UCRANIA: UN AÑO EN GUERRA Y SEIS
COSAS QUE NO SUCEDIERON
JORGE TAMAMES
Grafitti en un edificio
de Kiev destruido por los ataques rusos.- SERGEI CHUZAVKOV / ZUMA PRESS /
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Ucrania cumple un año en guerra. No hay nada que celebrar en un enfrentamiento que ha segado decenas de miles de vidas y desplazado forzosamente a millones de personas. Tampoco hay mucho que añadir al sinfín de actos, columnas, informes y discursos que hacen balance del aniversario.
Tal vez resulte más productivo centrarse en lo que la invasión rusa no trajo consigo. Esta perspectiva nos dirá poco sobre el futuro de la guerra. Pero es útil para centrar la reflexión en el presente. Aquí van seis ideas que en diferentes momentos asumimos como hechos consumados, y con el tiempo resultaron ser poco más que cábalas.1
1. Ucrania será
derrotada. El error más evidente en retrospectiva. También en el que menos
sentido tiene detenerse, más allá de para destacar que es una noticia
excelente. Al margen de las críticas que merecen la UE, OTAN y EEUU por su
gestión de la posguerra fría –en concreto, por su fracaso apuntalando un orden
de seguridad euro-atlántico–, Moscú inició una guerra de manera unilateral,
quebrando sus compromisos internacionales y cometiendo crímenes de guerra. El
fracaso de una agresión librada en estos términos siempre debe ser motivo de
satisfacción.
2. Rusia va
colapsar. El objetivo de apoyar a Ucrania, se llegó a decir, era promover una
implosión del régimen de Vladímir Putin, o incluso desgajar el Estado ruso para
inhibir sus impulsos imperialistas. Estas hipérboles –a las que se añaden
nuevas profecías fallidas de Francis Fukuyama, política-ficción sobre
rebeliones de oligarcas, y especulaciones respecto a las enfermedades mortales
que padecería Putin– son contraproducentes. Nunca se ciñeron a los hechos y han
caído por su propio peso.
El caso de las
sanciones es más complejo. En 2022 Rusia experimentó una caída del 2% de su
PIB. Eso sugiere que su efecto es real, pero limitado. Por poner las cosas en
perspectiva: en marzo se llegaron a vaticinar contracciones económicas del 20%
del PIB.
¿Dónde queda
entonces la capacidad rusa de seguir librando esta guerra? Un reciente
reportaje del Financial Times responde a esta pregunta analizando cuatro
variables: industria militar, estado de la economía, capacidad de movilización
y apoyo social. La conclusión es aleccionadora. Rusia ha acusado un golpe a
corto plazo, pero ha sido capaz de reponerse. A medio plazo, los problemas
derivados de la falta de componentes tecnológicos, recursos financieros,
inversión y divisas occidentales obtenidas por exportar hidrocarburos son más
graves. A largo plazo, no obstante, el país parece capaz de reorientar sus
exportaciones energéticas hacia Asía, así como consolidar su posición como
proveedor de armamento y seguridad en África.
3. La UE se
resquebraja. Los 27 han mantenido la cohesión que descubrieron el 24 de febrero
pasado. Es un logro considerable. Entre los Estados miembros conviven posturas
matizadas –como las de Alemania y Francia–, posiciones maximalistas como las de
los bálticos, y las falsas equidistancias del gobierno húngaro, cuya
marginación es otra noticia positiva (aunque con un anverso inquietante: el
refuerzo de un régimen polaco igual de autoritario, solo que beligerante frente
a Moscú).
Merece la pena
detenerse en el apartado económico. A finales de verano, las voces que
auguraban un invierno del descontento europeo eran muchas y muy variadas: del
Fondo Monetario Internacional al Kremlin, pasando por la oposición española y
Larry Summers en EEUU. Todo ello laminaría la firmeza de la UE frente a Rusia.
Pero la realidad no ha traído una recesión global ni racionamientos de gas en
Europa. El shock de precios no se ha esfumado, pero las previsiones más
agoreras sobre la inflación amainan. El resultado que arroja la excepción
ibérica es excelente. Los historiadores del futuro encontrarán en 2020-2023
motivos de peso para entender las profundas transformaciones que experimenta el
pensamiento económico convencional.
4. Rusia librará
una guerra híbrida. Hace un año resultaba tentador recurrir a analogías
históricas para entender el conflicto. Una elección clara parecía la Primera
Guerra Mundial, atendiendo al papel que en ella desempeñarnos el nacionalismo y
la escalada de decisiones que condujeron al conflicto. La comparación ha
resultado idónea, pero por motivos distintos: tras un año de guerra, los dos
bandos han terminado cavando trincheras y estancándose en una guerra de
desgaste.
Esto no entraba en
el guion. Durante años, una legión de analistas advirtió sobre los peligros de
la "Doctrina Guerásimov", así llamada por el sempiterno jefe del
Estado Mayor ruso. Hoy Valeri Guerásimov está a cargo de la ofensiva rusa, pero
no presenciamos una "guerra híbrida" basada en ciberataques, fuerzas
especiales, intervenciones asimétricas ni operaciones de desinformación
elaboradas. Ni siquiera la fuerza aérea desempeña un papel fundamental, más
allá de la innovación que han supuesto los aviones no tripulados (Bayraktar
turcos en el lado ucraniano, drones explosivos iraníes en el ruso). Rusia
pretende ganar mediante al uso masivo de artillería, desempolvando piezas que
datan de la Segunda Guerra Mundial. Tal vez a los teóricos militares también
les corresponda un periodo de introspección.
5. El envío de
armas no beneficiará a Ucrania y detonará una escalada militar. Existían
motivos de peso para justificar dudas respecto al apoyo militar a Kiev. El
precedente de las armas norteamericanas entregadas al ejército iraquí o las
milicias sirias, que terminaban invariablemente en manos del Estado Islámico. O
el interés con que Hillary Clinton defendió convertir Ucrania en una nueva
"trampa afgana" para Moscú, esta vez a 400 kilómetros de Viena. La
posibilidad de una escalada militar desbocada parecía real en las primeras
semanas del conflicto. También la noción de que los ucranianos no estaban
preparados para combatir, por lo que armarles equivaldría a reeditar una
cruzada de los niños.
Ninguno de esos
escenarios se ha materializado. Los ucranianos han demostrado voluntad y
capacidad de resistir. Aportaciones occidentales como los misiles anti-tanque
Javelin, la artillería Himars y Caesar, o las baterías antiaéreas Gepard han
obstaculizado los avances rusos. Las advertencias sobre la
"militarización" de Europa o las "provocaciones" a Rusia
deberían considerar que el principal responsable de escalar el conflicto está
en Moscú –que pretende anexionar un tercio de Ucrania, y de manera reiterada
emplea el ruido de sables nuclear–, no en Bruselas ni Washington.
Con todo, esta
situación no invita a la complacencia. Los debates sobre envío de armas suelen
discurrir por líneas torticeras. Las posiciones reflexivas –como las del
filósofo Jürgen Habermas– se despachan con referencias perezosas al
"apaciguamiento" de los nazis en 1938. El envío de sistemas de
defensa cada vez más sofisticados –ayer tanques, hoy aviones– obedece a una
lógica de estampida: los miembros de la OTAN más reticentes deben plegarse a
realizar nuevas entregas, en base al hecho de que los más asertivos ya lo han
hecho. En el debate público no se produce ningún tipo de reflexión sobre las
consideraciones estratégicas que deben guiar las decisiones de apoyo militar.
No existe un consenso sobre cómo definir una victoria en Ucrania, más allá de
la fórmula –socorrida pero analíticamente endeble– de proveer "todo lo que
necesite" su gobierno para ganar la guerra. También está por ver si estas
necesidades –especialmente en lo que concierne a municiones– pueden
satisfacerse a medida que se agotan los stocks y arsenales occidentales.
6. Deberemos
escoger entre "paz" y "justicia". Una fórmula útil de
conceptualizar la división de opiniones respecto a esta guerra es entre quienes
buscan un desenlace justo para Ucrania (aunque ello comporte prolongar la
guerra) y quienes preferirían una paz lo antes posible, por más que fuese en
condiciones nefastas para el país agredido. Este esquema sirve para sondear a
la opinión pública. Pero el binomio paz-justicia no es especialmente útil a la
hora de entender las opciones reales sobre la mesa.
Hoy la paz es
inviable. Tanto Kiev como Moscú piensan que todavía son capaces de dar un golpe
de efecto en el campo de batalla y reconducir el curso de la guerra. El
Kremlin, una vez proclamada la anexión de cuatro regiones en el sur de Ucrania,
tiene muy difícil salir del agujero en el que sus propias decisiones lo han
emplazado. Incluso si lograse un éxito militar contundente, se vería en la
obligación de ocupar extensas regiones del país. Allí sus tropas sufrirían
ataques y sabotajes continuos. A la guerra de trincheras le sobrevendría una de
guerrillas. La noción de que Rusia se encuentra en condiciones de imponer una
paz –siquiera la del cementerio– es engañosa.
Tampoco se
producirá un desenlace plenamente justo. Kiev no cumplirá el conjunto de sus
objetivos militares y políticos. Los primeros pasan por retomar las regiones
bajo control ruso y la península de Crimea, expulsando a todas las tropas rusas
del país. Los segundos incluyen la celebración de juicios contra los dirigentes
rusos y el pago de reparaciones de guerra. Esto último requeriría un colapso
del régimen de Putin, que hoy por hoy no parece en condiciones de darse.
Ahora estas
limitaciones son infranqueables. Asumirlo es frustrante y genera sensación de
impotencia. Pero es el punto de partida necesario para entender las exigencias
a las que los bandos deberán renunciar el día en que –por la fuerza de los
hechos– se vean obligados a sentarse a negociar una paz justa. Todo sea que
constatar esta obviedad no conlleve otro año de guerra.
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