TODO SIGUE SIENDO ETA
JONATHAN
MARTÍNEZ
Periodista
Jabier Salutregi, en
una imagen de archivo. EFE
Ayer falleció Jabier Salutregi y hoy me veo en el aprieto de intentar explicar quién era. Me gustaría decir que el periodismo está de luto, que el oficio ha perdido a un icono imborrable de las libertades públicas, a un bastión de resistencia frente al imperio de las mordazas. La realidad, sin embargo, se extiende con un tapete de silencio en todas las redacciones. No lo llorará Carlos Herrera en los micrófonos de la Cope. Ana Rosa Quintana no firmará un sentido obituario. Lo más cómodo a estas alturas es callar y pasar página. Los que el lunes despedían con un pésame dolido a Berlusconi hoy no dicen ni media y ese mutismo vale más que toda mi elocuencia.
En la madrugada del
15 de julio de 1998, hace ya casi veinticinco años, a Salutregi lo despertó una
llamada de la Policía. Estaba a punto de salir de vacaciones pero tuvo que
cancelar su viaje a Alicante porque el juez Baltasar Garzón había tramado otros
planes. Por primera vez desde 1977, el diario Egin no acudiría a su cita con
los quioscos. Dos centenares de agentes tomaron por sorpresa las instalaciones
del periódico y precintaron las puertas de entrada como quien baliza un campo
de minas. Con un exquisito sentido del humor, bautizaron la redada como
"Operación Persiana". Garzón se acogió una vez más y sin recato a la
vieja doctrina del "todo es ETA".
En las páginas de
El Mundo, el catedrático Enrique Gimbernat denunciaba desde los fundamentos del
Derecho Penal que la embestida contra Egin violaba el artículo 20 de la
Constitución y no significaba otra cosa que un puntapié gratuito a la libertad
de prensa. Por si fuera poco, la maniobra de Garzón ignoraba la sentencia del
Tribunal Constitucional 199/1987, de 16 de diciembre, y recuperaba el espíritu
de la primera ley antiterrorista firmada en tiempos de los GAL. Un estado de
excepción encubierto, decía en 1985 el magistrado José Manuel Bandrés desde una
tribuna de El País. Pero en el cierre de Egin no pesaron tanto los merodeos
jurídicos como las voluntades políticas.
El 22 de julio de
1998, José María Aznar compareció ante los medios en Ankara y avanzó las
primeras pinceladas de los Presupuestos del Estado, cuyos pormenores ya
conocían entonces sus socios de CiU y PNV. Preguntado por Egin, el presidente
se atribuyó de forma velada los méritos de la maniobra. "¿Alguien pensaba
que no nos íbamos a atrever?". Quienes hoy ponen en duda la independencia
judicial como si fuera un fenómeno inédito, debieron haber prestado atención a
Julio Anguita, que intuyó en la redada contra Egin "una orden del
Gobierno". Para entonces, once directivos del diario ya dormían en prisión
bajo una desconcertante acusación de terrorismo.
La historia de
Egin, en efecto, está marcada por el terrorismo. En 1985, tres mercenarios de
los GAL acabaron con el corresponsal Xabier Galdeano en Donibane Lohitzune. En
1989, dos pistoleros de ultraderecha asesinaron en Madrid a Josu Muguruza, que
había sido redactor jefe bajo el seudónimo de Iratzar. Detener aquellas
rotativas siempre fue un sueño íntimo de los poderes del Estado. En 1993, desde
las butacas de Interior, José Luis Corcuera reclamó su disolución. Desde la
lehendakaritza, José Antonio Ardanza concluyó que la clausura sería "un
ejercicio de higiene democrática". Garzón cumplió con creces aquel deseo.
En 2009, el Tribunal Supremo iba a sentenciar que el cierre había sido ilícito.
El próximo mes de
julio, celebraremos el vigesimoquinto aniversario de aquel día fatídico en que
Jabier Salutregi canceló sus vacaciones alicantinas. El último director de Egin
comenzaba entonces una excursión más penosa e impredecible. El camino de las
represalias no es un sendero en línea recta sino una travesía tortuosa que se
estira en el tiempo. Viajes a Madrid, calabozos, detectores de metales,
audiencias sin fin ni sentido, documentos escritos en euskera que se convierten
en pruebas determinantes sin que nadie se haya tomado la molestia en
traducirlos o que han sido traducidos con tanta impericia que terminan
significando lo contrario de lo que pretendían significar.
El macrosumario
18/98 fue un interminable desatino cuyas sesiones se suspendían a menudo porque
los magistrados no encontraban la documentación o porque el Ministerio de
Justicia agotaba sin ton ni son las horas extras de los intérpretes de euskera.
El caos y la arbitrariedad se apoderaron de aquel juicio de juicios donde las
sospechas de pertenencia a ETA no se limitaban a los colaboradores de radio y
prensa escrita sino que se expandían hacia toda la sociedad civil. Hasta la
asociación Joxemi Zumalabe, que difundía prácticas de no violencia, terminó
engullida por los tribunales bajo la hipótesis del entorno. ETA es un planeta y
todos somos sus satélites.
En 2009, cuando el
Supremo le enmendó la plana a la Audiencia Nacional, ya era demasiado tarde
para salvar la escabechina. La nave del polígono Eziago de Hernani, precintada
y maldita, presentaba el aspecto de un trasatlántico hundido: techos
desprendidos, pasillos embarrados, anaqueles de ficheros echados a perder por
el polvo y la humedad. Mucho tiempo después, el Gobierno vasco iba a apadrinar
el patrimonio documental de Egin para que engrosara los archivos históricos.
Garzón, por su parte, mantuvo la afrenta y obligó a Gara a abonar tres millones
de euros por una deuda que no le pertenecía.
Salutregi padeció
siete años de itinerancia penitenciaria entre Alcalá, Soto del Real y València.
En 2015, cuando estaba a punto de abandonar por fin el penal de Burgos, era el
único director de un diario que continuaba preso en Europa. Así lo denunciaba
Reporteros sin Fronteras, que hoy denuncia el encarcelamiento de Pablo González
y reclama explicaciones a las autoridades polacas. El paralelismo es obligado.
Según los agentes del CNI que interrogaron a los familiares de González,
Polonia orienta sus sospechas hacia Gara por ser "un medio pro-ETA y
subvencionado por Rusia". La teoría del entorno no conoce límites ni
vergüenzas.
Salutregi estaba
jubilado y a menudo lo teníamos dando guerra en Twitter. Hoy, en la cabecera de
su perfil, levanta una fotografía de Pablo González como un grito póstumo por
la libertad de prensa. En noviembre de 2015, en una entrevista con Mertxe
Aizpurua, Salutregi dejaba un mensaje, casi un testamento, de vitalidad y de
cordura. "La cárcel es jodida. Todas las cosas que has dejado fuera, los
malos genios, las malas leches, te parecen estúpidas. Y quieres más a la
gente". Hoy, a veinticinco años del fin de Egin, los padrinos del
"todo es ETA" siguen en espléndida forma. La historia los devorará.
Jabier Salutregi, en cambio, nunca dejará de ser eterno.
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