EL DERRUMBE DE KIEV
THIERRY
MEYSSAN.
Los enormes volúmenes de armamento enviados por los miembros de la OTAN han resultado inútiles. El campo de batalla se ha cubierto de cadáveres de soldados ucranianos enviados a morir inútilmente. Los territorios cuyas poblaciones decidieron por vía de referéndum unirse a la Federación Rusa seguirán siendo rusos.
Este «jaque mate» no sólo marca el fin de la Ucrania que alguna vez conocimos. También significa el fin de la dominación occidental, de un Occidente que apostó por la mentira.
El nacimiento del mundo multipolar puede llegar a concretarse durante este verano, en el marco de varias cumbres internacionales. Se impone una manera de pensar que no reconoce la fuerza como fuente del derecho.
Este artículo fue redactado
el 10 de junio. En aquel momento, las únicas informaciones disponibles eran las
que divulgaban Rusia y los estados mayores de los países de la OTAN. Kiev había
impuesto un silencio mediático total sobre su contraofensiva. Quizás tendríamos
que haber esperado un poco antes de publicar este artículo. Pero también
pensamos que si Kiev hubiese logrado al menos romper la primera línea defensiva
rusa… lo habría anunciado. Por consiguiente, decidimos publicar este análisis.
En 6 días, del 4 al
10 de junio de 2023, la contraofensiva del ejército de Kiev se ha convertido en
una terrible derrota.
Las fuerzas rusas
habían construido dos líneas defensivas en la parte de la Novorossiya ya
liberada y en el Donbass. Los blindados occidentales de Kiev se estrellaron
contra la primera línea.
Las tropas de Kiev
arremetieron contra una docena de puntos con la esperanza de recuperar el
territorio «ocupado». Sus blindados no lograron atravesar la primera línea
defensiva rusa, se amontonaron frente a ella y allí fueron destruidos uno por
uno por la artillería y los drones rusos.
Antes del inicio de
la contraofensiva de Kiev, el ejército ruso había destruido centros de mando y
arsenales de las fuerzas armadas ucranianas mediante ataques con misiles. Gran
parte de la defensa antiaérea recién instalada había sido igualmente destruida
con misiles hipersónicos. Al carecer de los medios antiaéreos destruidos, las
fuerzas ucranianas no pudieron llevar a cabo las acciones que la OTAN había
planificado.
Exceptuando su
sistema de neutralización electrónica de los medios de control del armamento de
la OTAN y algunos de sus misiles hipersónicos, Rusia no recurrió a sus nuevas
armas.
La frontera se ha
convertido en un extenso cementerio de hombres y blindados. Los aeródromos
ucranianos están plagados de restos humeantes de aviones MiG-29 y F-16.
Los estados mayores
de EEUU, de la OTAN y de Ucrania se acusan entre sí de este histórico desastre.
Nadie quiere cargar con la responsabilidad de la derrota. Varios miles de
militares ucranianos han muerto inútilmente y 500 000 millones de dólares se
han perdido en un gasto igualmente inútil. Las armas occidentales que hacían
temblar el mundo en los años 1990 no han servido de nada ante el arsenal ruso
de hoy. La fuerza ha cambiado de bando.
En este momento, ya
se imponen dos conclusiones:
No debemos
confundir el ejército ucraniano con los «nacionalistas integristas»
Ya no existe un
ejército ucraniano capaz de librar una guerra de alta intensidad, pero Kiev
todavía cuenta con las fuerzas integradas por los «nacionalistas integristas»
-a veces denominadas «banderistas» o «ukronazis». Sin embargo, esas fuerzas no
cuentan con la preparación necesaria para asumir un conflicto de alta
intensidad -su experiencia se limita a la participación en enfrentamientos de
baja intensidad. Sus cabecillas lucharon en Chechenia -a finales de los años
1990- bajo las órdenes de la CIA estadounidense y de los servicios secretos de
la OTAN, y a veces en Siria -en los años 2020. Están entrenados para cometer
asesinatos selectivos, realizar acciones de sabotaje y perpetrar masacres
contra civiles. La guerra de alta intensidad está por encima de sus
«capacidades».
Estos es lo que han
logrado
Sabotear los
gasoductos ruso-germano-franco-neerlandeses Nord Stream y Nord Stream 2, el 26
de septiembre de 2022, para sumir a Alemania, y la Unión Europea en general, en
la recesión
Sabotear el puente
que atraviesa el estrecho de Kerch, conocido como «el Puente de Crimea», el 8
de octubre de 2022
Atacar con drones
el Kremlin, el 3 de mayo de 2023
Atacar con drones
el barco ruso Ivan Kurs, que defendía el gasoducto Turkish Stream en el Mar
Negro, el 26 de mayo de 2023
Sabotear la represa
de Kajovka, para dividir en dos la Novorossiya, el 6 de junio de 2023
Volar la tubería destinada
al transporte de amoníaco entre Togliatti (en Rusia) y Odesa (en Ucrania), el 7
de junio de 2023, para sabotear la producción rusa de fertilizantes.
Como en las dos
Guerras Mundiales y durante la guerra fría, los «nacionalistas integristas»
ucranianos han demostrado sus «habilidades» en materia de terrorismo, pero no
han tenido ningún papel decisivo en el campo de batalla.
En este momento es
más importante que nunca percibir la diferencia entre los ucranianos, los
militares, que creían defender a su pueblo, y los «nacionalistas integristas»
[1], indiferentes estos últimos a la protección de sus compatriotas y que a lo
largo de todo un siglo han demostrado tener como único objetivo la erradicación
de los rusos y de la cultura rusa.
La Ucrania que
alguna vez conocimos ya no existe
Lo que hoy queda de
Ucrania es sobre todo un poder de comunicación. Kiev ha logrado hacer creer que
el golpe de Estado de 2014, el derrocamiento de un presidente democráticamente
electo para poner en el poder a los «nacionalistas integristas», fue una
«revolución». También ha logrado disimular el hecho que el régimen nacido de
aquel golpe de Estado reprimió a los ucranianos del Donbass, les negó el acceso
a los servicios públicos, negó el pago de los salarios a los funcionarios en
aquella región, negó el pago de las jubilaciones y acabo bombardeando las
ciudades del Donbass. Y también ha logrado hacer creer en Occidente que Ucrania
era un país homogéneo donde un solo grupo poblacional siempre vivió una
historia común.
Como en la mayoría
de las guerras, existe en Ucrania el factor «guerra civil» [2]. Todos pueden
comprobar ahora que -a pesar de todo lo que se ha hecho para tratar de negarlo-
el análisis que Vladimir Putin publicó en su momento no es una «reconstrucción»
de la historia sino una verdad acorde con los hechos. El pueblo del Donbass es
profundamente ruso. El pueblo de la Novorossiya, aunque su historia es
diferente a la de Rusia (nunca existió en la Novorossiya el sistema de
explotación de los siervos), también es de cultura rusa. A lo largo de la
historia, Ucrania sólo existió como Estado independiente durante un decenio
-durante los agitados periodos de 1917-1922 y 1941-1945-, al que se agregó
después el periodo iniciado en 1991, a raíz de la disolución de la URSS.
Durante esos breves
periodos, Kiev emprendió limpiezas étnicas y masacró a los propios ucranianos.
Primero, cuando los nacionalistas integristas estuvieron en el poder -en
1917-1922, con el régimen de Petliura, y en 1941-1945, con el colaborador de
los nazis Stepan Bandera. En 2014-2022, volvió a suceder lo mismo -bajo los
presidentes Petro Porochenko y Volodimir Zelenski. O sea, en un siglo, los
«nacionalistas integristas» ucranianos -así se designan ellos mismos- han
asesinado a más de 3 millones de sus compatriotas.
Durante la Primera
Guerra Mundial, la población de la Novorossiya se sublevó contra Kiev, con el
anarquista Nestor Majno. Durante la Segunda Guerra Mundial, la población del
Donbass y la población de la Novorossiya se sublevaron, como pueblos
soviéticos, contra el régimen impuesto en Kiev por los ocupantes nazis y sus
colaboradores ucranianos. Esas poblaciones luchan hoy, junto a las fuerzas
rusas, contra los «nacionalistas integristas» de Kiev.
La única manera de
evitar nuevas masacres es separar a los «nacionalistas integristas» de las
poblaciones de cultura rusa que estos se empeñan en tratar de aniquilar [3].
Dado el hecho que
la OTAN organizó un golpe de Estado en 2014, puso a los «nacionalistas
integristas» en el poder y emprendió una verdadera guerra contra las
poblaciones de las regiones de cultura rusa, es evidente que el país ya está
dividido y que la única solución para el actual conflicto es dejar a esos
elementos en el poder… en Kiev. Tocará a los ucranianos -y sólo a ellos- la
tarea de sacarlos definitivamente del poder.
El conflicto actual
ha iniciado el proceso. En las regiones liberadas por las fuerzas rusas los
pobladores decidieron, mediante referéndums populares, unirse a la Federación
Rusa. El presidente Vladimir Putin, interrumpió el avance inicial del año
pasado para dejar espacio a las negociaciones con Ucrania, realizadas primero
en Bielorrusia y posteriormente en Turquía. La región de Odesa es ucraniana, de
jure, pero es culturalmente rusa. De jure, Transnistria sigue siendo moldava
pero también es culturalmente rusa.
Técnicamente, la
guerra puede considerarse terminada. Ninguna ofensiva de Kiev podrá modificar
las nuevas fronteras surgidas del conflicto. Es cierto que los combates pueden
prolongarse por mucho tiempo y que las partes están lejos de concluir un
tratado de paz.
Pero también es
cierto que las armas han hablado y que la suerte está echada. Y que también
queda un problema en Ucrania, así como en Moldavia: la región de Odesa y la de
Transnistria todavía no han pasado a ser rusas.
Lo más importante,
sin embargo, es que aún subsiste un problema de fondo. En violación de sus
compromisos orales y escritos, las potencias de la OTAN han acumulado enormes
volúmenes de armamento estadounidense junto a la frontera de Rusia, cuya
seguridad sigue estando en peligro.
observatoriocrisis.com
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