viernes, 24 de julio de 2015

¿POR QUÉ LO LLAMAN AMOR CUANDO QUIEREN DECIR SEXO?

¿POR QUÉ LO LLAMAN AMOR CUANDO QUIEREN DECIR SEXO?

POR DEOCON
Los sucesos de las semanas pasadas en Grecia ponen de manifiesto que la democracia representativa ya no existe. El sistema por el que ha sido sustituido es una plutocracia financiera. Pero seguimos denominándolo democracia. Es necesario llamar a las cosas por su nombre.
Si ya sospechábamos que la democracia representativa no funcionaba todo lo bien que debiera, que por diversas razones (todas ellas relacionadas con intereses de clase) su práctica no se ajustaba a la teoría política que la predica, los sucesos de Grecia nos dicen claro y alto que la democracia representativa ha muerto. El sistema político en que vivimos no puede ser llamado ya democracia. Se trata de una plutocracia, aquella forma de gobierno que ostentan los más ricos y poderosos. El uso preciso del lenguaje es necesario en el juego político y no podemos seguir llamando democracia al sistema político en el que ha tenido lugar la debacle helena.

No se trata ya de que una plutocracia tenga lugar con apariencia de democracia. No es simplemente que los gobernantes elegidos democráticamente estén, en realidad, al servicio de los más poderosos. Todos sabemos que la democracia representativa funciona así; con resignación hablamos del sistema “menos malo”. Se trata de algo diferente: quienes toman las decisiones políticas en Grecia no son los gobernantes democráticamente elegidos, sino instituciones internacionales financieras y representantes políticos de otros países que (ahora sí) habiendo sido elegidos por sus pueblos han tomado decisiones al servicio de los más ricos y poderosos, como los rescates bancarios y la compra de la deuda privada con dinero público. Los Parlamentos únicamente deben sancionar las decisiones tomadas por los dictadores, al estilo de los tan carpetovetónicos Procuradores en Cortes.

Si cuando (como en la España del 36 o Chile en el 73) fuerzas transformadoras llegan al poder mediante la democracia representativa y las clases poderosas cuyos intereses peligran instigan golpes de Estado y acaban con el sistema democrático, las llamamos dictaduras y las condenamos, debemos ser consecuentes y dejar de hablar de democracia en Europa, para pasar a denominarlo Plutocracia. Vivimos en una Plutocracia financiera. Ése es el sistema político en que vivimos. Por lo tanto, la elección democrática de nuestros gobernantes es inútil. O bien pasamos a elegir directamente a los directivos de las instituciones financieras internacionales (para que la plutocracia vuelva a tener apariencia democrática) o bien, simplemente, aceptamos que la plutocracia es una forma de dictadura que no ejercen los militares fascistas, sino hombres y mujeres políglotas que huelen bien y sonríen a las cámaras.

“Dictadura plutocrática” podría también ser un nombre para el sistema en que vivimos.

Las palabras son muy importantes. Durante el franquismo se luchaba contra la dictadura. El término concitaba consensos, simpatías hacia sus detractores, la gente hacía guiños en los bares cuando se musitaba “pe… ce… e…”. Al llegar la democracia, la población se desmovilizó; las instituciones pasaron de ser corruptas e incompetentes a estar al servicio del pueblo; los simpáticos “chicarrones del Norte” se convirtieron en sanguinarios terroristas, hasta que vimos “Allí abajo” y volvieron a ser humanos; la Guardia Civil dejó de causar terror entre la población y  pasó a generarlo entre los conductores. Con el tiempo, ser de izquierdas dejó de estar de moda, los rojos pasaron a ser trasnochados; los marxistas, antidemócratas; y Franco, un señor bajito que vivió hace mucho tiempo. Los términos cambiaron. Ya no se hablaba de dictadura, sino de democracia.

Se trata del viejo debate entre realismo y nominalismo. En política prima el nominalismo, es decir: llamamos a cada cosa conforme a una convención, no porque necesariamente el nombre coincida con lo que describe. De modo que “democracia” no es algo que llegamos a decir porque vemos que en la realidad se cumplen las condiciones de su definición, sino que ajustamos las condiciones que debe cumplir el término a la realidad en que lo utilizamos. De modo que, nos dicen los plutócratas, vivimos en una democracia, sea como fuere.

Ahora soportamos la dictadura plutocrática en que vivimos porque se llama democracia, y esa palabra está cargada de connotaciones positivas (libertad, prosperidad, vacaciones, escaparates, juventud, pasta de dientes) y tiene fuerza legitimadora. Pero no es real. No se dan las condiciones de la democracia en la realidad. Cierto es que no se daban ya antes de los acontecimientos griegos. En España, por ejemplo, no vivíamos en una democracia política por varios motivos, entre lo que cabe destacar el hecho de que la jefatura del Estado no es elegida democráticamente por los ciudadanos, o el hecho de que la ley electoral hace que unos votos valgan más que otros; situaciones ambas radicalmente antidemocráticas.
Pero se daban otras condiciones de la democracia representativa, la más importante de las cuales era que el Parlamento era elegido por el pueblo y que, a su vez, elegía un Gobierno que tomaba decisiones. Esta condición acaba de desaparecer. Sencillamente ya no es así. Quienes gobiernan Grecia están fuera de este sistema, ni es el Gobierno, ni el Parlamento, ni el pueblo. Por muy nominalistas que nos pongamos, es imposible seguir con la farsa. La democracia representativa ha muerto y vivimos en una plutocracia financiera, una dictadura plutocrática, o como queramos llamarlo: pongámonos de acuerdo en el nombre. Pero hay que dejar de hablar de democracia.

De modo que repitan cada día delante del espejo: “Esto no es una democracia, es una dictadura. Esto no es una democracia, es una dictadura”. Al principio les sorprenderá. ¿Qué barbaridad estoy diciendo? Es posible que, más tarde, sientan temor, una especie de vértigo. Es posible que miren a derecha e izquierda, por si alguien está escuchando cómo repiten la salmodia herética. Pero al final acabarán dándose cuenta de que es la pura verdad. ¿No es preferible mirar la verdad de frente que conformarnos con la propaganda política de los tertulianos en los mass media?

Resulta cuando menos irónico que la izquierda española reproduzca la tragicomedia del desencuentro, que los llevará a morir electoralmente en la tesitura de los dos conejos (¿son galgos o son podencos?), cuando ya no tiene sentido llegar al gobierno, porque no van a decidir nada. ¡No se apuren tanto, señores Iglesias y Garzón! Ahora mismo el valor de sus escaños en el Parlamento Europeo es igual que el de los que alcanzarán en el Parlamento español: Cero.

Porque esto no es una democracia. Es una dictadura.

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