jueves, 9 de julio de 2015

¿A CUÁNTO VA HOY EL KILO DE DEMOCRACIA?

¿A CUÁNTO VA HOY EL KILO DE DEMOCRACIA?

POR ÁNGEL ESCARPA SANZ
Por Ángel Escarpa Sanz Nos negamos desde ya a seguir trabajando de extras en esta mala comedia, esta horrible película, en la que los pueblos nos llevamos todos los salivazos y siempre somos los perdedores. Veo esta imagen –joven apaleada por la policía en concentración en Zaragoza contra “ley mordaza”-, leo de una fuerte sanción […]

Nos negamos desde ya a seguir trabajando de extras en esta mala comedia, esta horrible película, en la que los pueblos nos llevamos todos los salivazos y siempre somos los perdedores.

Veo esta imagen –joven apaleada por la policía en concentración en Zaragoza contra “ley mordaza”-, leo de una fuerte sanción a otra por llevar una camiseta donde se lee ACAB, y me pregunto cuánto tardarán aún en golpear esa puerta para llevarme detenido por lo que hoy escribo aquí.

Leo, veo, salgo a la calle, escucho…y no ceso en preguntarme cuándo, en qué momento preciso un pueblo empieza a asociar determinadas imágenes con las de aquella vieja película en la que el hombrecillo judío veía embadurnadas las lunas de su barbería con unos imponentes jew (judío), escritos a brocha por la policía nazi.

En qué momento se me citará para declarar, a propósito de haber firmado aquí y allá, contra esto y aquello, por aparecer en esas fotos junto a éste y aquel, como les ocurrió a aquellos intelectuales de Hollywood que eran “invitados” a declarar -de 10 en 10- en la “caza de brujas” de Mccarthy.

En qué momento preciso un pueblo detecta que está siendo gobernado por los Himmler, los Stroessner, los Videlas y los Pinochet del pasado, mientras nuestras vidas se ven amenazadas por las mismas escuadras de la muerte de las bestias con pistola mandadas por Martín Villa, García Carrés, Somoza o Leónidas Trujillo.

En qué momento iremos a pasear por el amable césped de un campus universitario y veremos esa facultad tomada de nuevo por los mismos antidisturbios de ayer en la dictadura, esta vez llamados por el rector de de la universidad, ante el bloqueo de sus puertas por unos jóvenes universitarios en huelga que ven cómo el hijo del obrero se queda en la calle, sin acceso a ésta y sin un trabajo al que incorporarse, debido a la subida de las tasas universitarias.

En qué momento reconoceremos a la dictadura, cuando un obrero que participa en un piquete de huelga es procesado, encarcelado o sancionado; cuando no yaciendo sobre una losa de piedra en una morgue, asesinado por las fuerzas de orden público, como fue el caso del sindicalista Pedro Patiño.

¿Tendremos que esperar aún mucho para ver de nuevo los libros, como en el pasado, prohibidos, reducidos a cenizas, secuestrados por la administración y el librero y el editor sancionados por difundirlos?

El fútbol representa la derrota de la humanidad, con aquellos 22 hombres disputándose la pelota en un estadio, viene a decirnos Manuel Rivas en su último libro, Las voces bajas.

En qué momento se reconoce en un gobierno al déspota despiadado, si por manifestar libremente tus ideas o por participar en un escrache eres apaleado, sancionado y vejado, mientras en los estadios de fútbol se vitorea a los millonarios de este deporte, para escarnio de la humanidad, mientras se desmorona todo un mundo de conquistas sociales.

¿Tendremos que esperar a que los trenes de los deportados pasen de nuevo por nuestros campos, delante de nuestras puertas y camino de los campos de exterminio, para abandonar el confort, la rutina, o la ruina en que convirtieron nuestras vidas? ¿O diremos, como aquellos alemanes del pasado, que nunca oímos nada, nunca olimos a carne quemada, nunca echamos de menos al vecino desaparecido en la noche?

¿Tendremos que esperar a ver y oír de nuevo, cuando quizás ya sea tarde, en los noticieros las viejas canciones guerreras y patrióticas del pasado, las grandes concentraciones de masas cargadas con fusiles y con el libro Mein Kamp en la mochila, como en los fastuosos documentales de Leni Riefenstahl, para decir basta?

¿Tendremos que ver de nuevo mujeres rapadas al cero en la cola del súper, chiquillos descalzos camino de la escuela, intelectuales depurados haciendo cola por un plato de comida en cualquier institución benéfica, militares honestos procesados por rebelarse contra sus mandos por las penurias que atraviesa el pueblo?

Introduzco un dedo imaginario en una de esas innumerables llagas que las guerras dejaron tras de sí en los muros de esas ciudades del mundo por las que viajé, y me pregunto: ¿Cuándo saldrá de los vientres de nuestras mujeres una raza de hombres que hagan imposibles las guerras, los tiranos, el hambre; que destierren de una vez para siempre de nuestro planeta la explotación humana, la corrupción, las grandes diferencias entre unos y otros que permiten que, en tanto hasta estas costas nuestras llegan yates, trasatlánticos llenos de gente en busca de lo exótico; una playa donde hacer sus necesidades -que no el amor- con una joven prostituta arrastrada hasta aquí por la miseria latente en su país, a escasos metros del puerto de la ciudad donde vivo y donde una mujer saharaui clama en huelga de hambre por justicia para su hijo –asesinado en los territorios ocupados por Marruecos- y para ese pueblo al que le niegan la tierra y la identidad, ni más ni menos que lo que le niegan al pueblo palestino, en la misma situación.

Cuándo se colmará la copa de infamia de los pueblos y éstos tomarán, de una vez por todas, calles, plazas, caminos, talleres, campos, almacenes, mercados, templos, playas…para decir ¡basta!

Para cuándo educar a los pueblos en el respeto hacia el medio ambiente, hacia la diversidad, hacia la cooperación, hacia un mundo de solidaridad, en lugar de inducirlos al consumo, al beneficio, en tanto se criminaliza la protesta aquí y allá y ruedan por tierra los cuerpos de los que se resisten a ser reclutados en las filas de ese “mundo feliz” que otros diseñan para nosotros, abatidos por las porras de los esbirros del déspota de turno.

Los terroristas, los radicales no son los que se enfrentan a los años de cárcel por llevar en la mochila elementos con los que se podría armar un artefacto para atentar…, no son los que ruedan por el suelo, bajo los golpes de los matones con chapa y escafandra; los terroristas son aquellos que nos trajeron hasta aquí. Los que nos arrojaron a este mundo salvaje de depredadores y depredados, a este “corralito” sin otra ley que la del más fuerte.

Nos quieren de rodillas ante los mercados.

A los pueblos no se les gobierna con porras, si no con políticas basadas en la solidaridad; con el pueblo, no contra el pueblo; no mirando a la meca del beneficio.

Si el siglo XX se caracterizó por ser el siglo de los generales, el de los bancos y el de los reyes y las princesas; el de los mercaderes y las cosas, el siglo XXI debiera ser el de los pueblos. La vida no está entre los números y bajo las bóvedas de las cajas de caudales de los bancos.

Si no nos rebelamos hoy contra este estado de cosas, ¿para cuándo dejarlo?

Ángel Escarpa Sanz

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