lunes, 11 de mayo de 2015

MEJOR CUANDO IMPROVISAS, NOVELA DE JUAN ROYO

MEJOR  CUANDO  IMPROVISAS, NOVELA DE JUAN ROYO
 POR

MARÍA TERESA DE VEGA DÍAZ
Esta novela, a pesar de pequeña, puede ser enfrentada como una tarea que nos pide la época, nuestra época, en lo concerniente a lo que en algún momento fue bautizada como  la guerra de los sexos. De esta manera se llamó, a partir de la obra de María Laffitte, condesa de Campo Alange, cuya primera edición salió en la temprana fecha de 1948 y cuyo  título es, exactamente, La guerra secreta de los sexos. En otras palabras, la dificultad para que dos visiones del mundo, resultado de la historia moral y social de nuestro orbe occidental, coexistan pacíficamente en un territorio, bastante pedregoso, que es el del Poder. Si entonces era secreta, ahora es abierta. Pero el veneno segregado durante su soterramiento perdura. Y en mi opinión con justicia. Si bien los nacidos después de esta fecha no tengan nada que ver con ese resentimiento, con esa queja, que como marea subterránea imposibilita, para muchas mujeres, el inmediato perdón, o la inmediata comprensión.
Esta novela constituye una aportación al conocimiento de esta lucha. Tenemos el punto de vista de un hombre, el protagonista, que conoce en un momento determinado de su vida- el presente de la novela- su error. ERROR, con mayúscula. Porque si bien al error todos estamos abocados, en el caso presente este ha llevado al personaje de que hablamos a- como él mismo declara- pasar por un infierno.
Conozcamos ese infierno.
El protagonista se narra a sí mismo. Todo lo conocemos a través de él. Se presenta como un señor maduro, textualmente viejo solitario y con achaques, ha superado un cáncer y, algo muy importante para el impulso motor de la novela, un traumático divorcio. Como resultado de sus vivencias es ahora un individuo solitario, un lobo solitario, nos vuelve a decir, al que, a veces, le pesa la soledad. Es noctámbulo, amante de la música, en particular del jazz, ese jazz que subyace en el título como regidor de un comportamiento, ya sea musical o vital. Hasta el punto de que, al final, el protagonista puede que encuentre una solución, se reorganice, no expulse la novedad sino que la incorpore, como hace el intérprete de esta clase de música y se decida a vivir de otra manera, a alejarse de lo que podría ser, en una crisis destructiva, una vuelta a aquel infierno. En fin, es alguien que, como todos, en mayor o menor medida, tuvo que desprenderse de ilusiones paridas por la ingenuidad.
El personaje vive en este mundo, y trabaja en un bufete de abogados. Y en ese lugar, ahora que las mujeres trabajan fuera del hogar, están ellas. Veamos cómo son ellas, que en adelante van a ser sus antagonistas.
Debido a su experiencia vital, la cierta animadversión por las mujeres con las que tropieza se pone de manifiesto. Es el punto de vista de un “yo” que es, en todos los casos, en todos los “yoes”, parcial, relativo, es ese yo que, como se ha repetido innumerables veces, va a enfrentarse con lo que le rodea a partir de su sexo, ideología, traumas, fobias, filias… y que va, según el principio de incertidumbre de Heisenberg, que ahora trasladamos a las ciencias humanas, a alterar lo observado y a perturbarlo.
Así pues, con ese “producto” que es, y con todo lo que la historia ha depositado en sus espaldas de varón, su cometido en el mundo, va a encarar a las mujeres de su entorno, con las que comparte poder profesional. Ellas son fundamentalmente las abogadas del bufete en que trabaja, y la fiscal. La fiscal- que le recuerda a su exmujer- aparece como ejemplo de arrogancia, es agresiva, desalmada, fascistoide: aprieta la mandíbula como hacía Mussolini
De las abogadas, más jóvenes que él- indudablemente bien preparadas, eso se da por hecho, y se dice- con las que entra en competición, se refiere a sus artes femeninas en lo que toca a su vestuario, faldas cortas, escotes y a sus arreglos cosméticos. Hace hincapié, en varias ocasiones, en esas capas de pintura que cubren sus rostros. Si hacemos una suma de todas estas “artimañas” vemos que el protagonista, hombre maduro, austero, se siente en desventaja. Considera, suponemos, que todas esas medidas, no precisamente profesionales, todas esas argucias, significan evidentes, vergonzosos afanes de superar a los demás por el medio que sea.
Sin embargo, todo ese esplendor carnal para lograr un puesto mejor- hay que precisar que también compiten entre ellas- solo sirve para que la más joven se quede con el cargo ambicionado.
Y sí, esta decisión de los superiores, que nos suena tan conocida y que yo considero tan vil, es una de las razones, aventuro, por las que esas mujeres se presentan ante los que deciden, en el terreno profesional casi siempre varones, con esos aderezos o armaduras. Las necesitan para hacer frente a una corrupción que las abarcaría todas y que consiste en carecer de freno moral alguno para con las complacencias mundanas propias.
Aparecen también en estas páginas, y esto es importante, las mujeres en trance de divorcio, a las que se les despierta la avaricia. Se ejemplifica con una compañera de bufete. Esta abogada lo quiere todo, impulsada por la intención sanguinaria de una mujer despechada.
Aquí nos encontramos con otro “rumor” bien asentado. ¿Es exageración de los varones? ¿Es la justa respuesta al hombre que quiere abandonar- como en el pasado- con pocos miramientos? ¿Es real entonces que la manipulación del ser humano por otro ser humano es una constante, y que de esa congénita lacra participan por igual ambos sexos?
Sea lo que sea, el protagonista concluye para sí mismo: Soy incapaz de entender a las mujeres. Me da miedo saltar al otro lado. De ellas me separa un abismo.
Pero otra mujer aparece en su horizonte, ya desde el principio de la novela. Es muy joven, una boliviana que se gana la vida cuidando ancianos, tarea por la cual le pagan una miseria. (Entre paréntesis digo: he aquí que otro aspecto de nuestra ruin sociedad asoma la cabeza.) De ella nos dice nuestro personaje: una muchacha ingenua, dulce, de piel suave, dócil y cándida, y que, a diferencia de otras mujeres no le lee el pensamiento. Esta última precisión, nos habla de un individuo que se siente sobrepasado por la mujer occidental, astuta, para la que no tiene defensas.
La profesión que ejerce el protagonista los pone en contacto. ¿Qué rumbo seguirá este encuentro de dos personas entre las que existen tantas diferencias de edad, cultura y diversiones? Para empezar, a él le pesan cuestiones sociales y familiares si se decidiera a formalizar una relación: están los conocidos y,  sobre todo, los hijos. Esos hijos que, hablando en términos generales, están vigilantes y dispuestos a censurar- e incluso impedir- los nuevos amores de sus padres, divorciados o viudos. Todo esto al lado de los remordimientos, dudas, llamadas a la responsabilidad que le asaltan.
Hemos dicho de él que es un tanto rígido en circunstancias que piden una actitud expansiva, como el baile, que tanto entusiasma a la muchacha, venida de una zona del mundo donde esta actividad forma parte del vivir cotidiano. De la alegría de vivir. Esto chocará con un individuo lento, amante de la rutina de sus tranquilos ocios, que en otro orden de cosas rechaza la conflictividad, rechazo que le lleva a no oponerse firmemente a determinadas situaciones desde un principio, como ocurre en el caso de la muchacha boliviana. La relación se volverá más compleja, y ya no es fácil volverse atrás, y consecuentemente, ya están ahí las dudas morales.
Pero no hay que confundir esta falta de suficiente firmeza en determinadas ocasiones con el voluntario “dejarse llevar” de otras. A veces este improvisar es lo mejor. Así lo afirma el título de la novela: a este consciente sentimiento llega nuestro personaje. Sí, lo mejor es renunciar, como él mismo dice, a la ficción que fabricó para vivir. Es decir, todo lo que erigió para sujetarse a la vida. Pienso, y creo que como el narrador, que para no caer en el vacío, para negar u olvidar el absurdo de la vida, para atajar el miedo al mundo, a perderse en él, a la lucha constante, fabricamos planes, erigimos proyectos, alimentamos ilusiones. Todas esas ilusiones las usaremos como muletas, porque muy pronto nos sabemos cojos, y nos agarraremos a ellas, que nos fortalecerán durante un tiempo, o nos abandonarán pronto, o las cambiaremos por otras, como hace el protagonista, que decide improvisar, al albur de lo que surge en el camino, sin guión previo, que decide someterse a las variaciones del flujo ciego de la vida, o del destino, que juega a tus espaldas, que decide por ti, y que hay que perdonar porque no sabe lo que hace.
Esta novelita, formalmente hilo de agua sin otras adherencias que propicien una distracción del importante asunto que aquí se trata, camina encerrado en su discurrir. Un discurrir que se reinterpretará, como en la música de jazz, repetimos, a partir de una melodía que, ahora, tanto tiene que ver con la melodía que produce la vida del grupo de jóvenes bolivianas, juguetonas, volubles, risueñas. El fondo alegre que necesita y que le acompañará mientras sea capaz de seguirlo.





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