ORTEGA SMITH ECHANDO EL SÁBADO
GERARDO TECÉ
La escena de Ortega
Smith disparando un rifle en un campo de entrenamiento del ejército es, además
de perturbadora, de mal gusto. No hacía falta. No había necesidad de que el
secretario general de Vox se nos mostrase en vídeo encarnando el papel de Rambo
ibérico para presumir de unas habilidades con el arma que ya podíamos imaginar
en él. De sobra sabemos que, a la ultraderecha española, tal y como nos muestra
la historia, disparar siempre se le ha dado bien. Por desgracia para muchos
españoles. Precisamente por esto, a poco que uno no sea un tipo algo macabro,
era fácil evitarles a tus compatriotas la inquietante demostración. No se le
ocurriría a Ortega Cano grabarse en casa jugando al Grand Theft Auto y subirlo
a youtube, ni en Puerto Hurraco se le pasa a nadie por la cabeza organizar un
paintball junto a la linde del vecino.
Ortega Smith es
diferente. Posiblemente este hombre sea el único ejemplar de la formación
ultraderechista que se ha tomado tan en serio su papel que se lo ha acabado
creyendo. Uno ve a Iván Espinosa de los Etcéteras –hijo del Marqués de
Valtierra– proclamándose a sí mismo la España que madruga y sabe bien que está
ante un hombre que tiene que aguantarse la carcajada para que no se desmorone
la interpretación. Lo mismo le pasa a Rocío Monasterio cuando habla de los sin
papeles –jeje– o a Santiago Abascal cuando se proclama el terror de los
chiringuitos públicos –tiene su gracia. Lo de Ortega Smith, sin embargo, es
sincero. Un niño grande al que lo ultra le sale de forma natural, honesta,
pura. Si Ortega Smith pasa por Gibraltar, es imposible evitar que monte un
pollo diplomático porque ¡Gibraltar español! Si Ortega Smith tiene por delante
a mujeres maltratadas, no se cortará, como no se cortan los niños grandes, y
les dirá –sin mirarlas a la cara, eso sí– que lo suyo son chorradas. Si a
Ortega Smith lo invitas a una barbacoa, tarde o temprano, levantará su copa de
forma unilateral y, a gritos y sin avisar, obligará a todos los presentes a
realizar un brindis por España repitiendo la fórmula de los Tercios de Flandes
que un día memorizó: “¡Por España! Y el que quiera defenderla, honrado muera”.
Tras el brindis, cualquier asistente sentirá una leve incomodidad: a ver si a
este hombre la carne muy hecha –o poco hecha– puede parecerle traición a la
patria.
Mientras Ortega
Smith realizaba la ráfaga de disparos para deleite de sus fans en redes
sociales, muchos mirábamos la grotesca escena con la que el dirigente de Vox
dio el sábado por bien aprovechado, y era imposible no hacerse una pregunta:
¿contra quién estaba disparando? De haber sido cualquier otro el protagonista
del bolo en el campo de batalla, la pregunta hubiera sido absurda por lo
evidente de la respuesta: contra la diana habilitada. Pero viniendo los tiros
de quien venían, la cosa cambiaba. La película que se estaba proyectando en su
cabeza, ¿le habría puesto por delante a un grupo de españoles republicanos, es
decir, traidores a España? ¿Estaría disparando Ortega Smith contra el techo del
Congreso para salvarnos de la deriva comunista que está tomando el país? ¿O
quizá contra unos abogados laboralistas por aquello de soltar un poco el estrés
acumulado durante la semana? Las dudas eran lógicas: Ortega Smith es de esos
niños que no sueñan con marcar el gol definitivo en la final del mundial, sino
con acertar el disparo que salve a la patria.
Tras acabar la
faena, el diputado de Vox se agachó colocándose para posar junto al objetivo
abatido y explicó ante la cámara la película: nos habíamos equivocado a medias.
Por supuesto, en la cabeza de Ortega Smith no había una diana, sino personas,
como podíamos suponer. Pero en este caso no era la habitual persona española
contra la que históricamente ha disparado la extrema derecha. “Es un hijo de
puta del DAESH al que había que cargárselo”, explicó el señor diputado en
cuclillas, algo contrariado y con cierto sabor agridulce: contento por haberlo
matado, pero cuatro tiros se le habían ido bajos. Nos quedamos más tranquilos,
la verdad.
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