LA MESA DE LOS ONCE NAZIS
ANÍBAL MALVAR
Confirmado. Vox ya
no es un partido fascista ni homófobo ni machista ni racista ni mentiroso ni
cruel ni descerebrado. Es "un partido constitucionalista", nos dice
sin pudor el editorial de La Razón. Así se expresa en el análisis editorial que
regala hoy el periódico de Planeta sobre el pacto entre PP y Ciudadanos en
Euskadi, que Pablo Casado fraguó a espaldas del que iba a ser su candidato a
lehendakari, Alfonso Alonso, y que va a suponer la casi segura dimisión del
vasco. "Ese [el foralismo del PP frente al centralismo berreante de C´s]
era el obstáculo que podía justificar razonablemente el rechazo a presentar una
candidatura unitaria con Ciudadanos, y el que, entre otras cuestiones, impide
la extensión del pacto a un partido constitucionalista como Vox". No
pruebes a taparte la nariz, lector delicado. Yo lo hice en cuanto leí esto y no
funciona.
Puede sospecharse
que Pablo Casado está siguiendo las rutas de su gemelo pimpollo Albert Rivera:
eliminar de sus predios toda huella de moderación. Y, cuando se habla de
moderados en el PP, conviene consultar el diccionario con mascarilla y
prudencia: la moderación en el PP la lideraba el gurteliano M. Rajoy. Cuando la
invasión genocida de Irak, por ejemplo, el presuntamente moderado Alonso ya
campaba en el PP y aplaudió con regocijo la sangría. Entre eso y martillear
discos duros o poemas de Miguel Hernández no hay tanta diferencia. Moderados,
moderados, en el PP ya tal.
Es La Razón, sin
duda, el periódico que con entusiasmo mayor se ha lanzado a la cruzada de la
normalización de la ultraderecha. Aunque el adjetivo constitucionalista
aplicado a estos amantes del saludo nazi y de las desigualdades entre hombres y
mujeres y gais se puede encontrar bajo otras cabeceras con pasmosa, pero más
pudorosa, naturalidad. Así el ABC de hace unos días, que en un editorial sobre
las elecciones gallegas temía que "el PP se confíe en un éxito asegurado y
que Cs y Vox se lancen a una disputa por el electorado constitucionalista".
Yo nó sé cómo les sentará a algunos votantes neofranquistas de Abascal que les
llamen constitucionalistas. En España, a la palabra constitucionalista no hay
RAE que la capture. Es el gamusino de nuestros diccionarios. Significa
demasiadas cosas dependiendo del quién, del cómo, del dónde, del cuándo y del
porqué. Puede abarcar desde el neofascismo hasta el socialismo seguidista
cuando ejerce de leal oposición y firma cientocincuentaycincos. La Constitución
es un comodín, un jocker del póker político. Y, cada día más, el término
constitucionalista va suplantando en el argot al viejo y querido facha de toda
la vida.
El Mundo tampoco
hace asquitos a los cruzados galopines con yelmo. Los califican, como mucho, de
populistas. Y desde hace ya más de un año repiten como tabla de Moisés su tesis
de que Vox ofrece "un diagnóstico de la crítica situación por la que
atraviesa España que resulta certero en muchos aspectos" (8 de octubre de
2018).
Lo cual que si tú
lees nuestros viejos papiros, la rancia prensa de derechas, te puedes acabar
convirtiendo en personaje de epigrama de Martin Niemöller. El negro de Vox ya
es paradigma de esta estirpe.
Causó gran estupor
en su momento la imagen de Pablo Iglesias riéndole las gracias a Iván Espinosa
de los Monteros en sede parlamentaria. Salvando amplias distancias estéticas y
éticas, es como si Winston Churchill se hubiera dejado retratar en actitud de
compadreo junto a Adolf Hitler. Impresentable. Ante el blanqueamiento
generalizado de los ultras, solo caben actitudes como la de Aitor Esteban
(PNV), negándole el saludo al mismo Espinosa en un debate televisado. La
historia nos ha enseñado lo peligroso que es dejar a esta gente contaminar con
su presencia las instituciones. Vestirlos de constitucionalistas. Remito al
viejo dicho teutón: "Si en una mesa hay un nazi y diez personas que lo
respetan, en esa mesa hay once nazis". Eso es todo, amigos.
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