EL CASO DANI ALVES Y LA COSIFICACIÓN DE LA VÍCTIMA
JOSÉ LUIS LANAO
La violencia y la negación con que se cosificó de inmediato a la víctima por sectores allegados al testorecente universo futbolístico y ámbitos militantes de la derecha
La Audiencia Nacional de Barcelona ordenó que el jugador brasileño Dani Alves continúe preso sin fianza en la cárcel de Brians 2 hasta la apertura del juicio en el que es acusado de presunta por violación. Los magistrados consideran que existe un riesgo "elevado" de fuga a Brasil, donde no existe tratado de extradición entre los dos países. Los cargos en su contra incluyen diversos delitos de agresión sexual contra una joven de 23 años en la discoteca Sutton de Barcelona.
En el informe
policial la víctima declaró: “Fui al baño y Dani Alves me siguió, y me metió
dentro de un lavabo minúsculo. Yo le dije que quería salir. Me dijo que no
podía irme, que le tenía que decir que era su putita. Le dije varias veces que
parase. Me agarró de la cabeza y me acercó con fuerza con la idea de
practicarle una felación, pero no lo logró. Entonces, me abofeteo con
violencia, me tiró al suelo, y me violó”. Por el contrario el jugador niega
conocer a la joven, asegurando que su relato parte de “una invención en un
intento por enriquecerse”. La acusación sostiene que las pruebas del caso “son
diversas y no parten solo de la declaración de la víctima”.
Resultó
sorprendente la violencia y la negación con que se cosificó de inmediato a la
víctima por sectores allegados al testorecente universo futbolístico y ámbitos
militantes de la derecha y la extrema derecha. La acusación de cuestionar su
comportamiento fue el arma arrojadiza con la que imposibilitar la argumentación
misma. La toxicidad que genera la sospecha sobre cada acto de violencia de
género permite a estos sectores considerar que la víctima puede ser
instrumentalizada por otros “verdugos” ideológicos.
No hay nada bueno,
ni verdadero, ni reconfortante en ser víctimas y la mejor noticia que puede
traer una política emancipadora es que podemos dejar de serlo. ¿Qué significa
entonces reconocer a una víctima? Lo contrario de habilitar cualquier
posibilidad de utilizarla a nuestro favor. Reconocer a la víctima no es
investirla con privilegios epistemológicos, es, al contrario, independizarla de
toda pretensión de razón y verdad.
La igualdad por la
que muchas mujeres luchan tiene que ver con corregir precisamente la
cosificación del otro, sea hombre o mujer, a favor de unas relaciones
personales profundas y ricas, donde el semejante no sea considerado un mero
objeto, fragmentado, funcional, un producto diseñado para nuestro uso. Defender
la igualdad de todos los interlocutores en una argumentación racional es
defender también la pluralidad de las víctimas y conservar para toda víctima su
estatuto de sujeto político necesitado de ser cobijado por las instituciones.
La igualdad es caminar hacia una convergencia de géneros que trascienda los
mandatos y los roles establecidos.
Las bondades del
cuidado de los vínculos, la atención a los afectos, la empatía, la
consideración del otro y la reflexividad afectiva, unos valores que
pretendíamos universalizar, choca contra esa resistente masculinización
ideológica, autoritaria y deshumanizante que homogeniza a la baja. Resistirse
al empuje de esa corriente homogeneizante es mucho más costoso que dejarse
llevar por ella.
Pero educar en la
igualdad no es universalizar los peores valores, sino transformarlos, oponernos
desde el pensamiento crítico a ellos, crear imaginativamente nuevas formas de
ser humanes que amplíen el espectro de las diferencias, sin renunciar al
derecho inalienable a la igualdad.
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Texto completo en:
https://ppcc.lahaine.org/el-caso-dani-alves-y
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