GALDÓS, DE MAL HIJO A HIJO PREDILECTO
ANA SHARIFE
Parecía una condena
eterna. El mejor escritor en lengua española después de Cervantes era olvidado
y despreciado en su propia isla natal. No sólo se buscó su silencio literario
sino su desaparición civil. Un escarnio que duró cien años. El Ayuntamiento de
Las Palmas de Gran Canaria solicita al Registro Civil en la primera sesión
celebrada tras la victoria de Franco en la Guerra Civil, “que eliminara la
inscripción del nacimiento de Galdós para que entrara en el limbo de la
inexistencia oficial”, rememora Almudena Grandes.
Este 10 de febrero
el Cabildo nombra Hijo Predilecto de Gran Canaria a Benito Pérez Galdós (Las
Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920) coincidiendo con el centenario de
su muerte, y la noticia ocupa las portadas de los medios isleños. No siempre
fue así. El cronista y novelista que lanzaría una mirada compasiva y humana
sobre la vida y la sociedad españolas de su tiempo sufriría una campaña de
descrédito y maltrato orquestada por escritores coetáneos, a la que se sumaría
el régimen franquista y lo estamentos clericales más reaccionarios. En las
islas Galdós era “el mal hijo de Canarias”.
Poco se sabe de la
infancia y juventud de Galdós en su isla natal. “Lo referente a mi infancia
carece de interés", dejó escrito en Memorias de un desmemoriado. Muchos lo
atribuyen a su difícil relación con mamá Dolores, la autoritaria madre que, al
parecer, late al fondo de la figura de Doña Perfecta, si bien se dice que ya
anciano y ciego murió evocándola.
Tenía 19 años y
llegaba a Madrid para estudiar Derecho en pleno reinado de Isabel II. Aunque
cuentan que el principal motivo por el que abandonaría la isla fue su amor
negado con Sisita, la hija natural cubana de su hermano mayor, y de cuya drástica
separación se encargó personalmente su madre, produciéndole un dolor
inconsolable.
“De Canarias, ni el
polvo”, dicen que dijo en Cádiz sacudiéndose las zapatillas e imitando a Santa
Teresa. Un bulo inventado por un periodista mediocre, lo que alimentaría la
leyenda negra que en Canarias aún persiste en torno a su figura. José Pérez
Vidal lo desmintió en un estudio sobre su obra. No sólo dispensaba tratos de
favor a cuantos canarios se acercaban a él, sino que sus escasos retornos a
Canarias fueron por su aversión a navegar.
Cuentan que el
principal motivo por el que abandonaría la isla fue su amor negado con Sisita,
la hija natural cubana de su hermano mayor
La figura de Galdós
trasciende las fronteras de nuestro limitado (y fragmentado) territorio
insular. No necesitaba de ninguna obra costumbrista ambientada en las Islas
para encumbrarse como el mejor escritor en lengua castellana. Su tierra natal
siempre estuvo presente, al menos, en su concepción cosmopolita del mundo y en
ese universo confuso e identificable de la infancia, que es la patria común e
indivisible de cualquier autor.
A sus 23 años
escribiría La fontana de oro, su primera novela, y así un promedio de dos
libros por año, 80 títulos hasta que le llegó la ceguera. De él dijo Menéndez Pelayo
“pocos novelistas de Europa le igualan en lo trascendental de la concepción y
ninguno le supera en riqueza inventiva”. Unamuno, que ardería en la misma
hoguera que Galdós, lo llamó “evangelista de Madrid”.
Se dedicó
tenazmente a la lectura de la historia de España, a escribir con esa fiebre de
denuncia social que deslumbró al mundo, despertando la envidia y crispación de
sus coetáneos por los que fue maltratado, al tiempo que era aclamado por
innumerables lectores. Cargó sobre sí la crónica del Madrid decimonónico, en el
que vivió 58 años, y de la España del siglo XIX. Su literatura fue arrolladora,
militante, pedagógica. Autor de obras maestras como Fortunata y Jacinta o
Misericordia, y los imprescindibles Episodios Nacionales, Galdós refleja en su vasta
producción la mejor tradición del liberalismo español mediante unos personajes
inolvidables.
Silencioso y
retraído como buen canario, en sus obras criticaba con ironía los males de una
España caciquil, inquisitorial y retrasada. Solía mezclarse con el pueblo, en
pensiones o vagones de baja categoría, se interesaba por los inicios del
movimiento obrero sobre los que luego narraría. Federico Carlos Sáinz de Robles
dijo de él “es el primer novelista Madrid y el segundo de España”. Sin embargo,
no dejó de ser un isleño poco grato en los ambientes literarios de la capital
del reino.
“Galdós creó para
sus personajes un lenguaje que no tiene precedentes en nuestra literatura, ni
parece que nadie haya intentado continuarlo o podido continuarlo”, dijo Luis Cernuda.
“Es la única influencia que yo reconocería, la de Galdós, así en general, sobre
mí”, le confesaría Luis Buñuel a Max Aub. “Si se perdiera todo el material
histórico de esos años –el siglo XIX–, salvándose la obra de Galdós, no
importaría. Está ahí completa, viva, real, la vida de la nación durante los
cien años que abarcó la garra del autor”.
Además de
periodista, novelista y dramaturgo fue político, diputado del Partido Liberal
(de 1886 a 1890), que terminaría presidiendo en 1909 la Conjunción Republicano-Socialista
que un año más tarde terminaría llevando al Congreso al fundador del PSOE,
Pablo Iglesias. El último episodio nacional (Cánovas) radiografía la parálisis
política española.
En su tiempo, la
literatura española se dividía en galdosianos y antigaldosianos, y estos
últimos ganaron la partida e influyeron para que Galdós no fuera Premio Nobel.
Sus opiniones críticas le granjearon acérrimos enemigos que lo trataban con
saña dentro de la propia Real Academia Española, que no apoyó la candidatura de
Galdós en 1912 (cuatro votos de los 36 académicos de entonces) a pesar de la
dimensión universal de la obra literaria del escritor más importante de su
tiempo. El autor de Marianela y Nazarín, con miles de ejemplares vendidos
alrededor del mundo y traducidos a varios idiomas, y varios dramas
representados en el extranjero, cuya fertilidad creadora había logrado que
España adquiriera conciencia de sí misma, se quedaba una y otra vez sin el
Nobel.
Sus opiniones
críticas le granjearon acérrimos enemigos que lo trataban con saña dentro de la
RAE, que no apoyó la candidatura de Galdós al Nobel en 1912
El Galdós
republicano entrevista a Isabel II en su exilio parisino y dibuja una mirada
conmovedora sobre la reina maltratada:
“Te contaré muchas cosas, muchas, unas para que las escribas…, otras
para que las sepas”, le dijo. Un material que el escritor usaría para sus
Episodios Nacionales (Narváez y Bodas reales).
A la muerte del
escritor, en 1920, el pueblo madrileño sale a la calle, pero hubo un significativo
silencio entre las autoridades. Vivo y muerto seguiría el escarnio por sus
ideas progresistas y anticlericales, por ser un librepensador. Tras la Guerra
Civil, la dictadura franquista y los estamentos clericales organizan desde las
Islas una campaña de descrédito, apoyados por los detractores del escritor en
la península. Se perseguía no sólo su silencio literario, sino su desaparición
civil.
El obispo Antonio
Pildain, que ostentó la Diócesis de Canarias de 1936 a 1966, hasta finales de
su mandato mantuvo la orden de excomunión para cualquier feligrés que visitara
la Casa-Museo Pérez Galdós. El escritor era “un hereje, un anticlerical
perseguidor de la Iglesia atacando su Dogma y Moral”. En 1964 monseñor escribe
a Franco y al Gobernador Civil denunciando el propósito del Cabildo de
inaugurar dicho centro dedicado "al autor de obras cuyo sectarismo
anticlerical y heterodoxo le constituyó en el portaestandarte y símbolo de una
de las infames campañas perpetradas en España contra la Iglesia Católica”, al
tiempo que publicó un decreto episcopal en el que dictaba “pecan mortalmente”
los responsables de que en la citada casa-museo “retengan, conserven, editen o
lean los libros” del escritor, “prohibidos ‘ipso iure’, aun cuando no figuren
nominalmente en el Índice de Libros Prohibidos”.
Gracias a la
defensa de Alfonso Armas Ayala y Federico Díaz Bertrana, que presidía el
Cabildo, se mantuvo abierta la casa natal del novelista hasta el día de hoy.
Sesenta años después de aquel suceso, Galdós ha pasado de “mal hijo de
Canarias” a Hijo Predilecto. A partir del año 1971 la Casa-Museo empieza a
convocar Congresos Internacionales Galdosianos. Un encuentro entre diversos
enfoques de investigación y un estímulo para la renovación generacional del
hispanismo en torno a uno de los escritores españoles más conocidos
internacionalmente, cuya modernidad mantiene plena vigencia cien años después
de su muerte.
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