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sábado, 25 de febrero de 2023

UCRANIA: UN AÑO EN GUERRA Y SEIS COSAS QUE NO SUCEDIERON

 

UCRANIA: UN AÑO EN GUERRA Y SEIS 

COSAS QUE NO SUCEDIERON

JORGE TAMAMES

Grafitti en un edificio de Kiev destruido por los ataques rusos.- SERGEI CHUZAVKOV / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO

Ucrania cumple un año en guerra. No hay nada que celebrar en un enfrentamiento que ha segado decenas de miles de vidas y desplazado forzosamente a millones de personas. Tampoco hay mucho que añadir al sinfín de actos, columnas, informes y discursos que hacen balance del aniversario.

Tal vez resulte más productivo centrarse en lo que la invasión rusa no trajo consigo. Esta perspectiva nos dirá poco sobre el futuro de la guerra. Pero es útil para centrar la reflexión en el presente. Aquí van seis ideas que en diferentes momentos asumimos como hechos consumados, y con el tiempo resultaron ser poco más que cábalas.1

 

1. Ucrania será derrotada. El error más evidente en retrospectiva. También en el que menos sentido tiene detenerse, más allá de para destacar que es una noticia excelente. Al margen de las críticas que merecen la UE, OTAN y EEUU por su gestión de la posguerra fría –en concreto, por su fracaso apuntalando un orden de seguridad euro-atlántico–, Moscú inició una guerra de manera unilateral, quebrando sus compromisos internacionales y cometiendo crímenes de guerra. El fracaso de una agresión librada en estos términos siempre debe ser motivo de satisfacción.

 

2. Rusia va colapsar. El objetivo de apoyar a Ucrania, se llegó a decir, era promover una implosión del régimen de Vladímir Putin, o incluso desgajar el Estado ruso para inhibir sus impulsos imperialistas. Estas hipérboles –a las que se añaden nuevas profecías fallidas de Francis Fukuyama, política-ficción sobre rebeliones de oligarcas, y especulaciones respecto a las enfermedades mortales que padecería Putin– son contraproducentes. Nunca se ciñeron a los hechos y han caído por su propio peso.

 

El caso de las sanciones es más complejo. En 2022 Rusia experimentó una caída del 2% de su PIB. Eso sugiere que su efecto es real, pero limitado. Por poner las cosas en perspectiva: en marzo se llegaron a vaticinar contracciones económicas del 20% del PIB.

 

¿Dónde queda entonces la capacidad rusa de seguir librando esta guerra? Un reciente reportaje del Financial Times responde a esta pregunta analizando cuatro variables: industria militar, estado de la economía, capacidad de movilización y apoyo social. La conclusión es aleccionadora. Rusia ha acusado un golpe a corto plazo, pero ha sido capaz de reponerse. A medio plazo, los problemas derivados de la falta de componentes tecnológicos, recursos financieros, inversión y divisas occidentales obtenidas por exportar hidrocarburos son más graves. A largo plazo, no obstante, el país parece capaz de reorientar sus exportaciones energéticas hacia Asía, así como consolidar su posición como proveedor de armamento y seguridad en África.

 

3. La UE se resquebraja. Los 27 han mantenido la cohesión que descubrieron el 24 de febrero pasado. Es un logro considerable. Entre los Estados miembros conviven posturas matizadas –como las de Alemania y Francia–, posiciones maximalistas como las de los bálticos, y las falsas equidistancias del gobierno húngaro, cuya marginación es otra noticia positiva (aunque con un anverso inquietante: el refuerzo de un régimen polaco igual de autoritario, solo que beligerante frente a Moscú).

 

Merece la pena detenerse en el apartado económico. A finales de verano, las voces que auguraban un invierno del descontento europeo eran muchas y muy variadas: del Fondo Monetario Internacional al Kremlin, pasando por la oposición española y Larry Summers en EEUU. Todo ello laminaría la firmeza de la UE frente a Rusia. Pero la realidad no ha traído una recesión global ni racionamientos de gas en Europa. El shock de precios no se ha esfumado, pero las previsiones más agoreras sobre la inflación amainan. El resultado que arroja la excepción ibérica es excelente. Los historiadores del futuro encontrarán en 2020-2023 motivos de peso para entender las profundas transformaciones que experimenta el pensamiento económico convencional.

 

4. Rusia librará una guerra híbrida. Hace un año resultaba tentador recurrir a analogías históricas para entender el conflicto. Una elección clara parecía la Primera Guerra Mundial, atendiendo al papel que en ella desempeñarnos el nacionalismo y la escalada de decisiones que condujeron al conflicto. La comparación ha resultado idónea, pero por motivos distintos: tras un año de guerra, los dos bandos han terminado cavando trincheras y estancándose en una guerra de desgaste.

 

Esto no entraba en el guion. Durante años, una legión de analistas advirtió sobre los peligros de la "Doctrina Guerásimov", así llamada por el sempiterno jefe del Estado Mayor ruso. Hoy Valeri Guerásimov está a cargo de la ofensiva rusa, pero no presenciamos una "guerra híbrida" basada en ciberataques, fuerzas especiales, intervenciones asimétricas ni operaciones de desinformación elaboradas. Ni siquiera la fuerza aérea desempeña un papel fundamental, más allá de la innovación que han supuesto los aviones no tripulados (Bayraktar turcos en el lado ucraniano, drones explosivos iraníes en el ruso). Rusia pretende ganar mediante al uso masivo de artillería, desempolvando piezas que datan de la Segunda Guerra Mundial. Tal vez a los teóricos militares también les corresponda un periodo de introspección.

 

5. El envío de armas no beneficiará a Ucrania y detonará una escalada militar. Existían motivos de peso para justificar dudas respecto al apoyo militar a Kiev. El precedente de las armas norteamericanas entregadas al ejército iraquí o las milicias sirias, que terminaban invariablemente en manos del Estado Islámico. O el interés con que Hillary Clinton defendió convertir Ucrania en una nueva "trampa afgana" para Moscú, esta vez a 400 kilómetros de Viena. La posibilidad de una escalada militar desbocada parecía real en las primeras semanas del conflicto. También la noción de que los ucranianos no estaban preparados para combatir, por lo que armarles equivaldría a reeditar una cruzada de los niños.

 

Ninguno de esos escenarios se ha materializado. Los ucranianos han demostrado voluntad y capacidad de resistir. Aportaciones occidentales como los misiles anti-tanque Javelin, la artillería Himars y Caesar, o las baterías antiaéreas Gepard han obstaculizado los avances rusos. Las advertencias sobre la "militarización" de Europa o las "provocaciones" a Rusia deberían considerar que el principal responsable de escalar el conflicto está en Moscú –que pretende anexionar un tercio de Ucrania, y de manera reiterada emplea el ruido de sables nuclear–, no en Bruselas ni Washington.

 

Con todo, esta situación no invita a la complacencia. Los debates sobre envío de armas suelen discurrir por líneas torticeras. Las posiciones reflexivas –como las del filósofo Jürgen Habermas– se despachan con referencias perezosas al "apaciguamiento" de los nazis en 1938. El envío de sistemas de defensa cada vez más sofisticados –ayer tanques, hoy aviones– obedece a una lógica de estampida: los miembros de la OTAN más reticentes deben plegarse a realizar nuevas entregas, en base al hecho de que los más asertivos ya lo han hecho. En el debate público no se produce ningún tipo de reflexión sobre las consideraciones estratégicas que deben guiar las decisiones de apoyo militar. No existe un consenso sobre cómo definir una victoria en Ucrania, más allá de la fórmula –socorrida pero analíticamente endeble– de proveer "todo lo que necesite" su gobierno para ganar la guerra. También está por ver si estas necesidades –especialmente en lo que concierne a municiones– pueden satisfacerse a medida que se agotan los stocks y arsenales occidentales.

 

6. Deberemos escoger entre "paz" y "justicia". Una fórmula útil de conceptualizar la división de opiniones respecto a esta guerra es entre quienes buscan un desenlace justo para Ucrania (aunque ello comporte prolongar la guerra) y quienes preferirían una paz lo antes posible, por más que fuese en condiciones nefastas para el país agredido. Este esquema sirve para sondear a la opinión pública. Pero el binomio paz-justicia no es especialmente útil a la hora de entender las opciones reales sobre la mesa.

 

Hoy la paz es inviable. Tanto Kiev como Moscú piensan que todavía son capaces de dar un golpe de efecto en el campo de batalla y reconducir el curso de la guerra. El Kremlin, una vez proclamada la anexión de cuatro regiones en el sur de Ucrania, tiene muy difícil salir del agujero en el que sus propias decisiones lo han emplazado. Incluso si lograse un éxito militar contundente, se vería en la obligación de ocupar extensas regiones del país. Allí sus tropas sufrirían ataques y sabotajes continuos. A la guerra de trincheras le sobrevendría una de guerrillas. La noción de que Rusia se encuentra en condiciones de imponer una paz –siquiera la del cementerio– es engañosa.

 

Tampoco se producirá un desenlace plenamente justo. Kiev no cumplirá el conjunto de sus objetivos militares y políticos. Los primeros pasan por retomar las regiones bajo control ruso y la península de Crimea, expulsando a todas las tropas rusas del país. Los segundos incluyen la celebración de juicios contra los dirigentes rusos y el pago de reparaciones de guerra. Esto último requeriría un colapso del régimen de Putin, que hoy por hoy no parece en condiciones de darse.

 

Ahora estas limitaciones son infranqueables. Asumirlo es frustrante y genera sensación de impotencia. Pero es el punto de partida necesario para entender las exigencias a las que los bandos deberán renunciar el día en que –por la fuerza de los hechos– se vean obligados a sentarse a negociar una paz justa. Todo sea que constatar esta obviedad no conlleve otro año de guerra.

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