ILUMINADO
JOSU AIZPURUA
En pleno jolgorio
del concierto murciano de LGTBI de pronto el ilustrísimo inspector policial
reparó que los pechos de la cantante habían salido de la camiseta. Miles de
mujeres en las palayas o en los bancos de amamantar, tenían los pechos al aire,
pero el iluminado inspector consideró que “aquello” era un atentado al
publico y a la Autoridad.
Y paró el
concierto.
Podría haberse provocado un altercado entre el público más exaltado, pero, por suerte, este publico forjado en mil provocaciones y batallas, tiene claro su futuro y mantuvo firme su pulso.
En Nanterre acaban
de disparar a un joven que se saltó ¡un control! En todas partes cuecen
habas.
Y es que la
herencia fascista del Principio de Autoridad, que ya fue superada, arrollada,
por el paso del tiempo y la asunción de DDHH de las masas, paseantes o en
concierto, no acaba de cuajar en los miembros uniformados que se creen con una
patente de corso para quedar encima de la plebe. No señores; ustedes son
responsables del Orden Público y ante masas ciudadanas sus criterios deben
plegarse al sentido común ciudadano y respetar sus actuaciones.
No vale la norma
del Loco de la Autopista.
Lo que hicieron con
la cantante despechugada en Murcia, es una barbaridad democrática, y un riesgo
grave de alteración pública. Y debe ser utilizado para enmendar la actuación
prepotente del uniformado ante la gente común. En los campos de futbol es
tarjeta amarilla.
Basta ya de
truquitos de pasma, identificación, etc, para poder detener a quien no lo
merece. Basta ya del CIRCULEN, al que le falta el por favor y le sobra
prepotencia. Las masas no son ovejas, son ciudadanos portadores de DDHH y
civiles que los uniformados se creen con poder de desarmar.
Ya vimos con el
asunto de La Manada sanferminera, que los uniformados pueden ser errores de
control de admisión, y ello nos anima a pedir su devaluación de actuación
pública, y someterlos a un nuevo modo más acorde con los tiempos.
El Principio de
Autoridad no se quiebra con el contraste de pareceres en la sociedad, y para
resolverlos están los despachos tranquilos y con asesores a uniformados con
doctos criterios. Las broncas con uniformados empecinados en sus propias iluminaciones
son cosas del pasado franquista, y en Democracia son errores de esos cuerpos
cuya preparación no debería permitir la gresca como modo de resolución; y la
prepotente exhibición de armamento debe ser erradicada.
De estos cienos
vienen estos lodos, y la Valla de Melilla es algo que se embarra en esa
uniformidad afascistada, que se pasea como Jhon Wayne entre los vaqueros, y que
mira al ciudadano con aire de perdonavidas.
El respeto se gana y con sus actitudes los uniformados no se lo están ganando y con un Marlasca al frente es misión imposible
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