Páginas

martes, 5 de mayo de 2020

EL BRINCO DEL ARTILLERO


EL BRINCO DEL ARTILLERO
 GERARDO CABRERA SANTOS
Dos días más tarde desde Girón regresamos a La Habana con la orden de ocupar posiciones en lugares estratégicos, para una posible defensa de la ciudad si ocurriese un nuevo ataque. A mi batería la ubicaron en un lugar privilegiado, en un edificio de dos plantas, en el aparcamiento bajo techo de un famoso concesionario de automóviles, que se encontraba en la planta alta de la Rampa en la calle 23 casi llegando al Malecón, colindante en su parte trasera con los jardines del Hotel Nacional de Cuba, hacia donde había un cruce. La planta baja del edificio era un pasillo lleno de elegantes y lujosas boutiques. También allí se encontraba la oficina central de Cubana de Aviación.

Era un lugar bullicioso y muy transitado, pues  estaba a continuación del Ministerio del Trabajo. Enfrente, al pasar la calle 23, estaba Ámbar Motors, que era un elegante concesionario de autos de lujo con sus vidrieras y exposiciones espectaculares, contigua a la sala de cine La Rampa, así como los mejores restaurantes y cabarets de la ciudad, convertían la zona en un sitio privilegiado. Las noches eran espectaculares pues era lugar de paseo del Vedado, muy visitado por la juventud y gente elegante que aún existía en aquella época.
Nada, que era un lugar de tentación para aquellos jóvenes como nosotros que veníamos de la recia disciplina e incomodidades de campamentos militares y ahora de Bahía de Cochinos, donde nos habíamos jugado la vida y sentíamos que estábamos allí de milagro. Llegamos a La Habana ya atardeciendo y fuimos directo para La Rampa para ocupar el lugar asignado, subiendo nuestros camiones y las piezas de artillería a la planta alta a las instalaciones del concesionario.
Inmediatamente llamé por teléfono a mis padres indicándoles donde me encontraba. No tardaron ni media hora en llegar. Venían, mi madre, mi hermana Isabel y mi hermana menor María del Carmen.
La emoción fue tremenda pues no recordaba a mi hermana con ropas de civil. Traía el pelo corto, estaba algo aumentada de peso y en su cara la marca que le había dejado el hábito, con el lógico contraste de colores correspondiente. Mi madre estaba colmada de felicidad, pues además de haber recuperado su hija yo regresaba sano y salvo. Al día siguiente nos trajeron uniformes nuevos y nos permitían utilizar las facilidades del Hotel Nacional para empleados, como eran los baños, y los comedores.
En breve nos acicalamos y nos pusimos listos para el nuevo combate que se avecinaba, ahora en el ambiente de La Rampa. Realmente éramos la única batería con aquellas condiciones espectaculares y lógicamente esa felicidad no nos duraría mucho tiempo, pues la jefatura de Artillería decidió como a las dos semanas regresarnos a la Base, con el adiós a la felicidad y nuevamente a las guardias, limpieza del campamento y trabajos rudos, como lo fue dar pico y pala para hacer un hueco para enterrar un enorme tanque para almacenar combustible.
En la Base no había muchos milicianos pues la mayoría de las baterías las habían diseminado por diferentes zonas rurales, próximas a la costa norte de la provincia, por conceptos tácticos. Al ser muchos menos, nuestra relación con el personal militar del servicio aéreo se hizo más estrecha y amistosa. Eran también jóvenes que habían sido movilizados y enviados a cursos especiales relacionados con esa actividad.
En esa Base de Baracoa era donde se ensamblaban los helicópteros que venían en contenedores en barco desde la URSS. El ensamblaje se realizaba en unos hangares especiales, dispuestos para esos fines, en una zona de la base donde no se nos permitía el acceso. Luego de ensamblados, a los helicópteros se les daban las horas de vuelo reglamentarias antes de ponerlos en servicio activo.
En aquel entonces había logrado establecer amistad con una de las tripulaciones de pilotos de prueba, todos eran muchachos jóvenes y buenas gentes, quienes a cada rato me daban la oportunidad de acompañarlos y de pasar algunas horas en el aire con ellos. Para ellos este trabajo era muy tedioso y aburrido, por eso les gustaba asociarse con otros y allá arriba conversar y oír música con los amigos. Volaban los Mig. 1 y los Mig. 4, que eran los que allí se ensamblaban. En los recorridos que realizaban siempre daban vueltas a baja altura sobre las playas cercanas, echar un vistazo a las bañistas y así matar el tiempo.
En la Base también había un pequeño grupo de “milicianos élite” de elegidos que formaban parte de los asistentes de la jefatura,  y que no participaban de las obligaciones que exigían a los demás. Algunos hacían labores administrativas como lo era el control de las nóminas, etc., pero había otros de los que no se sabía a ciencia cierta a qué se dedicaban, además de adular a los Jefes y opinar y dar criterios sobre compañeros. Se decía que eran núcleos de seguridad. Sin dudas, eran células primarias de alguna organización partidista, que bajo el ala de la revolución, comenzaban solapadamente a infiltrarse y ejercer su sectarismo, dando opiniones e influenciando las decisiones relativas a la ubicación o destino de compañeros. Eso luego se vió a las claras durante el proceso de selección para cursos y entrenamientos especiales.
Durante todo el tiempo que estuve movilizado en las milicias siempre llevé colgado en mi cuello el escapulario de la Virgen del Carmen, pues mi madre que era una fervorosa creyente, me lo había puesto con mucho amor para que me protegiera. Nunca traté de ocultarlo y todos mis compañeros sabían que yo portaba aquello como símbolo de mi fe religiosa. Yo no era el único, también había otros que lo portaban pero no lo exhibían. Nunca pensé que el uso del escapulario me traería consecuencias. Pues procedíamos de la sociedad anterior donde eso no era nada extraordinario.
A pesar de que mi nombre fue valorado, pues se me reconocía mi expediente técnico como artillero, finalmente no fui tomado en cuenta en la elección del grupo de compañeros que serían enviados a la URSS a pasar el curso de artillería de cohetes. Simplemente me dejaron fuera. De esto me percato cuando a los elegidos los sacaron de la Base enviándolos a una escuela especial a estudiar el idioma ruso, para posteriormente viajar a la URSS. Realmente me hubiera gustado participar de aquello ya que en aquel momento hubiera sido, era un reto. Pero al final no hay mal que por bien no venga. Como todos los “amigos” tienen sus “otros buenos amigos” en cuya relación no necesariamente tienes que estar incluido, no es seguro que una confidencia comunicada al “amigo” quede limitada solamente al interlocutor. Siempre se cumple aquello de que comentarios que se hagan a amigos, tienen alta probabilidad de trascender a un tercero como mínimo.
Así fue que me llegó la información de que me habían dejado fuera del curso de cohetes por falta de confiabilidad política, dadas mis creencias religiosas. Por eso no me incluyeron. Sin embargo, me hicieron el gran favor de que lograra interiorizar que en ese medio, no tenía nada que buscar y que mi horizonte tenía que ser otro.
Ya hoy no es novedad para nadie que siempre fue política de la Revolución el bloquear el desarrollo intelectual de todos aquellos que profesaban activamente creencias religiosas, pues suponían que se opondrían a la filosofía marxista-leninista de la revolución. Más aún si eran católicos confesos. No tanto para los de otras religiones y nada para las de origen africano con su reconocido sincretismo. Así, en muchos sentidos la gente tuvo que irse adaptando al cambio de careta para lograr sobrevivir.
A los pocos meses de estar en la Base de Baracoa se me envía con una batería a establecer un emplazamiento en el valle que queda detrás de las lomas de la playa de Santa María del Mar, en el municipio de  Bajurayabo, al este de La Habana. Allí prácticamente nos convertimos en el cacique de la zona, pues teníamos que garantizar nuestro sustento con la mísera asignación que se nos daba, por lo que hacíamos muchos negocios y trueques con los campesinos. En algunos casos el combustible era nuestra moneda de cambio, pues ellos lo necesitaban para operar sus plantas eléctricas caseras y no pasar las noches a obscuras, y ellos nos abastecían de frutas y vegetales frescos y de vez en cuando también aparecía un animalito. Una vez el encargado de los suministros de la batería, el santiaguero Johnny Silva, un mulato jocoso y divertido, se apareció con una vaca arriba del camión y luego no sabíamos qué hacer con ella, al interrogarlo al respecto me dice, ¨Na, hacel una fieta¨ y comennola, hacemo un baile e invitamo a lo vecinoss¨.
Los compañeros del emplazamiento lograron hacer amistad con muchos de los campesinos de la zona, algunos que también eran de procedencia campesina los ayudaban en sus tareas de campo. llegó a establecerse una convivencia aceptable, aunque evidentemente no confiaban, pues le tenían temor a la intervención de sus pequeñas fincas. Nuestro puesto de mando lo establecimos en la terraza trasera de la formidable casona propiedad del escritor Félix B. Caignet, autor de la novela radial “El Derecho de Nacer”, que adquirió fama internacional desde mediados de los años 50 y que aún en algunos países de Latino América es retransmitida en su variante televisiva.
Félix es también es el autor de la famosa canción “Frutas del Caney” que era interpretada por el trío Matamoros entre otros y que perdurara por siempre en el repertorio nacional cubano. Así reza:


Frutas, quién quiere comprarme frutas
Mangos, de mamey y bizcochuelo
Piñas, piñas dulces como azúcar
Cosechadas en las lomas del Caney.
Vendo ricos mangos de mamey
Piñas que deliciosas son
Como labios de mujer.

Caney de Oriente
Tierra de amores
Cuna florida donde vivió el Siboney
Donde las frutas
Son como flores
Llenas de aromas
Y saturadas de miel.

Caney de Oriente
Tierra divina
Donde la mano de Dios
Echó su bendición.
Quien quiere comprarme frutas sabrosas
Marañones y mamoncillos del Caney.

Y de la que seguramente recordarás su música. La terraza de la casa de Félix era muy grande y tenía empotrada una gran roca con una cascada de agua con luces de colores. Allí plantamos las colchonetas para dormir en el suelo como era ya nuestra costumbre. Aunque evidentemente Félix no podía simpatizar con los Castro a pesar de ser santiaguero, sin embargo recibimos un trato exquisito. Allí estuvimos un par de meses, profesándonos mutuamente un respeto absoluto.

Un buen día nuestros jefes decidieron que teníamos que mudar nuestro puesto de mando, para una pequeña caseta a la entrada del reparto de la playa Boca Ciega, situado entre las Playas de Santa María del Mar y Guanabo. Esta caseta estaba exactamente frente a la loma donde están situadas desde antaño las antenas para captar señal de la televisión americana. Allá arriba al lado de estas antenas hicimos las trincheras de nuestro puesto de observación, compartiendo nuestra estancia entre la caseta y las antenas. Era significativo que todas las mañanas muy temprano algunos vecinos solidarios nos traían café, entre ellos personalmente la artista Rosita Fornés o su esposo Armando Bianchi, celebridades de la farándula artística nacional.
Así pasamos algunos meses felices y contentos pues no teníamos jefes que nos asediaran. Posteriormente, las fuerzas armadas cubanas quedaron divididas en tres Ejércitos, el de Oriente, el Centro y el de Occidente.
Mi batería fue asignada al ejército de occidente, a la Unidad 2350 que era la División Permanente de La Habana, mala noticia esto de ¨permanente¨ pues ya se hacía evidente que el alto mando del ejército se apropiaba de las riquezas del país, las buenas mansiones, etc. Mientras que para los de abajo solo los sacrificios. En esta División a la que se nos asignó se constituyó como Grupo de Artillería la Unidad 2429, formada por tres baterías de Morteros 120, una de las cuales era la nuestra, además una batería de ametralladoras antiaéreas y una Plana Mayor. Las otras dos baterías eran procedentes de la provincia de Pinar del Río cuyos jefes habían sido mis compañeros del curso de artillería con los checos.
El campamento se ubicó en la loma del Cacahual en el municipio de Santiago de las Vegas, muy cercano al monumento donde descansan los restos del Mayor General Antonio Maceo y su ayudante Francisco Gómez Toro, héroes caídos en combate durante la guerra de independencia contra España. El lugar exacto del campamento fue la finca Buenos Aires, cuyo propietario “era” un famoso arquitecto habanero al que apodaban “el barón del calzoncillo”, que había construido en ella una vivienda de ocasión simulando un pequeño castillo de tres plantas. En este castillo establecimos nuestro puesto de mando. A la entrada, en la fachada, había colocada una placa que tenía grabado:
Para morar en castillo
Honrando más su blasón
Construyó este torreón
El barón del calzoncillo.
Visitanta temeraria
A lo alto no oses mirar,
pues el barón suele tomar
El aire en su indumentaria

Se me asignó la jefatura de la Plana Mayor de este Grupo de Artillería y como Jefe de Grupo al teniente de milicias Alfonso Díaz Marrero, alias “cagate en eso”, que en la vida civil había sido chófer de guaguas de la Ruta #1., donde le apodaban ¨puntilla¨.  Marrero tendría unos 55 años de edad y era realmente un personaje muy sagaz, simpático y jodedor. Todas las noches se iba a dormir a su casa, diciendo que tenía una mujer muy joven y había que atenderla. Hice una gran amistad con él y llegamos a tener mucha confianza.  A veces le decía: Alfonso, tu duermes todas las noches en tu casa con tu mujer, ¿y los demás qué? Que se jodan,chico!!!, era su respuesta.
Su mandato no duró mucho, pues inmediatamente comenzaron los chismes, y los lleva y trae y así trascendió al mando superior su procedimiento. Después de un corto tiempo fue desmovilizado y sustituido por un joven que venía egresado de un curso especial de oficial. Seguramente era de los seleccionados por el “grupo élite”.
Ya todo cambió pues el nuevo Jefe era un tipo, además de autosuficiente y altanero, con una  preparación técnica deficiente, pero poseía, sin embargo, el grado de oficial y estaba además respaldado. ¿Que más vas a pedir? Ya aquí se empezaba a vislumbrar el sectarismo que iba cundiendo a partir de ciertas células secretas. A unos les daban posibilidades y a otros no, en aquel momento, sin dudas, era el método del viejo partido comunista que comenzaba a infiltrar la vida nacional.
Al no estar dispuesto a soportar por mucho tiempo al nuevo personaje, aproveché la oportunidad de traslado e irme para el Grupo de Cañones de 85 mm, de la misma División 2350, con los que tenía buenas relaciones . No dude en cambiarme. En esta nueva unidad, igualmente ocupé el cargo de Jefe de Plana Mayor, y comenzamos a prepararnos para la ejecución de futuras tareas como lo era la del tiro naval o tiro indirecto contra blancos móviles. Estando en esa unidad recibí la tarea de impartir clases de “Teoría del tiro de Artillería”, los fines de semana, a un grupo de alumnos de ingeniería de la Universidad de La Habana. Debo destacar, que esta relación con los estudiantes, me permitió estar al día en ese ambiente y en las posibilidades de becas de estudio nacionales y en el extranjero.
Estando aún en el grupo de morteros había adquirido experiencia en la adquisición nocturna de los datos de tiro, mediante la observación conjugada, que consistía en utilizar dos o más puntos de observación con sus coordenadas bien definidas, y la medición de los ángulos referentes al norte magnético, hasta las diferentes señales visibles. Las señales no eran más que luces de bengala disparadas desde diferentes posiciones o lugares con sus coordenadas conocidas.
Había que corroborar con la mayor exactitud posible, en nuestro plano director de fuego, las coordenadas desde donde se habían hecho los  lanzamientos de las bengalas, mediante la conjugación sobre el plano de los trazados de líneas con los ángulos medidos. El punto de intercepción de estas líneas daba la posición exacta del objetivo. Era un procedimiento similar al radio-goniómetro para detectar y ubicar las emisiones radiales durante la 2da. Guerra Mundial.
Esta experiencia utilizando la observación conjugada nos permitió diseñar el tiro indirecto a blancos móviles, ya que los blancos eran visibles desde los puestos de observación, pero no desde el emplazamiento de los cañones.  Había que definir los datos de tiro en base a la predicción del lugar específico, donde en un momento dado debería estar el blanco. Para ello se partía de la determinación exacta de la posición inicial del blanco, la medición de su ruta y el cálculo de su velocidad de traslación. Había que tener también en cuenta el tiempo de vuelo del proyectil desde su salida del canon hasta su arribo a la zona del blanco, para definir el momento de dar la orden de fuego. Todo esto era bellamente complejo. Cuando todas las particularidades del tiro naval habían sido ensayadas exitosamente en el terreno, fue que se tomó la decisión de llevar a cabo una tarea de tiro real.

Se trasladó una de las baterías a un lugar de la costa norte destinada para ello. Esto era en la zona del Mariel a unos 50 kilómetros al oeste, de nuestra Unidad. Allí teníamos programado acampar una noche, preparando todas las condiciones para el tiro, al día siguiente se efectuaría la práctica de tiro real. El hombre propone y Dios dispone.

No hay comentarios:

Publicar un comentario