EL EVANGELISTA DEL FASCISMO
JUAN CARLOS ESCUDIER
Aun a costa de
hacer publicidad a la competencia, no deberían dejar de leer la entrevista de
El País a Steve Bannon, el ex asesor de Trump y, según parece, de todo lo que
en el mundo huele a supremacismo, nacionalismo y xenofobia, desde Salvini a
Orban y de Bolsonaro a Vox. De Bannon se dice que es el mismo demonio y que
desprende un intenso olor a azufre, y con ese aroma infernal se ha montado una
plataforma ultra llamada The Movement, de resonancias de cruzada franquista,
con la que aspira a hacer quebrar la Unión Europea como quien deja caer una
copa de vino y se regocija con el estropicio.
Bannon no deja de
ser una termita, un sofisticado agente de la derecha más reaccionaria de EEUU y
un activista contra el empuje chino, pero ha conseguido convertirse en una
especie de predicador de la buena nueva para aquellos a los que llama gente
corriente y que es un público objetivo en el que encajamos casi todos. Esa
gente corriente, desideologizada en gran medida, es la que siempre se declara
inocente de lo que le pasa y encuentra rápidamente los culpables. Ocurre así
porque cuando no se tienen claro los adversarios cualquiera puede engrosar la
lista de los enemigos, especialmente si llegan en patera o saltan las vallas de
nuestra jaula para dar cuenta de las migajas que caen de las mesas.
La suya, como
reconoce, es una misión evangelizadora que encaja como un guante en esta
posmodernidad que hoy despreciaría a Ghandi y que se postra ante el Primark y
las ofertas de Amazon. Su mérito es haber comprendido que la política ya no es
el gobierno de las cosas en aras del bien común sino un producto más que
colocar a las masas o a tus contrincantes, y dejar que éstos –como está
ocurriendo con la derecha española respecto a Vox- te hagan gratis el marketing
y la propaganda.
La mercancía que
vende está averiada pero tiene un chasis deslumbrante. Soberanismo, seguridad y
economía es la fórmula de este vendedor de crecepelo, un receta simple y mágica
para tanto pensamiento alopécico. Bannon es una especie de gastroenterólogo que
ha comprendido que los mensajes no deben dirigirse a la razón sino a los
intestinos, y de ahí que el secreto esté en encontrar a quien entienda la
verdadera naturaleza humana, un lugar bastante siniestro donde suelen habitar
monstruos que, en circunstancias propicias y si alguien les ofrece la llave, no
tardan en liberarse de sus cadenas y mostrarnos el Hyde que todos llevamos
dentro.
Sin millones de
cajas de resonancia este neofascismo estaría condenado a la irrelevancia pero
en alianza con las redes sociales puede llegar a resultar ensordecedor. Viene a
ser como la melodía zumbona que se desprecia la primera vez y que, de tanto
escucharla, uno acaba cantando a voz en grito al segundo gin tonic. Los inmigrantes
nos roban, los partidos tradicionales son basura, hace falta ley y orden o los
homosexuales son un cáncer forman parte de las estrofas de este rap tan
pegadizo.
Bannon y sus ideas
son un peligro porque nos hacen abrazar lo innombrable sin complejos y quemar
el sostén de nuestro reverso más tenebroso. Su revolución consiste en liberar
esos instintos que tardamos siglos en contener a cambio de una cierta
civilización que hasta ahora no era muy útil en las reuniones de la comunidad
de vecinos. Con un poco de su ponzoña y con las pistolas que nos promete
Abascal el insoportable del segundo puede echarse a temblar.
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