martes, 26 de mayo de 2015

AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR Y A DIOS LO QUE DIGA EL CÉSAR.. EN LA IGLESIA TAMBIÉN SE PUEDE

AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR Y A DIOS LO QUE DIGA EL CÉSAR.. EN LA IGLESIA TAMBIÉN SE PUEDE

Por Pepe Gutiérrez-Álvarez

El viento comienza cambiar de dirección, el campo de la victoria (neoliberal, los negocios ante todo) empieza a sufrir sus primeras brechas, lejos quedan los años en los que Wotyla era aclamado por un millón de aspirantes a “yuppies” en Roma.  Era aclamado nada más y nada menos que como “el vencedor del comunismo” por comunistas como Máximo d´Alema que se hacía socio del Opus Dei, todo ello sin  dejar de ser secretario general de una izquierda, la de “tercera vía”, la misma que llevaba a Washington y a los pies del Santo Padre, tal como hizo Tony Blair.

Eran tiempos en los que el mismo Wotyla se podía permitir amonestar públicamente a Ernesto Cardenal mientras abrazaba a Pinochet, dar sermones sobre el bien y el mal cuando daba el visto bueno a la caza y captura de los componentes de la Teología de la Liberación, incluyendo el asesinato de Monseñor Romero, culpable de anteponer los pobres a los designios del imperio porque ya sabe, había que dar al César lo que es del César y a Dios lo que dijera el César. Se pensaban que este paseo triunfal iba a ser eterno, que lo tenían todo atado y bien atado. Hasta que llegó un momento en el que la prepotencia  victoriosa les llevó a creer que podrían desmantelar impunemente las conquistas sociales de varias generaciones, y fue entonces cuando las respuestas comenzaron a cobrar forma, en la Iglesia también.

En realidad, esta resistencia nunca dejó de existir, en la Iglesia también. Todavía estaba seguía viva la memoria de la época de los “curas obreros” y de los “diálogos cristianos-marxistas”, a los que tanta importancia les daba nuestra Manuel Sacristán. En los años sesenta-setenta, la indignación moral también llegó a la Iglesia, sobre todo por abajo demostrando algo que siempre estuvo presente: que existían al menos dos iglesias, la de la jerarquía constantiniana y la de base. Entonces fue esta  la que sacó pecho y la oficialista se tuvo que mover.

Entonces sucedieron muchas cosas, la primera que muchos cristianos de base fueron a engrosar las filas de los partidos –comunistas- en la clandestinidad, de tal manera que sin su existencia no se puede explicar el avance de la generación que acabaría haciendo inviable cualquier continuidad de la dictadura. Fueron  estos cristianos de base la que permitieron que los resistentes encontraran en los edificios de la Iglesia una cobertura logística excepcional,  de unos márgenes de movimiento que no habría gozado de otra manera.

También contribuyeron a demostrar que el régimen no tenía un pelo de cristiano, algo mucho más importante de lo que podamos imaginar en una extensa capa de la población educada en las tradiciones católicas, esa misma población que todavía se manifiesta en rituales barrocos como la Semana Santa. Cuando la izquierda institucional mandó al pueblo a su casa para que ellos pudieran negociar las mejoras (que nos llevarían al socialismo), el movimiento de base cristiano padeció la misma desintegración. La mayoría se fue a su vida privada, una minoría se colocó utilizando su quehacer anterior como un mérito, en tanto que un sector muy importante siguió con sus tareas, en sus partidos y organizaciones, en ONGs y entidades diversas, y ahí están.

Sin oposición por abajo, la Iglesia que había hecho sus deberes sirviendo al César, votó con las dos manos a favor de Wotyla y Ratzinger, y retomó su lugar combatiente en las batallas de la derecha como había hecho durante casi toda la vida. El compromiso a la americana entre el Gran Dinero y las Iglesias que se había consagrado en los EEUU con Reagan y demás, encontró aquí un espacio privilegiado. Es más, a la Iglesia de siempre se le unieron con sus especificidades las variantes evangélicas que están haciendo estragos en América del Sur y que aquí hicieron una misa a Esperanza Aguirre, que está en todas con su espiritualidad trilateral. También se creían en los altares, por encima del bien del mal, recibieron los parabienes socialistas y populares, requisando propiedades, pero sobre todo, facilitando un creo según el cual el peor pecado es legalizar el aborto y el laicismo “extremista” (esto tiene su gracia), sin miedo a que se le pidieran cuentas ni tan siquiera en situaciones como las que han sacudido el obispado de Córdoba.

Pero también aquí se terminaron las impunidades, sino que vean lo que ha sucedido en Irlanda donde los de Sodoma y Gomorra han ganados un referéndum.

Algunos se han pasado al menos siete pueblo, Rouco sigue predicando con el ejemplo amenazando a los catalanes con otra guerra civil. Haciendo verdad aquel dicho de vives como un cardenal y finalmente, negándose a reconocer a Monseñor Romero, cabe suponer que porque este hombre demostraba que otro cristianismo es posible y necesario.

Es en este cuadro de cambio abierto donde hay que situar el debate suscitado por el protagonismo de dos monjas que han reflejado de diferente manera la crisis de verdad y de conciencia que está ya sacudiendo a la Iglesia romana, obligada a cambiar de actitud sino quería que brechas como la de Irlanda se abrieran más todavía. Se trata como todos sabéis de las mediáticas y políticas Lucía Caram y Teresa Forcades, ambas pertenecen a órdenes monásticas y su actividad ha trascendido extramuros eclesiales. Dos pioneras muy diferentes que se han atrevido a ofrecer sus críticas y sus palabras indignadas en los escenarios más variados. Acostumbrados a contemplar a ceñudos obispos católicos (que suelen tener monjas a su servicio como es el caso de Rouco) promoviendo manifestaciones reaccionarias al servicio de sus aliados del bies 35 y de sus políticos de plantilla, resulta demoledor para espíritus sensibles que dos monjas de clausura enarbolen justamente otras banderas, divergentes, aunque, hay que repetirlo, se hagan desde ejemplos muy diferentes.

En el caso de Lucía Caram, la indignación social por los pobres y los necesitados suena a verdad pero con ciertos reparos. Su voz suena a la escuela de Teresa de Calcuta, es aquello de bendito sean los pobres porque tienen personas como yo, yo, yo, yo, que estamos aquí trabajando por ellos en un escenario en el que nunca aparece nadie más sino son las bocas agradecidas. Esta mona vehemente y campechana parece no querer ver la viga neoliberal en el ojo de la señora de Artur Mas. Lo de Teresa Forcades es algo muy diferente, Teresa no presume de santidad ni de sacrificio, actúa como portavoz de mucha gente, aporta sus conocimientos sobre una las habitaciones más oscuras del capitalismo, el de las farmacéuticas.

Pero más allá de los retratos, lo fundamental es que, de una manera u otra, están reflejando un cambio de actitud que ahora tiene una dimensión que antes sí se apuntaba: la del feminismo. Esta es una buena noticia, necesitamos otra Iglesia que nos ayude en tareas como la de cambiar las cosas, necesitamos una iglesia de base que haga su papel en terrenos tan difíciles como el de los sin papeles. Aquí ya hay una historia barcelonesa, con lugares sagrados como la Iglesia de Sant Medir que estuvo en el impulso de las Comisiones Obreras en los años sesenta, que también  abrió sus puertas a los sin papeles.

Otra Iglesia es posible, y también necesaria.

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