JUZGAR LOS CRÍMENES DE GUERRA
JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN
A la hora de valorar y analizar los horrores del presente que se suceden en la franja de Gaza es conveniente volver la vista atrás para entender las causas que han desencadenado las imágenes dantescas que estamos contemplando en nuestros televisores, originadas por la acción terrorista de Hamás y la respuesta desmesurada y criminal de Israel. Partiendo de una lectura de la Biblia (Éxodo), los hebreos sostienen que Yahvé consideraba como tierra prometida (Judea y Samaria) al actual asentamiento del Estado de Israel y todo el territorio bajo la Autoridad Palestina hasta la orilla izquierda del río Jordán. La cita pudiera parecer simplemente erudita si no fuera porque muchos políticos y ciudadanos de Israel la esgrimen hoy día para justificar el no reconocimiento de un futuro Estado Palestino en la actual Cisjordania, y como pretexto para autorizar cualquier política expansionista que se esté llevando a cabo ilegalmente, según las reiteradas decisiones de Naciones Unidas.
Desde la creación
del Estado de Israel, el 14 de mayo de 1948, hasta el momento, no han cesado
los enfrentamientos entre los palestinos e israelíes. La llamada guerra de los
Seis Días en junio de 1967 enfrentó al Estado de Israel con una coalición de
países árabes formada por Egipto, Siria, Jordania e Irak. Como es sabido,
terminó con la victoria del Ejército israelí, al mando del que fue considerado
un héroe nacional, el general Moisés Dayan.
La superioridad militar israelí, las invocaciones bíblicas de algunos
partidos políticos y la aceptación, e incluso la admiración de una parte de la
comunidad internacional, abrió la puerta a todo género de abusos y violaciones
de los derechos humanos al pueblo palestino, cuyo Estado siguen desconociendo.
Las vejaciones personales diarias, a uno y otro lado de la llamada línea verde
que servía como frontera de factocon el Estado de Israel, y la política de
despojo de las propiedades palestinas en un contexto en el que se vive una
situación de abuso y prepotencia, incompatible con una sociedad civilizada,
desencadenan la ira de los oprimidos. En un primer momento, una parte
minoritaria de este pueblo se decide por respuestas violentas, en forma de
atentados suicidas que golpean hasta la capital, Tel Aviv. Un país que, según
los expertos, dispone del más prestigioso servicio de inteligencia (el Mossad),
en vez de utilizarlo para detener a los terroristas decide acudir, una vez más,
a la venganza bíblica que justifica la ley del Talión elevada a cotas
absolutamente desproporcionadas y criminales.
Antes de que se
acordase la construcción del muro, la política punitiva desbordaba los límites
aceptables en una sociedad democrática. La respuesta a un atentado suicida
suponía el derribo de la casa de su familia sin darles tiempo apenas para
abandonarla y para llevarse sus enseres
más imprescindibles. En el colmo de la ignominia, les obligaban a pagar los
gastos que se habían ocasionado por la utilización de la maquinaria empleada
para las demoliciones.
Antes de que se
acordase la construcción del muro, la política punitiva desbordaba los límites
aceptables
Cuando se
intensificaron los atentados suicidas, el Gobierno israelí decidió la
construcción del muro, en el año 2002. En algunos puntos, este alcanza una
altura de siete metros. Todo él está salpicado de torretas militares y puestos
de control. Por razones de estrategia militar se puede derribar cualquier
edificación situada a menos de doscientos metros, no solo en la zona próxima a
la línea verde sino, también para proteger los nuevos asentamientos. La barrera
afecta a derechos fundamentales de los palestinos, como el derecho al trabajo,
la salud, la educación y la calidad de vida. La opinión consultiva del Tribunal
Internacional de Justicia de la Haya y numerosas resoluciones de la Asamblea
General de Naciones Unidas han condenado su construcción.
La cuestión llegó
al Tribunal Supremo de Israel, que se ha pronunciado en dos casos emblemáticos.
El primero afecta a la localidad de Beit-Sourik, entonces con una población
cercana a los 43.000 habitantes. En la sentencia se reconoce que los derechos
de los habitantes locales han sido violados porque los pasos militares son
demasiado estrictos y con restricciones muy severas. Recuerda a los mandos
militares las obligaciones de respetar las convenciones de La Haya y del cuarto
convenio de Ginebra (protección de civiles en tiempo de guerra). Las posibilidades de su desarrollo económico
y acceso a la salud y la educación se ven seriamente entorpecidas por la imposibilidad
de una fluida comunicación con Jerusalén y Ramallah.
La segunda
sentencia afecta a la localidad israelí de Alfei Menashe, próxima a la ciudad
palestina de Qalqiliya. En este caso, los demandantes contaban con el apoyo de
la Asociación de derechos civiles de Israel. El fallo señala que se hará un
esfuerzo para ponderar o contrapesar las posiciones confrontadas de los
demandantes y del Estado de Israel, teniendo en cuenta el principio de
proporcionalidad. Realiza un análisis entre los fines y los medios, pero
finalmente se inclina por las teorías oficiales del Estado de Israel, hoy
enfrentado a los usos internacionales. El nulo respeto del Estado israelí por
el derecho internacional queda reflejado muy elocuentemente en la postura
disidente del vicepresidente de la Corte Suprema Mishael Cheshin, que lo
expresa muy rotundamente en su voto: “Lo siento, pero la decisión de la Corte
Internacional de La Haya no puede iluminar mi camino. Esta luz es demasiado
oscura para poder guiarme por el camino de la ley, la verdad y la justicia que
es la que un juez debe elegir como yo aprendí de aquellos que me han precedido
y de las enseñanzas de mi padre”. En definitiva, el muro continúa y como dicen
los palestinos: “No te priva de la vida, pero te priva de la posibilidad de
vivir”. Siempre recordaré una pintada en el muro que da acceso a la ciudad de
Belén en la que podía leerse: “Entra usted en un gueto construido por los que
murieron en el gueto de Varsovia”.
La sentencia más
impactante es la que se refiere a la legitimidad de los asesinatos selectivos
Sin duda la
sentencia más impactante, y que sirve para explicar lo que está sucediendo en
la actualidad, es la que se refiere a la legitimidad de los asesinatos
selectivos de personas señaladas como terroristas por los servicios de
inteligencia, aunque lleve aparejada la muerte de personas inocentes que
estaban a su lado. El fallo fue redactado por el presidente del Tribunal Aharon
Barak, contestando a una demanda contra el Poder Ejecutivo por la Comisión Pública
de Israel contra la Tortura y la Organización no gubernamental Law. Los jueces
llegaron a una decisión salomónica o más bien propia de Poncio Pilatos. Según
el fallo: “No todas esas ejecuciones extrajudiciales están prohibidas por la
legislación internacional, pero tampoco están todas permitidas”. Reconforta
saber que la sentencia ha sido criticada por sectores políticos de Israel. La
diputada del partido izquierdista Meretz Zahava Gal-On lamentó que el Tribunal
Supremo no prohibiera “las ejecuciones extrajudiciales”, y añadió que los
denominados asesinatos selectivos suponen aplicar una política “que lucha con
el terror contra el terror”.
Tanto la sentencia
del muro como la de los asesinatos selectivos introducen una especie de
cláusula de estilo que debería avergonzar a cualquier persona investida de la
potestad de juzgar. Después de señalar las irregularidades e invasiones del
muro, y de casi justificar los asesinatos selectivos, terminan introduciendo
una reflexión que no sé si calificar como evasiva o cínica. Se lavan las manos
añadiendo: “Nosotros los jueces de Israel no somos expertos en estrategias
militares y por tanto el derribo del muro o la decisión de realizar un
asesinato selectivo corresponde al Ejército”.
Me parece de
vigente actualidad la pregunta que, en su momento, cuando se conoció la
sentencia del Tribunal Supremo de Israel sobre los asesinatos selectivos,
dirigió el parlamentario europeo Emilio Menéndez del Valle, del Partido
Socialista, al Consejo de la Unión Europea: “¿Considera el Consejo que ello es
compatible con el acuerdo de asociación actualmente vigente entre la Unión e
Israel?”. Todavía estamos esperando la respuesta.
El pretendido
derecho de demolición de viviendas al que me he referido con anterioridad ha
pasado a ser una autorización para masacrar todo un territorio con el pretexto
de que los terroristas se encuentran en medio de una población civil, que tiene
que sufrir las consecuencias mortales y materiales por el hecho de vivir en un
determinado territorio. Ante el ataque terrorista de Hamás, Israel, en lugar de
tratar de individualizar, detener y juzgar a los autores, sustituye la
respuesta por un castigo colectivo demoledor, contrario a los principios del
derecho internacional, y que repugna a la conciencia de la humanidad.
Todo lo que estamos
viviendo y lo que queda por venir tiene su encaje y su respuesta en el Estatuto
de la Corte Penal internacional firmado en Roma el 17 de julio de 1998 y
ratificado por España el 24 de octubre de 2000. Nos advierte el Preámbulo que
vivimos en un mundo que es como un delicado mosaico que puede romperse en
cualquier momento, en el que existen víctimas de tales atrocidades que desafían
la imaginación y conmueven profundamente la conciencia de la humanidad,
constituyendo una amenaza para la paz, la seguridad y el bienestar de los
pueblos. Ha llegado el momento de que la comunidad internacional reaccione
exigiendo responsabilidades a los autores de crímenes contra la humanidad. Los
denominados crímenes de guerra son parte de estas acciones y se encuentran
tipificados. Se establece la competencia de la Corte Penal Internacional para
juzgar lo que se denomina crímenes de guerra. Su descripción es muy extensa y
entre sus acciones castiga la destrucción
y la apropiación de bienes no justificada por necesidades militares, dirigir
intencionalmente ataques contra la población civil o contra personas civiles
que no participen directamente en las hostilidades; lanzar un ataque
intencionalmente a sabiendas de que causará pérdidas incidentales de vidas,
lesiones a civiles o daños a bienes de carácter civil; atacar o bombardear por
cualquier medio ciudades, aldeas, viviendas o edificios que no estén defendidos
y que no sean objetivos militares o dirigir intencionalmente ataques contra los
hospitales.
Queda abierta la
posibilidad de ejercer acciones en virtud del principio de justicia universal
contra la persona de Netanyahu
No conviene crear
falsas expectativas, ya que Israel no forma parte de los países que han
aceptado la competencia de la Corte Penal Internacional, pero, en mi opinión,
queda abierta la posibilidad de ejercer acciones en virtud del principio de
justicia universal contra la persona de Benjamín Netanyahu. En estos momentos,
la prioridad es el alto el fuego para que las Naciones Unidas puedan detener la
sangría desatada de forma absolutamente desproporcionada y criminal por Israel,
al responder con bombardeos masivos e indiscriminados contra la población civil
a los ataques sufridos por las acciones terroristas de Hamás.
Pienso que ya es
tarde para volver al clima que propició los acuerdos de Oslo en 1993, a
iniciativa de Bill Clinton, en los que tuvieron un destacado protagonismo Isaac
Rabin y Yasser Arafat. El primero fue asesinado y el segundo parece que murió
envenenado. Los que ordenaron ambos asesinatos son los que tienen una posición
política mayoritaria en el Gobierno de Israel. El ministro de la Guerra israelí
acaba de anunciar que la operación de devastación va a durar por lo menos un
año. Si la comunidad internacional no toma conciencia de la gravedad de la
situación, las consecuencias pueden estallar en todas direcciones, con grave
peligro para la paz y la seguridad mundial.
No quiero terminar
este artículo sin rendir un fervoroso homenaje al secretario general de
Naciones Unidas, el portugués Antonio Guterres. Su compromiso con la paz y el
bienestar mundial, tanto en materia de medio ambiente como mediando en
conflictos, es verdaderamente ejemplar. Me preocupa que, tras los ataques que
ha sufrido por el Gobierno de Israel, que ha pedido su dimisión, los Estados
más influyentes en el concierto internacional no le apoyen incondicionalmente.
Afortunadamente, España ha sido una excepción.
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