante deriva hacia la frenopatía informativa, El País ha tratado el
tema de forma incluso más federiquista que Federico. El País celebra como
ninguno el centenario de TBO, que se cumplió estos días, y consigue que lo más
creíble y deontológico de sus páginas sea el humor gráfico. Jorge M. Reverte
sufre terrores desde el diario de Prisa cada vez que enciende el ordenador para
escribir sus columnas: “El uso de las redes sociales, en las que son auténticos
especialistas algunos militantes de Podemos, puede convertir la vida de
cualquiera en un infierno”. Reverte hace oposiciones para ser guionista del
próximo gore de Jaume Balagueró.
Su
compañera de periódico Maite Rico, en su artículo El mundo al revés, no le va a
la zaga al otro zombie: “Tampoco sorprende que los medios digitales afines a
Podemos desplieguen su artillería contra los [periodistas] denunciantes. Ni
siquiera sorprende que algún graciosillo oficial se mofe en televisión de algo
tan grave”.
Pero
no son solo sus columnistas. Los editorialistas de El País se pusieron de
zafarrancho intelectual este martes en el texto inequívocamente titulado El
acoso de Podemos. Allí nos desvelaban el origen de esa sed de mal que ha
llevado a algunos tuiteros podemitas a llamar “tonto” a un periodista: “El
problema de fondo es que Podemos, y muy concretamente su líder, considera a los
medios de comunicación un poder no electo”. Pues claro. Quizá quien lo redactó
es muy consciente de que Juan Luis Cebrián sí fue, y aun es, un poder electo de
los herederos del franquismo (ay, que me ha denunciado la APM).
Leyendo
El País se queda uno con la impresión de que los campos de España están
sembrados de cadáveres de periodistas muertos de un tuit. No sabía que
tuviéramos la piel tan blanda. Los periodistas de libelos digitales como
Público estamos cotidianamente expuestos a los insultos y vejaciones verbales
que desde los comentarios nos disparan nuestros trolls. Nuestros queridos
trolls. Yo amo a mis trolls. Detrás de sus espumarajos verbales, a veces
encuentro mis propias deficiencias, mis cegueras y mis contradicciones.
Gracias, furibundos.
Considerar
las redes sociales como armas de destrucción masiva no es tan ridículo como
pueda parecer. Tal actitud responde a una muy interesada campaña contra la
libertad de expresión. De la que son cómplices esos jueces que se pasan el día
en tuenti buscando chistes adolescentes sobre Carrero Blanco para llenar
nuestras cárceles de carne fresca. No, Reverte. Un tuit no puede convertir la
vida de nadie en un infierno. Y no se puede judicializar. Es como si nuestros
togados entraran en los bares de incógnito y se pusieran a procesar a todo el
que diga me cago en dios por atentado contra las creencias religiosas del obispo
Reig, sacrosanto adalid de la lucha a hostias contra el “imperio gay”. Twitter
no es un medio de comunicación. Es un inmenso foro de comentarios de bar en el
que la copa te la pones tú. Los periodistas presuntamente “acosados y
perseguidos” que se esconden tras la APM no son ni víctimas ni héroes. La
primera regla del decálogo del héroe es dar la cara.
Y
hablando de decálogos y de twitter. Esta semana Patxi López se ha dirigido a
los militantes socialistas para alertar contra las subidas de tono en redes
sociales provocada por el inminente Waterloo de las primarias. Se me pone carne
de gallina cada vez que escucho a un político español no diciendo una sandez:
“Tus palabras representan al partido. Piensa antes de publicar”. No sé si es
una frase para la historia, pero sí para la memoria. Y es tratar el asunto de
la libertad de expresión en las redes como se merece.
Me
despido con una frase que me llamó hondamente la atención. La escuché en la
película The big short, que va sobre la estafa de las hipotecas subprime y tal.
El director Adam McKay la presenta como escuchada en un bar, el origen orillero
de twitter.
La verdad es como la
poesía.
Pero todo el mundo odia
la puta poesía.
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