miércoles, 28 de junio de 2023

ILUMINADO

ILUMINADO

JOSU AIZPURUA

En pleno jolgorio del concierto murciano de LGTBI de pronto el ilustrísimo inspector policial reparó que los pechos de la cantante habían salido de la camiseta. Miles de mujeres en las palayas o en los bancos de amamantar, tenían los pechos al aire, pero el iluminado inspector consideró que “aquello” era un atentado al publico y a la Autoridad.

Y paró el concierto.

Podría haberse provocado un altercado entre el público más exaltado, pero, por suerte, este publico forjado en mil provocaciones y batallas, tiene claro su futuro y mantuvo firme su pulso.

En Nanterre acaban de disparar a un joven que se saltó ¡un control! En todas partes cuecen habas.

Y es que la herencia fascista del Principio de Autoridad, que ya fue superada, arrollada, por el paso del tiempo y la asunción de DDHH de las masas, paseantes o en concierto, no acaba de cuajar en los miembros uniformados que se creen con una patente de corso para quedar encima de la plebe. No señores; ustedes son responsables del Orden Público y ante masas ciudadanas sus criterios deben plegarse al sentido común ciudadano y respetar sus actuaciones.

No vale la norma del Loco de la Autopista.

Lo que hicieron con la cantante despechugada en Murcia, es una barbaridad democrática, y un riesgo grave de alteración pública. Y debe ser utilizado para enmendar la actuación prepotente del uniformado ante la gente común. En los campos de futbol es tarjeta amarilla.

Basta ya de truquitos de pasma, identificación, etc, para poder detener a quien no lo merece. Basta ya del CIRCULEN, al que le falta el por favor y le sobra prepotencia. Las masas no son ovejas, son ciudadanos portadores de DDHH y civiles que los uniformados se creen con poder de desarmar.

Ya vimos con el asunto de La Manada sanferminera, que los uniformados pueden ser errores de control de admisión, y ello nos anima a pedir su devaluación de actuación pública, y someterlos a un nuevo modo más acorde con los tiempos.

El Principio de Autoridad no se quiebra con el contraste de pareceres en la sociedad, y para resolverlos están los despachos tranquilos y con asesores a uniformados con doctos criterios. Las broncas con uniformados empecinados en sus propias iluminaciones son cosas del pasado franquista, y en Democracia son errores de esos cuerpos cuya preparación no debería permitir la gresca como modo de resolución; y la prepotente exhibición de armamento debe ser erradicada.

De estos cienos vienen estos lodos, y la Valla de Melilla es algo que se embarra en esa uniformidad afascistada, que se pasea como Jhon Wayne entre los vaqueros, y que mira al ciudadano con aire de perdonavidas.

El respeto se gana y con sus actitudes los uniformados no se lo están ganando y con un Marlasca al frente es misión imposible

 

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