LA ENÉSIMA OPERACIÓN PARA
SALVAR LA MONARQUÍA
ISA
SERRA
Este intento
volverá a fracasar como todos los anteriores. Más temprano que tarde el texto
que tuvo siete padres y ni una madre dará lugar a una nueva Constitución que
tendrá millones de madres
El acto que se celebra hoy en el Congreso no es un acto cualquiera. No es un acto institucional más como otros en los que el Rey o los miembros de la Familia Real tienen una función porque la Constitución así lo ordena. Es un acontecimiento que supone la validación de la Corona en la sede de la soberanía popular, es decir, a través de la transferencia de la legitimidad que sí tienen nuestros diputados y diputadas elegidas democráticamente a una institución que carece de dicha legitimidad. Y no lo hace en torno a un momento concreto, que sería igualmente problemático, sino para dar apoyo y sustento a la institución durante las próximas décadas, hasta que (si no lo hemos impedido antes) Leonor se convierta en la Jefa de Estado del Reino de España. Por eso es un acierto político que Podemos tomase la decisión de no acudir.
Sucede también en
una época que se caracteriza por una fuerte crisis de la institución monárquica
en nuestro país. Que el CIS lleve años sin preguntar a la ciudadanía por su
valoración de la Monarquía da cuenta de ello, más aún mientras las pocas
encuestas que salen a la luz muestran un enorme descrédito especialmente entre
los y las más jóvenes. Una crisis que se ha ido fraguando en los últimos años
como consecuencia de la crisis política que se expresó a través del 15M y con
este el nacimiento de Podemos, el debilitamiento del bipartidismo, la sentencia
de la Gürtel y al formación del primer gobierno de coalición tras el
franquismo. Sucede además en un momento
no sólo en España sino a nivel internacional de profunda crisis del proyecto
neoliberal tras la imposición de las políticas de austeridad como respuesta a
la crisis económica del 2008. Una época de incertidumbre, turbulencias y
disputa ideológica.
La monarquía no es
una institución abstracta desvinculada de nuestra historia política. No es
simplemente la Jefatura del Estado, ni siquiera es sólo el símbolo de la
Transición que nos quieren contar, “modélica”, gracias al Emérito heredero de
Franco. La monarquía es un poder y una
estructura material que organiza las relaciones de poder corruptas de eso que
es España y que ha funcionado como epicentro de relaciones económicas legales o
ilegales desde el franquismo hasta nuestros días gracias a las relaciones del
Emérito (y la protección jurídica de inmunidad e irresponsabilidad que le
otorga la Constitución) con grandes magnates y oligarcas en España a nivel
internacional. La monarquía es de hecho la clave de bóveda del régimen del 78,
un sistema político que lleva más de diez años languideciendo pero que no
termina de morir para dejar paso a una república más democrática.
El acto de hoy es
un intento más en la operación desplegada desde hace años por parte de los
poderes de España para tratar de salvar la Monarquía. La buena noticia para los
y las republicanas es que esa operación para salvar a la Corona es incapaz de
conseguir sus objetivos. Por ejemplo la abdicación del Emérito en Felipe VI en
el 2014 o la fuga de Juan Carlos a Abu Dabi en 2020 fueron parte de una huida
hacia adelante para significar al actual rey como una figura diferente a la de
su padre. Una huida que supuso marchar al conjunto de las instituciones y
poderes que participaron de ello (Ministerio de Hacienda y la parte socialista
del gobierno o el Poder Judicial) en ese cierre en falso de su crisis. Pero no
consiguieron sus objetivos y hoy Felipe (que sólo lleva nueve años reinando) ha
envejecido rápidamente. Su figura se ha desgastado a pasos agigantados porque
de tanto pretender diferenciarse de su padre (el que se construyó la imagen de
no intervenir en política de forma activa o visible) ha terminado poniendo en
práctica mejor que nadie la costumbre familiar de “borbonear”. Así lo hizo con
el discurso incendiario del 3 de octubre del 2017 tras en 1-O en Cataluña, en la
apertura del año judicial mano a mano con la cúpula reaccionaria del Poder
Judicial o el pasado mes de septiembre designando a Feijóo como candidato para
una investidura que se sabía fracasada.
“La heredera al
trono jurará la Constitución ante un parlamento paritario” era el titular en El
País ayer para anticipar el acto de hoy. Forma parte de un nuevo intento de la
operación para salvar a la Monarquía, que consiste en intentar apropiarse de la
fuerza del feminismo actual para limpiar la imagen de una institución
desgastada, profundamente antidemocrática y patriarcal. Últimamente los medios nos cuentan que la
Reina Leticia es feminista y que su hija modernizará la Corona por ser la
primera mujer que ejercerá la Jefatura del Estado. Por supuesto, una imagen de la futura reina
que reproduce los cánones que exige el patriarcado, sobre quien hace dos días
era infantilizada y para la que los medios y revistas más conservadoras tienen
estos días preparada una especie de “puesta de largo” rancia el día que entra
en la mayoría de edad.
Pero este intento
volverá a fracasar como todos los anteriores. Más temprano que tarde el texto
que tuvo siete padres y ni una madre dará lugar a una nueva Constitución que
tendrá millones de madres y esta vez sí el feminismo, que por aquel entonces
trataron de invisibilizar aunque (y porque) tuvo un papel importantísimo para
la Transición, será protagonista. Porque el feminismo transformador que está
cambiando nuestro país tiene un proyecto
ideológico democrático y antagónico a lo que representa y significa la
Monarquía, una institución anacrónica, obsoleta y patriarcal. Un feminismo que
dará lugar a una república feminista de iguales, democrática, basada en lo
común y lo público, que cuide el planeta y garantice los derechos humanos. Y
por último, un feminismo con el que Leonor estará profundamente agradecida,
porque por fin podrá elegir sin imposiciones familiares a qué dedicarse y en
qué trabajar.
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