EL BRINCO DEL ARTILLERO
GERARDO
CABRERA SANTOS
Dos días más tarde desde Girón
regresamos a La Habana con la orden de ocupar posiciones en lugares
estratégicos, para una posible defensa de la ciudad si ocurriese un nuevo
ataque. A mi batería la ubicaron en un lugar privilegiado, en un edificio de
dos plantas, en el aparcamiento bajo techo de un famoso concesionario de
automóviles, que se encontraba en la planta alta de la Rampa en la calle 23
casi llegando al Malecón, colindante en su parte trasera con los jardines del
Hotel Nacional de Cuba, hacia donde había un cruce. La planta baja del edificio
era un pasillo lleno de elegantes y lujosas boutiques. También allí se
encontraba la oficina central de Cubana de Aviación.
Era un lugar bullicioso y muy
transitado, pues estaba a continuación
del Ministerio del Trabajo. Enfrente, al pasar la calle 23, estaba Ámbar
Motors, que era un elegante concesionario de autos de lujo con sus vidrieras y
exposiciones espectaculares, contigua a la sala de cine La Rampa, así como los
mejores restaurantes y cabarets de la ciudad, convertían la zona en un sitio
privilegiado. Las noches eran espectaculares pues era lugar de paseo del
Vedado, muy visitado por la juventud y gente elegante que aún existía en
aquella época.
Nada, que era un lugar de tentación
para aquellos jóvenes como nosotros que veníamos de la recia disciplina e
incomodidades de campamentos militares y ahora de Bahía de Cochinos, donde nos
habíamos jugado la vida y sentíamos que estábamos allí de milagro. Llegamos a
La Habana ya atardeciendo y fuimos directo para La Rampa para ocupar el lugar
asignado, subiendo nuestros camiones y las piezas de artillería a la planta
alta a las instalaciones del concesionario.
Inmediatamente llamé por teléfono a
mis padres indicándoles donde me encontraba. No tardaron ni media hora en
llegar. Venían, mi madre, mi hermana Isabel y mi hermana menor María del
Carmen.
La emoción fue tremenda pues no
recordaba a mi hermana con ropas de civil. Traía el pelo corto, estaba algo
aumentada de peso y en su cara la marca que le había dejado el hábito, con el
lógico contraste de colores correspondiente. Mi madre estaba colmada de
felicidad, pues además de haber recuperado su hija yo regresaba sano y salvo.
Al día siguiente nos trajeron uniformes nuevos y nos permitían utilizar las
facilidades del Hotel Nacional para empleados, como eran los baños, y los
comedores.
En breve nos acicalamos y nos
pusimos listos para el nuevo combate que se avecinaba, ahora en el ambiente de
La Rampa. Realmente éramos la única batería con aquellas condiciones
espectaculares y lógicamente esa felicidad no nos duraría mucho tiempo, pues la
jefatura de Artillería decidió como a las dos semanas regresarnos a la Base,
con el adiós a la felicidad y nuevamente a las guardias, limpieza del
campamento y trabajos rudos, como lo fue dar pico y pala para hacer un hueco
para enterrar un enorme tanque para almacenar combustible.
En la Base no había muchos
milicianos pues la mayoría de las baterías las habían diseminado por diferentes
zonas rurales, próximas a la costa norte de la provincia, por conceptos
tácticos. Al ser muchos menos, nuestra relación con el personal militar del
servicio aéreo se hizo más estrecha y amistosa. Eran también jóvenes que habían
sido movilizados y enviados a cursos especiales relacionados con esa actividad.
En esa Base de Baracoa era donde se
ensamblaban los helicópteros que venían en contenedores en barco desde la URSS.
El ensamblaje se realizaba en unos hangares especiales, dispuestos para esos
fines, en una zona de la base donde no se nos permitía el acceso. Luego de
ensamblados, a los helicópteros se les daban las horas de vuelo reglamentarias
antes de ponerlos en servicio activo.
En aquel entonces había logrado
establecer amistad con una de las tripulaciones de pilotos de prueba, todos
eran muchachos jóvenes y buenas gentes, quienes a cada rato me daban la
oportunidad de acompañarlos y de pasar algunas horas en el aire con ellos. Para
ellos este trabajo era muy tedioso y aburrido, por eso les gustaba asociarse
con otros y allá arriba conversar y oír música con los amigos. Volaban los Mig.
1 y los Mig. 4, que eran los que allí se ensamblaban. En los recorridos que
realizaban siempre daban vueltas a baja altura sobre las playas cercanas, echar
un vistazo a las bañistas y así matar el tiempo.
En la Base también había un pequeño
grupo de “milicianos élite” de elegidos que formaban parte de los asistentes de
la jefatura, y que no participaban de
las obligaciones que exigían a los demás. Algunos hacían labores administrativas
como lo era el control de las nóminas, etc., pero había otros de los que no se
sabía a ciencia cierta a qué se dedicaban, además de adular a los Jefes y
opinar y dar criterios sobre compañeros. Se decía que eran núcleos de
seguridad. Sin dudas, eran células primarias de alguna organización partidista,
que bajo el ala de la revolución, comenzaban solapadamente a infiltrarse y
ejercer su sectarismo, dando opiniones e influenciando las decisiones relativas
a la ubicación o destino de compañeros. Eso luego se vió a las claras durante
el proceso de selección para cursos y entrenamientos especiales.
Durante todo el tiempo que estuve
movilizado en las milicias siempre llevé colgado en mi cuello el escapulario de
la Virgen del Carmen, pues mi madre que era una fervorosa creyente, me lo había
puesto con mucho amor para que me protegiera. Nunca traté de ocultarlo y todos
mis compañeros sabían que yo portaba aquello como símbolo de mi fe religiosa.
Yo no era el único, también había otros que lo portaban pero no lo exhibían.
Nunca pensé que el uso del escapulario me traería consecuencias. Pues
procedíamos de la sociedad anterior donde eso no era nada extraordinario.
A pesar de que mi nombre fue
valorado, pues se me reconocía mi expediente técnico como artillero, finalmente
no fui tomado en cuenta en la elección del grupo de compañeros que serían
enviados a la URSS a pasar el curso de artillería de cohetes. Simplemente me
dejaron fuera. De esto me percato cuando a los elegidos los sacaron de la Base
enviándolos a una escuela especial a estudiar el idioma ruso, para
posteriormente viajar a la URSS. Realmente me hubiera gustado participar de
aquello ya que en aquel momento hubiera sido, era un reto. Pero al final no hay
mal que por bien no venga. Como todos los “amigos” tienen sus “otros buenos
amigos” en cuya relación no necesariamente tienes que estar incluido, no es
seguro que una confidencia comunicada al “amigo” quede limitada solamente al
interlocutor. Siempre se cumple aquello de que comentarios que se hagan a
amigos, tienen alta probabilidad de trascender a un tercero como mínimo.
Así fue que me llegó la información
de que me habían dejado fuera del curso de cohetes por falta de confiabilidad
política, dadas mis creencias religiosas. Por eso no me incluyeron. Sin
embargo, me hicieron el gran favor de que lograra interiorizar que en ese
medio, no tenía nada que buscar y que mi horizonte tenía que ser otro.
Ya hoy no es novedad para nadie que
siempre fue política de la Revolución el bloquear el desarrollo intelectual de
todos aquellos que profesaban activamente creencias religiosas, pues suponían
que se opondrían a la filosofía marxista-leninista de la revolución. Más aún si
eran católicos confesos. No tanto para los de otras religiones y nada para las
de origen africano con su reconocido sincretismo. Así, en muchos sentidos la
gente tuvo que irse adaptando al cambio de careta para lograr sobrevivir.
A los pocos meses de estar en la
Base de Baracoa se me envía con una batería a establecer un emplazamiento en el
valle que queda detrás de las lomas de la playa de Santa María del Mar, en el
municipio de Bajurayabo, al este de La
Habana. Allí prácticamente nos convertimos en el cacique de la zona, pues
teníamos que garantizar nuestro sustento con la mísera asignación que se nos
daba, por lo que hacíamos muchos negocios y trueques con los campesinos. En
algunos casos el combustible era nuestra moneda de cambio, pues ellos lo
necesitaban para operar sus plantas eléctricas caseras y no pasar las noches a
obscuras, y ellos nos abastecían de frutas y vegetales frescos y de vez en
cuando también aparecía un animalito. Una vez el encargado de los suministros
de la batería, el santiaguero Johnny Silva, un mulato jocoso y divertido, se
apareció con una vaca arriba del camión y luego no sabíamos qué hacer con ella,
al interrogarlo al respecto me dice, ¨Na, hacel una fieta¨ y comennola, hacemo
un baile e invitamo a lo vecinoss¨.
Los compañeros del emplazamiento
lograron hacer amistad con muchos de los campesinos de la zona, algunos que
también eran de procedencia campesina los ayudaban en sus tareas de campo.
llegó a establecerse una convivencia aceptable, aunque evidentemente no
confiaban, pues le tenían temor a la intervención de sus pequeñas fincas.
Nuestro puesto de mando lo establecimos en la terraza trasera de la formidable
casona propiedad del escritor Félix B. Caignet, autor de la novela radial “El
Derecho de Nacer”, que adquirió fama internacional desde mediados de los años
50 y que aún en algunos países de Latino América es retransmitida en su
variante televisiva.
Félix es también es el autor de la
famosa canción “Frutas del Caney” que era interpretada por el trío Matamoros
entre otros y que perdurara por siempre en el repertorio nacional cubano. Así
reza:
Frutas, quién quiere comprarme
frutas
Mangos, de mamey y bizcochuelo
Piñas, piñas dulces como azúcar
Cosechadas en las lomas del Caney.
Vendo ricos mangos de mamey
Piñas que deliciosas son
Como labios de mujer.
Caney de Oriente
Tierra de amores
Cuna florida donde vivió el Siboney
Donde las frutas
Son como flores
Llenas de aromas
Y saturadas de miel.
Caney de Oriente
Tierra divina
Donde la mano de Dios
Echó su bendición.
Quien quiere comprarme frutas
sabrosas
Marañones y mamoncillos del Caney.
Y de la que seguramente recordarás
su música. La terraza de la casa de Félix era muy grande y tenía empotrada una
gran roca con una cascada de agua con luces de colores. Allí plantamos las
colchonetas para dormir en el suelo como era ya nuestra costumbre. Aunque evidentemente
Félix no podía simpatizar con los Castro a pesar de ser santiaguero, sin
embargo recibimos un trato exquisito. Allí estuvimos un par de meses,
profesándonos mutuamente un respeto absoluto.
Un buen día nuestros jefes
decidieron que teníamos que mudar nuestro puesto de mando, para una pequeña
caseta a la entrada del reparto de la playa Boca Ciega, situado entre las
Playas de Santa María del Mar y Guanabo. Esta caseta estaba exactamente frente
a la loma donde están situadas desde antaño las antenas para captar señal de la
televisión americana. Allá arriba al lado de estas antenas hicimos las
trincheras de nuestro puesto de observación, compartiendo nuestra estancia
entre la caseta y las antenas. Era significativo que todas las mañanas muy
temprano algunos vecinos solidarios nos traían café, entre ellos personalmente
la artista Rosita Fornés o su esposo Armando Bianchi, celebridades de la
farándula artística nacional.
Así pasamos algunos meses felices y
contentos pues no teníamos jefes que nos asediaran. Posteriormente, las fuerzas
armadas cubanas quedaron divididas en tres Ejércitos, el de Oriente, el Centro
y el de Occidente.
Mi batería fue asignada al ejército
de occidente, a la Unidad 2350 que era la División Permanente de La Habana,
mala noticia esto de ¨permanente¨ pues ya se hacía evidente que el alto mando
del ejército se apropiaba de las riquezas del país, las buenas mansiones, etc.
Mientras que para los de abajo solo los sacrificios. En esta División a la que
se nos asignó se constituyó como Grupo de Artillería la Unidad 2429, formada
por tres baterías de Morteros 120, una de las cuales era la nuestra, además una
batería de ametralladoras antiaéreas y una Plana Mayor. Las otras dos baterías
eran procedentes de la provincia de Pinar del Río cuyos jefes habían sido mis
compañeros del curso de artillería con los checos.
El campamento se ubicó en la loma
del Cacahual en el municipio de Santiago de las Vegas, muy cercano al monumento
donde descansan los restos del Mayor General Antonio Maceo y su ayudante
Francisco Gómez Toro, héroes caídos en combate durante la guerra de
independencia contra España. El lugar exacto del campamento fue la finca Buenos
Aires, cuyo propietario “era” un famoso arquitecto habanero al que apodaban “el
barón del calzoncillo”, que había construido en ella una vivienda de ocasión
simulando un pequeño castillo de tres plantas. En este castillo establecimos
nuestro puesto de mando. A la entrada, en la fachada, había colocada una placa
que tenía grabado:
Para morar en castillo
Honrando más su blasón
Construyó este torreón
El barón del calzoncillo.
Visitanta temeraria
A lo alto no oses mirar,
pues el barón suele tomar
El aire en su indumentaria
Se me asignó la jefatura de la Plana
Mayor de este Grupo de Artillería y como Jefe de Grupo al teniente de milicias
Alfonso Díaz Marrero, alias “cagate en eso”, que en la vida civil había sido
chófer de guaguas de la Ruta #1., donde le apodaban ¨puntilla¨. Marrero tendría unos 55 años de edad y era realmente
un personaje muy sagaz, simpático y jodedor. Todas las noches se iba a dormir a
su casa, diciendo que tenía una mujer muy joven y había que atenderla. Hice una
gran amistad con él y llegamos a tener mucha confianza. A veces le decía: Alfonso, tu duermes todas
las noches en tu casa con tu mujer, ¿y los demás qué? Que se jodan,chico!!!,
era su respuesta.
Su mandato no duró mucho, pues
inmediatamente comenzaron los chismes, y los lleva y trae y así trascendió al
mando superior su procedimiento. Después de un corto tiempo fue desmovilizado y
sustituido por un joven que venía egresado de un curso especial de oficial.
Seguramente era de los seleccionados por el “grupo élite”.
Ya todo cambió pues el nuevo Jefe
era un tipo, además de autosuficiente y altanero, con una preparación técnica deficiente, pero poseía,
sin embargo, el grado de oficial y estaba además respaldado. ¿Que más vas a
pedir? Ya aquí se empezaba a vislumbrar el sectarismo que iba cundiendo a
partir de ciertas células secretas. A unos les daban posibilidades y a otros
no, en aquel momento, sin dudas, era el método del viejo partido comunista que
comenzaba a infiltrar la vida nacional.
Al no estar dispuesto a soportar por
mucho tiempo al nuevo personaje, aproveché la oportunidad de traslado e irme
para el Grupo de Cañones de 85 mm, de la misma División 2350, con los que tenía
buenas relaciones . No dude en cambiarme. En esta nueva unidad, igualmente
ocupé el cargo de Jefe de Plana Mayor, y comenzamos a prepararnos para la
ejecución de futuras tareas como lo era la del tiro naval o tiro indirecto
contra blancos móviles. Estando en esa unidad recibí la tarea de impartir
clases de “Teoría del tiro de Artillería”, los fines de semana, a un grupo de
alumnos de ingeniería de la Universidad de La Habana. Debo destacar, que esta
relación con los estudiantes, me permitió estar al día en ese ambiente y en las
posibilidades de becas de estudio nacionales y en el extranjero.
Estando aún en el grupo de morteros
había adquirido experiencia en la adquisición nocturna de los datos de tiro,
mediante la observación conjugada, que consistía en utilizar dos o más puntos
de observación con sus coordenadas bien definidas, y la medición de los ángulos
referentes al norte magnético, hasta las diferentes señales visibles. Las
señales no eran más que luces de bengala disparadas desde diferentes posiciones
o lugares con sus coordenadas conocidas.
Había que corroborar con la mayor
exactitud posible, en nuestro plano director de fuego, las coordenadas desde
donde se habían hecho los lanzamientos
de las bengalas, mediante la conjugación sobre el plano de los trazados de
líneas con los ángulos medidos. El punto de intercepción de estas líneas daba
la posición exacta del objetivo. Era un procedimiento similar al
radio-goniómetro para detectar y ubicar las emisiones radiales durante la 2da.
Guerra Mundial.
Esta experiencia utilizando la
observación conjugada nos permitió diseñar el tiro indirecto a blancos móviles,
ya que los blancos eran visibles desde los puestos de observación, pero no
desde el emplazamiento de los cañones.
Había que definir los datos de tiro en base a la predicción del lugar
específico, donde en un momento dado debería estar el blanco. Para ello se
partía de la determinación exacta de la posición inicial del blanco, la
medición de su ruta y el cálculo de su velocidad de traslación. Había que tener
también en cuenta el tiempo de vuelo del proyectil desde su salida del canon
hasta su arribo a la zona del blanco, para definir el momento de dar la orden
de fuego. Todo esto era bellamente complejo. Cuando todas las particularidades
del tiro naval habían sido ensayadas exitosamente en el terreno, fue que se
tomó la decisión de llevar a cabo una tarea de tiro real.
Se trasladó una de las baterías a un
lugar de la costa norte destinada para ello. Esto era en la zona del Mariel a
unos 50 kilómetros al oeste, de nuestra Unidad. Allí teníamos programado
acampar una noche, preparando todas las condiciones para el tiro, al día
siguiente se efectuaría la práctica de tiro real. El hombre propone y Dios
dispone.
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