DEL “QUE TE VOTE TXAPOTE” A
“HAMÁS SON LOS OTROS”
Como
ciudadanos sujetos de derechos, entre ellos el de disponer de una información
veraz, tenemos que exigir que los periodistas puedan hacer su trabajo y sean
algo más que altavoces
XOSÉ
MANUEL PEREIRO
Eau de Presse
No sé si es confesarme de plano como boomer, pero juro que he conocido gente de derechas decente y buenas personas. Incluso hoy podría señalar a algunos que lo son, si eso no les pusiese en el disparadero. Desde gente afable, cuyas principales guías de conducta son el sentido común y los diez mandamientos, a otras con más vueltas, a las que, como a Manuel Fraga, le cabía el Estado en la cabeza, y en cuyo interior coexistían sin mayores problemas las doctrinas de Carl Schmitt y la de Prisciliano. Por eso me sorprende, no ya la virulencia, sino la tosquedad del discurso teórico del conservadurismo español. Del “que te vote Txapote” a “Hamás son los otros” sin solución de continuidad. Es decir, el uso y aprovechamiento de las víctimas, la apropiación de las buenas y la execración de las malas. Y tiran de ese manual de la infamia tanto estrellas emergentes o emergidas como Borja Sémper y la-que-nunca-falla Isabel Díaz Ayuso, como esos políticos de segunda fila, fruto de la selección negativa, cuya única aportación política son la inauguración de rotondas y el estrechamiento indiscriminado de manos, como el presidente de Galicia, Alfonso Rueda, o barones socialistas (sic) como Javier Lambán o Emiliano García-Page.
La única
explicación que le encuentro es que saben que esa mala semilla del populismo
ramplón crece sin problemas, como las zarzas en los escombros, entre una buena
parte de la opinión pública convenientemente preparada para asumir discursos
simples gracias al bombardeo impune y sin filtro de las mentiras divulgadas por
los medios de comunicación. Una “noticia” tan bizarra –y tan fácil de
comprobar– como que Cristiano Ronaldo sería castigado en Irán a recibir 99
latigazos por haber abrazado a una mujer (distinta de la suya) la difundieron
481 medios en castellano, muchos de ellos españoles, y entre ellos la práctica
totalidad de los diarios deportivos y los informativos (sic) de las cadenas de
televisión privadas. El bulo de los 40 bebés israelíes decapitados por Hamás lo
esparcieron por el ancho mundo la práctica totalidad de los medios, y entre
ellos un centenar de “los nuestros”.
La de Cristiano
Ronaldo podría atribuirse a las “granjas de contenido” que producen noticias
como churros –literalmente– para atraer publicidad, ahora con la inestimable
ayuda de la Inteligencia Artificial, o bien a las webs diseñadas para elaborar,
sin más esfuerzo que la imaginación y un par de clics, noticias que formalmente
parecen veraces, por mucho que el fondo sea un disparate. Estos métodos, u
otros sistemas similares, generan millones de interacciones, supongo que no a
la mayor gloria del desarrollo del pensamiento y la comprensión lectora de la
media de la humanidad. Pero las más peligrosas no son las que perpetran unos
ociosos que buscan echar unas risas o un beneficio económico a cuenta de la
curiosidad o los bajos instintos de sus congéneres menos dotados. Las curas
milagrosas gracias a la piel de plátano o el granjero que observó a su gato y
llamó a la policía (sigue leyendo y descubrirás por qué) son la herencia
digital de los asombrosos fenómenos que contaban aquellos viajeros que venían
de lejanas tierras en épocas pretecnológicas. Las peores son las fake news
tradicionales, las tipo “40 bebés decapitados”. Las que promueven los gobiernos
y las instituciones.
En todas las
guerras las armas de la mentira y la manipulación son utilizadas por todos los
bandos, pero como suele pasar cuando no se enfrentan dos Estados, sino un
Estado contra una población ocupada, en cuestión de propaganda, igual que en el
resto del menaje bélico, hay quien tiene más y mejor y quien se apaña con lo
que puede. Y también en este aspecto la lucha entre el gobierno de Israel y los
dirigentes gazatíes es completamente desigual. Se reitera que la primera
víctima de la guerra es la verdad, pero las que más duelen son las siguientes,
las de verdad, las humanas. Como personas debemos lamentar las muertes y a la
vez entender que los departamentos de propaganda están cumpliendo su cometido.
Que nos van a mentir cuanto puedan, o al menos que van a economizar la verdad.
Pero como ciudadanos sujetos de derechos, entre ellos el de disponer de una
información veraz, tenemos que exigir que los periodistas puedan hacer su
trabajo y sean algo más que altavoces.
El objetivo del
periodismo no es recoger las versiones de uno y otro bando. Es ir allí donde
está pasando algo, verlo, procurar entenderlo y contarlo
Y lo que nos llega
suele tener el sonido a lata propio de los megáfonos. Un ejemplo (de los más
inocuos): “Beier Sheva, Ashkelon y Tel Aviv están siendo bombardeadas desde
Gaza. Aunque la mayor parte de los cohetes son interceptados, por su cantidad
el Iron Dome está saturado y algunos proyectiles llegan a su objetivo. En Gaza
continúa la caída de munición desde Israel”. Unos bombardean por encima de las
posibilidades de los bombardeados y a otros se les caen las balas de los
bolsillos cuando sobrevuelan la zona.
El objetivo del
periodismo no es recoger las versiones de uno y otro bando, y dejar al libre
albedrío del consumidor que decida quién miente y quién no, según la teoría de
comunicación que elaboraron, entre otros, los asesores de Trump (según el
Trumpómetro de la agencia de verificación PolitiFact, sólo el 3% de lo que
había afirmado durante la campaña presidencial de 2016 era cierto, y el 20% era
cierto en algún grado. El resto era pura filfa). Es ir allí donde está pasando
algo, verlo, procurar entenderlo y contarlo. Pero los corresponsales
internacionales están en extinción porque cuestan mucho, y a los que todavía
quedan, las autoridades correspondientes les suelen impedir que vayan a donde
suceden las cosas (no sea que vean algo que no deben, o que les pase algo y no
se pueda probar que eran terroristas o espías). Creo que la mayor enseñanza que
los EUA sacaron de Vietnam, antes de que no suele salir a cuenta meter las
narices propias en avisperos ajenos, fue la de que no convenía dejar a la
prensa suelta. Por eso el Ministerio de Comunicaciones israelí está preparando
el cierre temporal de Al Jazeera, el primer medio que acudió al hospital de
Al-Ahli, por “transmitir contenidos que perjudican la seguridad nacional”.
Así que la
interpretación de lo que sucede en una parte del mundo en guerra desde hace 70
años (desde que eran los israelíes de Irgún, precedente del actual Likud, los
que eran considerados como grupo terrorista tanto por el Gobierno británico
como por personalidades judías como Albert Einstein o Hannah Arendt) la hace,
en las redes sociales y en los medios, gente que necesita mirar en el mapa para
ver dónde está Gaza. Personas que sólo han tenido en sus manos una escopeta de
feria o una bomba de palenque, antes de que se prohibiese su uso
indiscriminado, debaten sobre los efectos expansivos de un cohete o las
características balísticas de un misil. Informarse no es un proceso pasivo. Es
preciso un esfuerzo. ¿Qué opinión se puede formar un ciudadano medio cuando
tipos como Mario Vaquerizo, una autoridad dudosa en todo lo que no sea
contonearse en un escenario haciendo que canta, dispone de diez veces más
tiempo de pantalla para analizar el conflicto que periodistas con experiencia
de décadas cubriendo guerras, bastantes de ellas en la zona, como Javier
Espinosa o Fran Sevilla?
Los muertos los
están poniendo los otros. Que por lo menos tengan derecho a que el resto del
mundo sepa qué está pasando y por qué mueren (y a que unos políticos de medio
pelo no frivolicen sobre su tragedia). Porque eso de que la verdad siempre
resplandece puede ser cierto, pero como decía Julio Cerón, resplandece al
final, cuando ya se ha ido todo el mundo.
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