EUROPA ES INDEPENDENTISTA
JUAN CARLOS ESCUDIER
De Bélgica nos lo
podíamos esperar porque ya dice Borrell que conoce a un etarra que vive allí
tranquilamente y compra el pan a diario; y también de Dinamarca, a la que ni
pedimos ayuda porque ya sabíamos lo que nos iban decir. Que Escocia acogiera a
Clara Ponsatí era previsible porque a los escoceses a independentistas no hay
quien les gane. Como lo de Suiza, hogar de Anna Gabriel y Marta Rovira, que es
el secesionismo reglado en forma de confederación. Nos descolocó lo de Alemania
y esa impronunciable audiencia suya de Schleswig-Holstein con sus verdes las
han segado a aceptar que Puigdemont era un rebelde violento. Pero que el
Tribunal de Justicia de la UE nos diga que se tenía que haber excarcelado a
Junqueras porque como eurodiputado gozaba de inmunidad es que no tiene nombre.
¿Qué le hemos hecho a Europa para que nos trate de esta manera tan cruel?
O hay una
conspiración en marcha de todo el continente contra esta gran nación que es
España o, al final, tendremos que admitir que nuestro augusto Tribunal Supremo,
con sus inmaculadas puñetas y sus zainas togas, no ha dejado de mearse en la
Justicia a cuenta del procés por algún problema de próstata no diagnosticado.
Una cosa es que el Derecho sea una materia un tanto maleable y no una ciencia
exacta, y otra asumir que el Código Penal tenga que ser una bayeta que se puede
retorcer a conveniencia y sin límite alguno.
Desde aquí se ha
venido dando cuenta de los despropósitos este Altísimo Tribunal nuestro tan
aplaudido y de cómo ha venido sobrepasando su función jurisdiccional para
adentrarse en el terreno de la artimaña y la estratagema. Se ha configurado así
una especie de autarquía jurídica que, en su delirio, ha llegado a impugnar
actos que no se habían producido, ha jugado arteramente con las euroórdenes de
detención, ha permitido que un magistrado se arrogue poderes excepcionales en
su creencia de que era el último bastión contra los malvados independentistas y
ha dictado resoluciones que han pasado por encima del ordenamiento jurídico y
del propio sentido común.
Para combatir al
que se entiende como el gran enemigo de nuestra democracia se ha puesto en
solfa a la propia democracia, y se han visto cosas que no se creerían ni aquí
ni más allá de Orión. La última, que ahora ha vuelto en forma de boomerang contra
la cabeza del Supremo, fue dirigir una cuestión prejudicial al Tribunal de
Justicia europeo en la que preguntaba si se debía considerar a Junqueras un
preso preventivo más o un eurodiputado investido de la correspondiente
inmunidad y, sin esperar siquiera la respuesta, dictar sentencia contra él.
Y lo hizo,
probablemente, porque ya sabía cuál iba a ser dicha respuesta, tal y como
reconoció en su día la propia Fiscalía al oponerse a que recogiera su acta con
el argumento de que implicaría su puesta en libertad y paralizaría el juicio.
Así que se prefirió privar al líder de ERC de su derecho de sufragio pasivo,
que es un derecho fundamental, antes que seguir el cauce establecido de ponerle
en libertad para que tomara posesión y solicitar a continuación el suplicatorio
al Parlamento europeo para poder juzgarle.
El fallo de la
Corte europea no deja lugar a dudas: Junqueras se convirtió en eurodiputado
desde la proclamación de candidatos, porque dicha condición se deriva de su
elección por sufragio universal y no del acto administrativo de recoger el
acta. Y como él, lo hicieron Puigdemont y Comín, a los que veremos pronto
sentados en la Eurocámara mientras el inefable juez Llarena se plantea si debe
comerse las euroórdenes con patatas o con ensalada, que es siempre menos pesada
a la hora de hacer la digestión.
Por mucho que se
diga que el Tribunal de Luxemburgo no impone la excarcelación de Junqueras y
que deja en manos del juzgador los efectos aparejados a su sentencia, lo normal
sería que, tras los cinco días que ha dado de plazo a las partes para formular
alegaciones, el Supremo anulara la sentencia y reiniciara el proceso de la
manera correcta. Y, casi con toda seguridad, no lo hará porque no van a venir
ahora unos tipos el Luxemburgo a decirles a nuestros infalibles intérpretes de
la Justicia cuáles son los límites a la hora de estrangular las normas. Y el
caso volverá al Tribunal europeo, que pintará de nuevo al Supremo la cara de
rojo. Y a sus señorías excelentísimas no les importará porque su capacidad para
el ridículo no conoce fronteras y porque lo que de verdad ocurre es que existe
un contubernio colosal contra nuestro impecable Estado de Derecho. Europa y,
quizás el mundo entero, es independentista. Contra eso luchamos.
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