EL DÍA EN QUE FELIPE VI PIDIÓ PERDÓN
(Y NO FUE ‘PA’ TANTO)
ANÍBAL MALVAR
Vociferios
patrioteros nos ensordecen los días con la petición del presidente mexicano,
Andrés Manuel López Obrador, para que el rey Felipe VI haga acto de contrición
nacional por las barbaridades cometidas durante las invasiones o conquistas
americanas del siglo XVI. Pablo Casado, siempre presto a saltar a la grupa del
alazán de Santiago Abascal como la novia de El Zorro, ha sido uno de los
ofendiditos más aspavientosos y chillones: “Lo que ha dicho es una afrenta para
España. Que venga a decir que España hizo toda clase de barbaridades en ese
país hermano es algo que yo no voy a permitir. El Gobierno de España tiene que
decir claramente a este tipo de gobiernos izquierdistas que no compartimos esas
palabras”. Le faltó añadir: “Zasca en toda la boca a Moctezuma”, que es como
expresan sus profundos pensares estos hijos dilectos de Harvardavaca.
Sucede que hay que
remontarse apenas cuatro años y pico, a noviembre de 2014, para escuchar a su
compañero de partido, ex diputado y hoy preboste de las FAES, Gabriel Elorriaga,
referirse en muy diferentes términos al pueblo judío para pedirle perdón por
haberlo expulsado de España más o menos por las mismas calendas colombinas. El
gobierno de Mariano Rajoy impulsó una ley que permitía obtener la nacionalidad
española a los judíos sefardíes que demostraran orígenes carpetovetónicos en su
genealogía, y en pocos días la obtuvieron más de 4.000 sin necesidad de residir
en nuestro país.
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Entonces, el
diputado del PP habló, en nombre de su partido, de “reparación histórica que
quedaba debida y que ahora podemos restañar”. Se revocaba así, con 500 años de
retraso, el edicto de expulsión ordenado por los Reyes Católicos: “Acordamos de
mandar salir todos los judíos y judías de nuestros reinos y que jamás tornen ni
vuelvan a ellos ni alguno de ellos”.
En la web de
nuestra Casa Real aun se puede rastrear otra disculpa de parecido jaez,
pronunciada ante los hijos de Sefarad en forma de solemne discurso, por nuestro
Preparao VI en el Comedor de Gala del Palacio Real de Madrid el 30 de noviembre
de 2015. Se refirió allí el rey a nuestra “Historia, tan dura en tantas
ocasiones”. También habló el hombre de las “decisiones y coyunturas políticas
[que] truncaron” la convivencia entre los dos pueblos. Y enfatizó que “a través
de esta norma regresa, formalmente, al tronco común de la nación española una
de sus ramas que, en su día, fue tristemente separada”. También citó la
exposición de motivos de la citada ley haciéndolos suyos: “[Los sefardíes]
aceptaron sin rencor el silencio de la España mecida en el olvido”. Y tan suyos
los hizo que retomó la idea unos segundos más tarde: “Gracias por haber hecho
prevalecer el amor sobre el rencor” (reconociendo que ese rencor estaba
justificado).
Yo no sé qué
pensará Pablo Casado, tan amigo de gritar Viva el rey cada vez que se enciende
una farola, de esta felípica sexta. Pero a mí, sinceramente, me suena a
disculpa. O sea, un rey sí se puede disculpar del pasado de su reino sin
convertirse en una gorgona etarra. Se trata solo de conocer y reconocer nuestra
propia historia. Una simple cuestión de educación en sus acepciones tanto
escolástica como social.
Todos los pueblos
han sucumbido a la tentación, durante siglos, de blanquear su propia Historia,
de glorificar a sus criminales y criminalizar a sus enemigos. Desde la
invención del kinetoscopio, sobre todo a través del cine (ya se sabe que a las
ratas del chiste les gusta más el celuloide que el libro).
Los norteamericanos
llevaron a cotas casi psicotrópicas su obsesión, y justificaron una y otra vez
el genocidio indio convirtiendo, incluso, en héroe a un psicópata descerebrado
como el general Custer, aquel que muriera con las botas puestas.
Según el cine
francés de posguerra, nunca existió el colaboracionismo masivo con los nazis, y
todas las belles-dames-sans merci y los apuestos garçones parisinos se pasaban
las noches diseñando explosivos en los sótanos de Montparnasse, y no bebiendo
champagne con los alemanes en los salones de Montmartre. En España, Raza, Los
últimos de Filipinas, Sin novedad en el Alcázar y tal.
Solo en los años 60
y 70 se empieza a hacer cine autocrítico sobre la propia historia de cada país,
y hoy con las redes el ojo de cualquier patriota se puede acomodar al hecho de
que no todo tiene que ser blanco o negro, como nos dicen los casados, los
riveras, los abascales e, incluso, alguna vicepresidenta que se nombra
socialista.
Se puede pedir
perdón sin caer en la humillación ni en la mansedumbre, como hizo Felipe VI en
aquel discurso sefardí que es, quizá, el único con bello contenido que le
recuerdo (a pesar de que, claro, declamaba inspirado por su sometimiento a los
genocidas de Israel; pelillos a la mar). Son tan malos tiempos para la lírica
como buenos para la hípica. La de Abascal. La Historia nos absuelva ya no del
pasado, sino del presente. Yo me voy a beber el tequila de antes de dormir,
como los niños y los historiadores buenos.
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