EDUCACIÓN EN DERECHOS HUMANOS
PEDRO LÓPEZ LÓPEZ
Uno de los
elementos destacables y preocupantes de los últimos años en el escenario
político es el ascenso de la extrema derecha
no solo en España, sino en gran parte de Europa y en otras zonas del
planeta. La extrema derecha es por naturaleza antidemocrática, aunque aproveche
las reglas del juego democrático para difundir su discurso e introducirse en
las instituciones. Así, han llegado al poder personajes como Trump en Estados
Unidos, Bolsonaro en Brasil, Orbán en Hungría o Salvini en Italia. Así podemos
observar aberraciones como 27.000 ejecuciones extrajudiciales en Filipinas,
según denuncia Amnistía Internacional, en la aberrante lucha contra la droga
que libra el presidente Duterte, o la presentación de leyes que recortan
gravemente los derechos y el propio sistema democrático, como el proyecto de
ley en Polonia que criminaliza la educación sexual. Estas y otras barbaridades
hace la extrema derecha cuando llega al poder, lamentablemente con el aval de
los mecanismos democráticos.
El cómo es posible
que estas fuerzas antidemocráticas ganen terreno dentro del sistema democrático
y lo amenace gravemente no tiene una explicación sencilla. De hecho, ningún
fenómeno político o social la tiene, pero sí pueden identificarse algunos
factores. Yo me voy a centrar en el sistema educativo, en una reflexión sobre
si este tiene algún papel en la construcción de ciudadanía, en la formación de
una ciudadanía que contribuya a mejorar la democracia y la sociedad en general,
o si, por el contrario, está ayudando a que vayamos a una democracia sin
ciudadanos, en expresión de algunos autores, que facilita estos fenómenos
preocupantes.
En mi opinión, y en
consonancia con la organización a la que represento aquí, solo formando ciudadanos con capacidad
crítica, autonomía moral (esto supone un enfoque laico en educación) y sentido
de la justicia y de la solidaridad, esto es, ciudadanos formados en derechos
humanos, podemos construir las defensas democráticas necesarias para frenar y
hacer retroceder el avance que están consiguiendo a ojos vista las fuerzas
antidemocráticas.
El deterioro de la
conciencia ciudadana en favor de individuos delirantemente consumistas, adictos
a las chucherías tecnológicas, inconscientes en gran parte de un modelo de
producción y consumo que condena a millones de habitantes del planeta a la
pobreza más absoluta y que condena al propio planeta a una seria destrucción;
este deterioro, digo, ha ido en paralelo con los avances de un sistema
educativo que en gran parte se ha convertido en una expenduría de títulos
enfocados casi exclusivamente a las habilidades demandadas por el mercado
laboral. La formación del ciudadano ha quedado arrinconada en favor de la
formación del productor-emprendedor y del consumidor que responde como un
hámster a la sobreestimulación programada por todo el aparato publicitario.
Es así como textos
de referencia de Naciones Unidas, del Consejo de Europa o del propio Ministerio
de Educación, textos que deberían obligar a formar ciudadanos conocedores de
los derechos humanos, han quedado como puro adorno para preámbulos
grandilocuentes. Cito dos textos bastante explícitos. La Conferencia Mundial
sobre la Educación Superior celebrada en julio de 2009 culminaba con un
comunicado que señalaba que “la educación superior debe no solo proporcionar
habilidades […] sino también promover el pensamiento crítico y la ciudadanía
activa, y contribuir a la educación de un ciudadano comprometido con la
construcción de la paz, la defensa de los derechos humanos y los valores de la
democracia”. El Consejo de Europa, en su web dedicada a la Educación para la
Ciudadanía y para los Derechos Humanos dice que la Educación para la Ciudadanía
debe proveer a los alumnos de conocimientos y habilidades para prepararlos para
ejercer y defender sus derechos y responsabilidades democráticos, así como para
jugar un papel activo en la vida democrática.
La formación en
derechos humanos es imprescindible no solo para ser conscientes de los propios
derechos y poder ejercer como ciudadano, sino también para promover los derechos
de los demás y poder desarrollar la profesión que se elija con responsabilidad
social, sabiendo que nuestra profesión es un medio para que los ciudadanos vean
satisfechos sus derechos.
Me referiré
brevemente a la educación universitaria, que es mi medio. En el plano nacional,
el Real Decreto 1393/2007, que regula las enseñanzas universitarias, dice en su
preámbulo que “se debe tener en cuenta que la formación en cualquier actividad
profesional debe contribuir al conocimiento y desarrollo de los Derechos
Humanos, los principios democráticos…”. Bajando más el nivel de concreción, los
Estatutos de la UCM dicen en su artículo 3.2 que una de sus funciones es la
formación en valores ciudadanos de los miembros de la comunidad universitaria.
Pues bien, a la hora de dar contenido y llevar a la práctica normas como estas,
las dificultades son increíbles. Difícilmente uno encuentra que autoridades,
colegas y alumnos apoyen asignaturas en torno a estos temas. El entorno
educativo está impregnado de un utilitarismo profesional miope y cortoplacista,
acompañado de la demoledora pregunta “¿esto para qué sirve?”. Vemos así que lo
urgente desplaza a lo importante hasta hacerlo desaparecer.
Hasta tal punto,
que voy a exponer muy brevemente una experiencia personal vivida durante el
curso 2017-18. En febrero de 2018, desde el Vicerrectorado de Estudios de la
Universidad Complutense (UCM), se nos pidió mediante un correo electrónico al
profesorado que ofertáramos asignaturas llamadas “transversales”, dirigidas a
cualquier estudiante de la Universidad, independientemente de la carrera que
esté cursando. Las asignaturas debían estar incluidas en una serie de áreas del
tipo liderazgo, emprendimiento, trabajo en equipo, técnicas de negociación,
etcétera, aunque podían valorarse otras propuestas. A este correo respondí,
junto con una compañera con la que comparto una asignatura denominada “Derechos
humanos, ciudadanía y sociedad de la información” con algunas reflexiones y proponiendo una
asignatura transversal de aproximación a los derechos humanos. La vicerrectora
agradeció las reflexiones y aceptó la propuesta, de manera que no puedo decir
que las autoridades la obstaculizaran. La asignatura se ofertó a una comunidad
de más de 60.000 estudiantes universitarios. La preinscripción solo tuvo cinco
estudiantes, por lo que la asignatura no pudo impartirse. O sea,
aproximadamente un 0,01% de los estudiantes se interesó por el tema. Quizás en
carreras técnicas este pobrísimo interés pueda tener su explicación, pero en
disciplinas sociales y humanas el resultado es desalentador. Futuros maestros y
profesores de secundaria, pedagogos, trabajadores sociales, filósofos,
abogados, sociólogos, politólogos, etc. no mostraron prácticamente ningún
interés. Esperábamos decenas de estudiantes, pero la desmoralizante realidad se
impuso.
Todavía nos
esperaba otra tremenda decepción. Dentro del plan anual de formación del
profesorado, ofertamos el taller «El enfoque de derechos humanos en la
enseñanza universitaria», para impartir en octubre. De una comunidad de unos
6000 profesores, se inscribieron tres, por lo cual, igualmente, el taller no
pudo impartirse. En este caso, el porcentaje de interesados sube
“espectacularmente” hasta situarse aproximadamente en un 0,05% del profesorado.
¿Se trata de una
experiencia aislada, o es un indicador del estado de la universidad? La
Universidad Complutense es una de las más grandes y representativas del país, así que entiendo que esta
experiencia puede tomarse como un síntoma del sistema universitario. Esta
reflexión no es un lamento personal por haber visto frustradas dos iniciativas
que hemos lanzado entendiendo que la universidad debe estar para algo más que
ser una expendeduría de títulos, títulos que suponen unas habilidades/destrezas
que el alumno/cliente, en la universidad neoliberal, puede comprar para poder
más tarde vender en el mercado laboral. Si el pensamiento, la formación
ciudadana, la educación que trasciende las habilidades prácticas para formar en
una práctica profesional socialmente responsable, estorban, la universidad, tal
y como la hemos conocido los adultos actuales, ha desaparecido. Es una muy mala
noticia.
Pues bien, entiendo
que estas experiencias se enmarcan en una deriva del sistema educativo
orientada por la demanda del mercado laboral y por la consideración de la
educación como una mercancía más y no como un derecho humano y como un arma
poderosa para cambiar el mundo, como decía Mandela.
Si seguimos aceptando el
arrinconamiento de la Unesco, como agencia de Naciones Unidas para la
educación, y dejando que las políticas educativas emanen de la Organización
Mundial del Comercio, el Banco Mundial, la CEOE o las multinacionales, el
pensamiento estorbará cada vez más en las universidades y la democracia pasará
de ser imperfecta a inexistente
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