LA FARSA Y EL RELATO
PAUL
BEITIA.
Bilbo, manifestación de GKS, 28 de enero de 2023
(Fotografía: insurgente.org)
Las manifestaciones del 28 de enero ya han pasado y, de alguna manera, durarán. Debates sobre el número de manifestantes, distorsiones y aclaraciones de números, recuentos ridículos de colores torpes, opiniones sobre el mensaje de las movilizaciones y su contenido político: un relato es lo que cada uno de nosotros formará, desde la información, los debates y la experiencia recibidos aquí y allá.
Justamente, Pablo
Iglesias habla sobre el relato en su artículo «Es el relato, estúpido»,
publicado hace unos días en CTXT. Iglesias defiende que las políticas «de
izquierdas» del Gobierno de coalición español han salido adelante por
iniciativa de Podemos, e incluso que los «avances» realizados han tenido como
condición fundamental la entrada de la formación morada en el gobierno.
Advierte con preocupación, sin embargo, que no han sabido fijar ese relato. Se
refiere a los choques recientes con el PSOE, pero también a más: cita la falta
de lealtad en torno a la plataforma Sumar de Yolanda Díaz, denuncia un titular
publicado por El País, subraya la inocencia de quienes se sorprenden de que la
derecha gane con «discursos basados en la mentira y en la provocación». «En
política lo más importante», dice, «es quién fija, a base de insistir y
definir, los relatos que se imponen en la memoria política de los ciudadanos».
El artículo se
explica casi por sí solo: lo que nos presenta es una comprensión socialdemócrata
de la lucha cultural en su expresión más clara. Para la socialdemocracia, en
plena crisis capitalista, el deber de la política ya no es garantizar el
bienestar de la gente, ni siquiera reconocer sus imposibilidades objetivas para
ello, sino propagar el relato de que trabajan “por el bien de la gente”. No
importa que digan que han parado los desahucios desde el gobierno y que el año
pasado haya habido más de 21.000 desahucios, no importa que en los récords de
precios de los alquileres sólo se ponga un límite del 2% o que no haya control
sobre los precios de los productos básicos. Para ellos no se trata de que hagan
políticas equivocadas, sino de que la gente no las entiende.
El problema de
comprensión, sin embargo, está claro que lo tienen ellos. Lo que no entienden,
o, mejor dicho, lo que no son en absoluto capaces de explicar es cómo es
posible que la ofensiva contra las condiciones de vida de la clase trabajadora
occidental avance, rápida y violentamente, sin importar que los partidos en el
gobierno de cada país sean de izquierda o de derecha. No es una conspiración,
no es un pensamiento maquiavélico, pese a que Iglesias quizá así lo quisiera:
en la base de esa imposibilidad se encuentra el pensamiento burgués, la
absolutización del marco capitalista, el pensar y actuar siempre dentro de
este. A partir de ahí, para la izquierda institucional, la política siempre es
lo que ellos privilegiadamente hacen, siempre es la política parlamentarista, y
la lucha cultural es también lo que sucede en ese ámbito reducido. La cuestión
del relato, entendida sólo desde la riña electoral y el parlamentarismo
mediatizado, les sirve, precisamente, para no hablar sobre las dinámicas de
poder reales de la sociedad y, sobre todo, para no admitir la función que
cumple la propia socialdemocracia en la reproducción de estas. El mismo
Iglesias decía que la derecha ganaba con «mentiras», pero la izquierda también
lo hace, aunque sin percatarse de la mentira. He ahí la farsa.
Ese es el peligro
adicional de la socialdemocracia: es una mentira disfrazada de honradez, que no
es consciente de su marco de pensamiento y de su actuación, y, por lo tanto,
nunca lo explicita. De esa manera también nos impone la farsa: en el sentido de
la falta de compromiso hacia la verdad, de no entender la propia función que
cumple en realidad. Ese marco de pensamiento inconsciente se encuentra en la
base de todo el aparato de la socialdemocracia, en la predicación de falsas
esperanzas de la izquierda institucional, en la actividad de los trolles de las
redes sociales bajo su influencia, así como en las preguntas sobre disputas
electorales o sobre la «creación del partido» hechas por un periodista del
periódico Berria a un miembro de GKS. Reivindicarán «realismo»,
«profesionalidad» o «neutralidad», pero lo que no comprenderán es que esas
palabras se encuentran totalmente acotadas al marco burgués, y que la función
que cumple su actividad, al fin y al cabo, es la de eternizar ese marco.
El asunto del
relato y la palabrería de la lucha cultural les es útil para desplazar el
problema del poder, para encubrir constantemente la función real que cumple.
Para los y las comunistas, en cambio, la lucha cultural es un momento de la
lucha integral contra el poder de la clase enemiga, cuyo objetivo es destapar
el pensamiento burgués en todas sus expresiones, y es ahí donde situamos
también la cuestión del relato. Desde luego, en relación con las
manifestaciones del 28 de enero, nos importa si los medios de comunicación
proporcionan las cifras de asistentes de la policía o las cifras reales, nos
importa si en el debate público predomina el propio contenido de la
manifestación o los conflictos desfigurados hacia la Izquierda Abertzale, nos
importa si a la gente le llega una imagen positiva del trabajo militante de los
últimos meses o las difamaciones sobre el movimiento. Pero si criticamos todas
ellas, no lo hacemos por puntualizar, y menos aún por intereses electorales,
sino con la intención de explicitar la auténtica función que cumplen. El
pensamiento burgués es, en último término, lo que combatimos en cada
intervención.
En la lectura final
de las manifestaciones del 28 de enero se leyó, con fuerza, una frase que no
podía estar mejor formulada: nuestro mensaje no está dirigido a los políticos
profesionales, sino al proletariado en sí mismo. La diferencia no es sólo
evidente, también es radicalmente contraria. En plena crisis capitalista, cada
vez es más la gente que se percata de la farsa de la socialdemocracia; la tarea
del movimiento socialista es convertir el relato de la farsa, en vez de en el
de la impotencia, en el relato sobre la potencia de la política revolucionaria.
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