UNA SEMANA EN TU TELE
IRENE
ZUGASTI
Qué le vamos a
hacer, si hay a quienes nos gusta la tele. La de toda la vida, la del mando a
distancia, el sofá y los anuncios interminables. La vieja, confiable y
predecible tele
Esta semana he hecho mucho zapping, —que es un verbo viejuno, viejuno— por exigencias del guion y he sentido varias veces la necesidad de lanzar el mando a la pantalla, aunque luego me acuerdo de que seguimos pagando la letra y se me pasa. Permitidme enumerar algunos de esos momentos:
Lunes. Telemadrid.
En Juntos, su magazine social de por la noche, hablan de la última voluntad de
Isabel Pantoja y de los millones que Alejandro Sanz le debe a Hacienda.
Imbatible, me quedo. Entre noticia y noticia, visitan a una señora de
Fuenlabrada que se ha vestido de bruja para denunciar el terror de la subida de
la cesta de la compra y después una frutera lleva al plató sus productos
sobre-preciados. Para comentar la situación, José Manuel Parada (el de Cine de
Barrio, sí) habla escandalizado del precio del aceite y viene el portavoz de
ASUFIN —Asociación de Usuarios Financieros— que nos recomienda hacer menús
semanales porque el ahorro empieza en casa, señoras. ¿Habla alguien ahí de los
márgenes empresariales históricos detrás del alza de precios? ¿De topar el
coste de los productos básicos? No, claro que no. Pero me llevo a la cama el
consejo de no llevar a los críos al súper porque son caprichosos y echan al
carro lo que no deben. Gracias, Telemadrid.
Martes. La Sexta.
Tomo el café mientras veo Aruseros. ¿Por qué me hago esto a mi misma? Yo qué
se. En plató, un señor, su familia y otros seis o siete tertulianos comentan de
buena mañana vídeos de internet y noticias de actualidad, todos con la misma
ligerezza, un perro que se resbala, una bomba que cae en Gaza, una abuela que
baila en TikTok. De remate, suele aparecer el de los Mojinos Escozíos y hace un
análisis antipolítico disfrazado de estereotipo de cateto andaluz. Me pregunto
cuánto dinero costará producir ese programa.
Miércoles.
Telecinco. Ana Rosa Quintana, Alaska, el Cordobés y Cristina Cifuentes —wow, ya
lo sé— opinan en una mesa soporífera sobre la reducción de la jornada laboral.
La única voz discordante —si la dejasen hablar— es una instragramer
veinteañera. Después de sentenciar que trabajar menos es de vagos y que el
autónomo español es víctima de las políticas social-comunistas del Gobierno,
pasan a analizar un estudio de Georgetown que dice que en España las mujeres
viven inseguras y han visto reducidos sus derechos. El día antes, nuestro país
celebraba el cuarto puesto europeo en el ranking de igualdad, pero, qué coño,
que un ranking hecho con estadística pública no te estropee un titular basado
en una universidad privada norteamericana. Menos mal que, según los audímetros,
a AR le quedan cuatro tardes.
Jueves. Cuatro.
Horizonte. Me gusta el olor del napalm por la mañana y de las secreciones
prostáticas por la noche. Esta vez, cuatro hombres raros, Iker y Carmen —ah, la
inefable Carmen— hablan con un portavoz del ejército israelí habitual en sus
conexiones, un tal Mayor Kaplan. El soldadito de acento porteño cede «en
exclusiva» imágenes de una morgue y nos muestra la devastación de Hamás. De la
suya, la que provoca Israel, ni pío. Iker da paso a las imágenes de los
migrantes africanos disfrutando de su estancia en España: aten cabos, queridos
espectadores. Cambio de canal, lo que sea, menos MasterChef. Tamara Falcó
balbucea cosas en el Hormiguero. En Antena 3 Joaquín —el del Betis— conversa
con Manu Carrasco. Me voy a dormir.
Viernes. Diez de la
noche: las Naciones Unidas, en una Asamblea de urgencia, votan la resolución
sobre la tregua humanitaria en Gaza. La franja está incomunicada, no hay luz,
ni internet, ni satélites. Paso los canales, adelante y atrás: nada. Ni un solo
canal de la televisión digital tradicional lo considera noticiable como para
hacer un «Breaking news». Pero en Cuatro está Gerald Butler pegando ostias con
los Navy Seal en una misión secreta en Rusia para evitar la Tercera Guerra Mundial.
Me vale como ruido de fondo, mientras leo Twitter. Cuesta dormir.
Sábado. Hoy no
salgo porque tengo ochenta años mentales y además llueve. Sintonizo —otro verbo
viejuno— «La Sexta Xplica». Es un programa donde hay gente sentada en una grada
delante de otra gente, como en el Grand Prix, y opinan de algún tema candente
—hoy toca la precariedad y los retos del mercado laboral— y toda las opiniones
de toda esa gente tienen igual valor y se van exponiendo por turnos, como en
una coreografía: la de un empresario explotador y la de una sindicalista, la de
un pensionista en la miseria y la de un economista liberal, la de un palestino
y un israelí. Supongo que eso es lo que en la facultad llamaban «pluralismo».
Ya, ya sé que me
diréis que es culpa mía por no apagar la tele, por no pagar suscripciones a
plataformas ni ver series, por ser una vaga ingrata que naufraga en el sofá.
Pero lo dicho, no soy la única, y aunque la televisión tradicional esté en
mínimos históricos de audiencia siguen siendo millones de personas las que se
informan, se emocionan o se divierten frente a esa caja, que nunca fue tonta
Ya, ya sé que me
diréis que es culpa mía por no apagar la tele, por no pagar suscripciones a
plataformas ni ver series, por ser una vaga ingrata que naufraga en el sofá.
Pero lo dicho, no soy la única, y aunque la televisión tradicional esté en
mínimos históricos de audiencia siguen siendo millones de personas las que se
informan, se emocionan o se divierten frente a esa caja, que nunca fue tonta.
Hay que tener muy buenas defensas para no sucumbir a la exposición de
sensacionalismo y propaganda que ofrece hoy casi cualquier canal a casi
cualquier hora. Hay que contar con herramientas que no todo el mundo tiene a su
alcance, para no caer en sus falacias, en su mediocridad y en su complacencia.
Hay que tener otros canales para saber echar de menos lo que no cuentan sus
silencios. La tele de toda la vida sigue siendo importante —si no, no habría
tanto compañero de profesión deseoso de ser tertuliano, ni aspiraríamos a poder
influir en sus titulares— pero, por desgracia, no es nuestra. Hoy, menos que
nunca, pero es que nunca lo ha sido. Así que habrá que seguir haciéndola desde
los márgenes, digo yo. ¿Os hemos dicho ya que os suscribáis a Canal Red?
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