BUENOS AIRES BABILÓNICA
Foto: UNsplash /
Nicolás Flor
Por Eduardo Sanguinetti, filósofo, poeta y performer
Buenos Aires, ciudad donde he nacido, se ha convertido en una Babilonia de pasado incomprobable, revolcándose en el fondo de su abismo, en el umbral de la locura espectacularmente conformada en divanes de albergues transitorios, utilizados por huestes de seres indefinidos, de aquellos que habitan las cloacas de las grandes ciudades, ¡sí! esos seres herméticos y nocturnos, para quienes el azar no existe y la alegría se reduce a un nudo en el “cogote”.
A menudo un exceso de cultura sirve de coraza contra las diversas ignorancias, la fe en el progreso y el azar inexistente. Más allá del mito de Sísifo no es otra cosa que el balbuceo de cuerpos que hablan, condenados a repetir hasta el fin de la Historia que no tiene fin, los discursos somáticos de la histeria, sus tics, sus gestos inconclusos, sus dolores.
Buenos Aires sufre
la caída, la degradación y la penetración de rutinas ajenas a su ser, de hembra
acribillada por el recuerdo de mejores tiempos, donde a pesar de las diversas
ignorancias, se elevaba más allá de lo que jamás ha acontecido. Se respiraba en
sus calles, plazas, paseos, avenidas, en sus personajes insondables y mágicos,
otros insalubres y tediosos, múltiples voces aportando sus versiones del vasto
entramado de la milagrosa Buenos Aires.
En mi Buenos Aires
se ha instalado una casta de asesinos del paisaje amoroso, de la dialéctica
esgrimida exquisitamente, por esos seres polifacéticos, que muertos o exiliados
de este territorio de la mutación constante de sujetos y actores, han dejado un
vacío imposible de completar, salvo para nosotros los vencedores de causas
perdidas, los fundadores de un espacio polémico, donde la instancia lúdica, nos
convoca cual rutina de ser y existir. Sin embargo, escéptico del escepticismo
ya no me aferro a nada, salvo a mis prolongadas caminatas por esta ciudad,
enfrentada al río sin orillas, firmemente pegado a mí mismo.
Si otros se solazan
escribiendo y dando conferencias acerca del tiempo, su devenir, su historia, el
origen de la clepsidra, el funcionamiento digital y su incidencia en la vida de
la humanidad, el hallazgo del cuadrante solar, la invención del calendario, mi
cuerpo y mi ser me sirven de único guía. Como cuando tengo hambre, duermo
cuando tengo sueño, me despierto cuando abro los ojos.
Los excluidos de la
historia oficial, podemos narrar la trama de traiciones desde las fisuras,
desde los silencios impuestos por los poderes fácticos del sistema
prostibulario que todo lo controla. El neoliberalismo farandulero no sólo muta
las estructuras económicas y sociales, sino también los valores, al imponer una
cultura centrada en el consumidor, no en las olvidadas y eliminadas necesidades
de la gente, que tiene en el Mercado (y la maquinaria publicitaria que lo
apuntala) el núcleo de su estilo de vida y las tendencias a seguir.
Si la historia
ficcionalizada es un theatrum mundi, un escenario donde se produce la mutación
de las identidades y los roles, nosotros, protagonistas, sólo podremos
reconocernos cuando habremos salido de ella…observándonos en las escenas de
nuestra historia, como extranjeros o turistas, pues hemos sido expulsados de
ella por decir y actuar acorde a nuestras verdades, desde la perspectiva de
seres libres, en compromiso con lo “real” y su alegoría…
La eficacia
escatológica de las imágenes que día a día presentan los medios audiovisuales
de desinformación, de accidentes ‘anunciados’, espantosos personajes elevados a
símbolos, jugadores de fútbol que no se deciden por el sí o el no renovar
contratos con cifras millonarias, homicidios a repetición, violaciones en
serie, genocidas amparados por organismos disfuncionales, aniquilan las
palabras, torpes y simuladas, de funcionarios y periodistas casuales,
intentando decir “algo”, acerca de los luctuosos sucesos que se proyectan sin
cesar, de las imágenes del desastre del día. Puedo decir que la televisión es
la agencia más grande de formación de opinión pública, puesto que la
información es la piedra angular de la formación de la opinión pública, tan
alejada del ‘deber ser’.
La información debe
ejercerse desde la dialéctica, acompañada de la imagen de quien la ejerce en
discurso, en contenido, y esta debe estar sujeta a un monitoreo que pueda ser
clasificable en términos de veracidad, falsedad, credibilidad, precisión etc.,
pero debe evaluarse. Al informar, no lo dudo, debemos decir algo y a la vez
evaluar lo que decimos.
Demasiada
información que aparece y desaparece de la pantalla, sin conocer los desenlaces
de lo que disparan, llámese crisis global por guerra anunciada por invasiòn de
Rusia a Ucrania, la pandemia de Covid-19, pareciera en retroceso, el acuerdo
tramposo de Alberto Fernández con el FMI, aprobado por legisladores de las más diversas
tendencias, devenidos en socios del desastre que se avecina hipotecando el
futuro del pueblo argentino, con la anuencia de JXC, bajo la sombra del fugador
offshore Mauricio Macri, quién tomó esta deuda delcitiva contra todo estatuto
vigent del organismo sojuzgador, mintiendo y liderando a una horda de
descerebrados tilingos, asimilados a su prácticas violentas contra todo lo que
«es»… Se suceden día a día los femicidios de mujeres a manos de sus parejas, y
como no hacer mención a la prostitución vip instalada en espacios de poder,
como lo son los hoteles 5 estrellas y publicitada en pasquines de
¿celebrities?, el pulgar en alto para la eliminación de sensibilidades e
ideales, con aumento de sueldos para legisladores disfuncionales sin
trayectoria alguna en el rol al que desean asimilarse, sólo por capricho
suburbano, ignorantes a plena luz del día, inocultable mezquindad hacia el
hambreado y sin techo, en fin del pobre, de quién soporta una vida paria.
La irrupción de la
tecnología, que sintetiza la narrativa de la historia caprichosa y
arbitrariamente, vincula el presente, a un sin tiempo, a un no lugar, una
percepción de un presente eterno, que anula toda posibilidad de modificar un
pasado que se construye sin registro en lo real de los significados y
significantes, desintegrando su identidad histórica y existencial.
Nos queda el
lenguaje, cuál componente de la historia, pero cuando se desplaza por la
confusión en que medios y redes sociales narran el presente sin destino y
pérdida de sentido, el vacío de significados provoca una pérdida de la vigencia
de lo “real” para, de ese modo, dejar el pensamiento humano librado a una
suerte de ser un eterno paria de lo que jamás aconteció.
No hay dudas de que
“la coartada democrática” en el cosmos consumista es una lógica cultural al
modo de un carnaval rabelesiano…candidatos en “liquidación”, hacen pasar el
consumo de objetos innecesarios por una “función social democrática”
indispensable para seguir viviendo en este mundo… Destilando en sus discursos
reciclados, un tufillo de intolerancia, odio y resentimiento hacia quienes
intentan poner en juego valores fuera de los que ellos protegen en nombre ¿de
las buenas costumbres fascistas burguesas?, ante la mirada mansa de una
comunidad, que asiste masivamente a su exterminio, una modestia que llama a la
carcajada.
No olvidemos: la
vida es breve, experimentada en la inmediatez del instante… Se impone
preguntarse: ¿cuándo la justicia en la historia impuso criterio?… Preciso de
modo urgente, anticiparse a las posibles consecuencias de actos que se
consideran inadmisibles, siempre diseñados por y para el derrumbe y eliminación
de la historia, para una humanidad que se cocina un porvenir sin huellas.
Si la ley de
exclusión es el límite, la legitimación excede como mucho a la propia ley, es
la coartada de la ley, la señal de diferencia a su límite, tan presente en los
avatares que experimenta el habitante de la Ciudad de Buenos Aires, con
arbitrariedad que acompañan maneras y modos de sus habitantes de la bautizada
‘Reina del Plata’, con metáfora de criminalidad al desafiar a la unidad que
debe prevalecer en este tiempo de diseño y publicidad, vacuos y desafiantes de
lo esencial que se ha dado a al fuga. Contratiempos previsibles, que no
impedirán encontrar algún estímulo maníaco en las palabras de Hegel: «Si la
realidad es inconcebible, será preciso que forjemos conceptos
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