EUROPA NO PUEDE SER CÓMPLICE
DE UN EXTERMINIO
CONTEXTO
Un bombardeo israelí destruye un bloque de
viviendas en
Gaza. / The Guardian (Youtube)
Desde que el sábado 7 de octubre la milicia palestina Hamás lanzara sobre el sur de Israel un ataque coordinado y atroz, que produjo cientos de asesinatos y secuestros, y Tel Aviv respondiera horas después con la declaración de guerra, distintas fuentes han registrado miles de víctimas: más de 700 muertos y 3.000 heridos en Gaza, y más de 900 muertos israelíes y 2.800 heridos. Mientras leen estas líneas, y a juzgar por la brutalidad de las imágenes que llegan desde Gaza, el número seguirá subiendo sin duda.
El estallido de
violencia no es una novedad en absoluto. Desde la Primera Intifada, en 1988,
han muerto en Israel y Palestina al menos 13.400 personas (a falta de añadir
los muertos de estos días). El 87% son palestinos y la mayoría, civiles. Pero
ahora Israel ha ordenado “un asedio total sobre la Franja de Gaza”, la mayor
cárcel al aire libre del mundo, en la que viven más de dos millones de
personas, la mitad de ellas menores de edad. Este asedio total, prohibido por
Naciones Unidas y por el derecho internacional, incluye el corte de suministros
básicos para la vida. “No habrá electricidad, ni alimentos, ni gas, todo está
cerrado”, dijo el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant. El agua fue
cortada en la tarde del lunes 9 de octubre, mientras caían incontables bombas
sobre viviendas, mezquitas, hospitales y ambulancias. Gallant justificó la
medida diciendo: “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en
consecuencia”. El filósofo alemán de origen judío Theodor Adorno dejó dicho en
su día: “Auschwitz comienza donde quiera que alguien mire un matadero y piense:
solo son animales”.
El gobierno
ultraderechista, contestado en las calles desde hace semanas por la deriva
autocrática de Netanyahu, ha encontrado en el ataque desesperado de Hamás, un grupo
terrorista alimentado desde hace años por Israel, la excusa perfecta para
ignorar el artículo 33 del IV Convenio de Ginebra, que protege a los civiles:
“No se castigará a ninguna persona protegida por infracciones que no haya
cometido. Están prohibidos los castigos colectivos, así como toda medida de
intimidación o de terrorismo. Están prohibidas las medidas de represalia contra
las personas protegidas y sus bienes”.
Hace solo una
semana, Netanyahu estaba acorralado, con un Gobierno controlado por extremistas
radicales, medio país protestando en las plazas contra su reforma judicial, los
reservistas negándose a movilizarse y la izquierda denunciando la política de
anexiones de los colonos. Y ahora, gracias a la locura de Hamás y al
incomprensible fallo del Mossad, incapaz de detectar de forma anticipada el
ataque, Netanyahu tiene a una sociedad unida por el terror y parece dispuesto a
acometer la demolición absoluta de los palestinos.
Europa no puede
permitirlo, y desde luego no puede ser cómplice de un criminal de guerra que
busca una victoria arrolladora y definitiva, no contra un grupo terrorista sino
contra un pueblo entero. Y no con acciones selectivas, sino con una retórica de
exterminio. Netanyahu sabe muy bien que en la UE nada se mueve sin permiso de
su socio prioritario, Estados Unidos, y que el bloque mediático y político
occidental está absolutamente dominado por reaccionarios belicistas. En solo
unas horas, Europa parece haber cancelado sin rubor su responsabilidad
poscolonial con Palestina.
Mientras Netanyahu
empezaba a tuitear imágenes de los bombardeos sobre Gaza y los tanques se
apostaban ante la franja, la presidenta de la Comisión Europea proyectaba la
bandera del estado judío en sus instituciones y los grandes mandatarios de la
Unión elegían bando sin ambages. De nuevo el furor bélico, de nuevo nadie
pidiendo paz, calma o cordura. El lunes 9 corrió la noticia de que la UE
suspendía “de forma inmediata” toda ayuda para Palestina, tras un mensaje
publicado en la red social X (antes Twitter) por el comisario de Ampliación, el
húngaro Oliver Varhelyi. Horas después, y ante las protestas de España y otros
países, la UE matizó que la Comisión estudiará la situación en el consejo de
ministros de Exteriores del 10 de octubre. Por poner en perspectiva esa ayuda:
Ucrania ha recibido 77.000 millones de euros.
Palestina debe recibir 691 este año.
Según datos de
Amnistía Internacional, hay más de 5,6 millones de personas palestinas
refugiadas que no pueden ejercer el derecho a retornar y cientos de prisioneros
palestinos en espera de juicio en Israel. Al menos otras 150.000 corren un
riesgo real de perder sus hogares debido a la brutal práctica de demoliciones
de viviendas o desalojos forzosos de Israel. La realidad del conflicto es que
Israel lleva décadas negando un Estado al pueblo palestino, imponiendo un
sistema de opresión y dominación en todas las zonas bajo su control, a fin de
robar espacio y derechos a las personas palestinas y beneficiar a la población
israelí. Esto se llama apartheid y está prohibido por el derecho internacional.
No estamos ante una
guerra entre dos pueblos en igualdad de condiciones: hay un ocupante y un
ocupado, un colonizador y un colonizado, un opresor y un oprimido. Israel no es
la víctima sino el victimario. Como potencia ocupante, es responsable del
bienestar del pueblo y del territorio que ocupa. Las leyes, políticas y
prácticas concebidas para mantener un sistema cruel de control de la población
palestina han dejado a ésta fragmentada geográfica y políticamente, empobrecida
y en un estado permanente de temor e inseguridad.
Desde nuestra
modesta tribuna, pedimos al Gobierno español que tome partido por la paz y por
el reconocimiento del Estado palestino, que no justifique el uso del terror de
Estado para enfrentar al terrorismo, y que haga las gestiones necesarias para
detener cuanto antes la espiral de violencia y de venganza, para frenar los
crímenes de guerra y para impedir una mayor escalada bélica y el genocidio del
pueblo palestino.
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* Este editorial se
ha actualizado con las cifras de víctimas el 10 de octubre a las 18.30 horas,
según el diario independiente israelí Haaretz.
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