TRUMP: ENGENDRO DE UN IMPERIALISMO
DECADENTE
POR NARCISO ISA CONDE
“Trump no actúa
simplemente por el mandato de su mente forjada en la supremacía blanca, en la
prepotencia del ricachón, en la desfachatez del negociante inescrupuloso, en el
mundo del espectáculo y la vorágine de la especulación inmobiliaria.”
En medio del descarado
plan desestabilizador de la Venezuela bolivariana, amenaza de invasión militar
incluida, escuchamos a mucho decir que un “loco gobierna los EEUU poniendo al
mundo al borde de una guerra destructiva”.
Si de verdad se
tratara de un loco, habría que hablar de un paquete de locos y locas, porque no
es secreto que la política exterior de esa superpotencia la decide una
instancia de poder integrada por muchas entidades y personas de alto nivel.
Pero además, no se
trata de iniciativas de un loco, ni de dos, ni tres, ni de cuatro…Se trata de
engendros creados al interior de un sistema imperialista cuya decadencia y
descomposición lo torna cada vez más conservador, voraz y violento.
La perdida de
hegemonía y la carencia en su territorio de recursos imprescindibles para
prolongar la existencia de un modelo de consumo ultra-derrochador y
dispendioso, en el contexto de las nuevas olas tecnológicas, lo desespera tanto
como las múltiples repercusiones de los procesos de expoliación y saqueo de sus
dependencias colonizadas y re-colonizadas, incluida la avalancha migratoria.
* TRUMP NO ES UNA
ESCEPCIÓN.
El fenómeno no es
exclusivo del poder y el sistema político estadounidense, sino que tiene
expresiones en todo el mundo y en sus diferentes regiones, alimentadas por el
racismo, la xenofobia, la homofobia, el despotismo y la tradición militarista
potenciada.
En estos predios
continentales Trump tiene colegas como Bolsonaro, Uribe, Duque, Macri, Juan
Orlando Hernández y otros de igual calaña.
Por eso en su
momento sostuve que entre Trump y los Clinton no había que asumir preferencias.
Lo dije entonces en estos términos: “son engendros diferenciados del
lumpen-imperialismo y el neo-conservadurismo actual, de su crisis de
decadencia, de su descomposición”.
Uno desde el
empresariado no partidista insertado en el capital tramposo farandulero y
negocios inmobiliarios, y los otros desde la “clase política” corrompida y
sumisa al Complejo Financiero-militar.
Uno
nazi-racista-machista y los otros asquerosamente neoliberales y guerreristas.
Si Donald Trump
embiste contra negros, migrantes y mujeres que tendrán que rebelarse en grande,
Bill e Hillary han sido guerras, genocidios, usura y corrupción a millón.
Ganó Trump al
interior de las competencias republicanas y le ganó a la Clinton que hizo gala
de la perversidad de la cúpula “demócrata” para bloquear a quien derrotar
electoralmente el bloff neonazi conformado: Bernie Sanders, cuya actitud
potenciaba una ilusión socialdemócrata como alternativa a la desacreditada
clase dominante-gobernante.
La cúpula política
estadounidense, impedida de imponer lo tradicional- desacreditado en el Partido
Republicano, se las ingenió para lograrlo en el Demócrata, asegurando resultados
aceptables para la ya putrefacta y garanterizada dominación del gran capital.
* UN ENGENDRO
FUNCIONAL AL LUMPEN IMPERIALISMO Y A SUS EXIGENCIAS.
Trump ganó porque
sumó a su discurso machista, racista y xenófobo -capaz de potenciar el terror
de lo peor de la mayoría blanca y archi-conservadora a perder su
supremacía
histórica- la crítica mordaz y demagógica a la corrupción política, al
empobrecimiento de la clase trabajadora, al desbordamiento de la usura y al
guerrerismo parasitario; conjuntamente con su ilusionista propuesta de rescate
del “sueño” americano y del dominio omnímodo de EEUU, que jamás volverán.
Porque compitió con
una Hillary desacreditada, reducida a un bagazo por un ejercicio de poder
plagado de corruptelas, hipocresías y fechorías que hastiaban a amplios y
diversos sectores de esa sociedad.
En fin de cuentas,
los Clinton -junto a la claque tradicional de su partido- ayudaron al triunfo
de Trump bloqueando a Sanders, y asumieron así el riesgo de la derrota aun a
beneficio del engendro díscolo y bestial, que incluso le facilita atribuirle a
su supuesta locura las consecuencias desastrosas de las agresiones
imperialistas.
Su olfato de clase
y de mafia política predominó en esa decisión. A Bernie había que obstruirlo
porque criticaba el capitalismo caníbal, integraba grandes descontentos
dispersos y estimulaba situaciones fuera del control de la cúpula del sistema.
Trump resultó
“mayoría” de una minoría. Pero su victoria y su accionar prepotente no son
señales de fortaleza propia o del imperio, sino de su descomposición interna y
su desesperación ascendente.
Trump no actúa
simplemente por el mandato de su mente forjada en la supremacía blanca, en la
prepotencia del ricachón, en la desfachatez del negociante inescrupuloso, en el
mundo del espectáculo y la vorágine de la especulación inmobiliaria.
No, no es así,
aunque eso marque su estilo y su descaro. En lo fundamental él responde al rol
asignado por el poder constituido en esta fase de su crisis y de su accionar
como imperio decadente.
El propósito de
asaltar Venezuela y sus riquezas, de anular su soberanía, de revertir procesos
de independencia y marcharle violentamente a procesos como el cubano y el
boliviano, es una línea imperial; metas de una estrategia que se viene
aplicando en los últimos años en todo el continente y que ahora presenta alto
grado de endurecimiento.
Como lo han sido
también las guerras atribuibles a administraciones pasadas en Palestina,
Yugoslavia, Ucrania, Afganitan, Irak, Libia, Yemen, Siria…
Pero paradójicamente
-aunque no por accidente y si por la erosión progresiva de su inmenso poderío-
todo esto empantana más a EEUU y acelera su ingobernabilidad continental y
mundial, lo que no es de lamentar por los antiimperialistas consecuentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario