ALITAS QUE MIGRAN
ILKA OLIVA CORADO
Llegan con sus
ojitos tristes, perdidos en la zozobra, desesperanzados, con la urgencia de
conseguir trabajo porque a eso vinieron: a trabajar. Son los niños-hombres y
las niñas-mujeres a quienes les robaron la infancia, a quienes hicieron crecer
de golpe como a sus padres y
abuelos. Tienen apariencia de niños y
adolescentes pero algo les fue robado, algo no logró desarrollarse en lo que
debe ser el proceso natural de crecimiento de un niño en una sociedad sana,
bajo la protección de un Estado que debería ser el que les brinde las
oportunidades de desarrollo para una vida integral.
Llegan derrotados,
vencidos, con sus cuerpos como astillas, con sus sueños como alambres de púas,
con el estigma como huella dactilar. Y traen la cólera, la ira, el miedo, el
desasosiego y las interminables noches de desvelo y las madrugadas de hambre y
pesadillas; son los niños-hombres y las niñas-mujeres que son expulsados del
país de origen y llegan a Estados Unidos (EE.UU) con el anhelo de una vida que
nunca será.
Con sus alitas de
mariposas, con sus alitas de golondrinas, con sus alitas de ronrón, con sus
caritas agrietadas que anhelan una mirada que los cobije y que los
entienda. Los niños-hombres y las
niñas-mujeres se pierden en el limbo de los millones que llegaron hace décadas
en igual situación y que envejecieron siendo niños-hombres y niñas-mujeres en
los campos de cultivo, en las fábricas, limpiando cada peldaño de los
rascacielos, cuidando hijos ajenos, limpiando casas, cortando grama: en los
interminables mil oficios de la clase obrera.
El trabajo es el
común denominador en la alcantarilla, la universidad está tan lejos, tan alto
que es inalcanzable para quien ha sido criado para sostener el mundo en sus
hombros; porque el mundo descansa jampón sobre el lomo de los excluidos.
Pareciera que la vida de esos niños-hombres y de esas niñas-mujeres en EE.UU
puede cambiar, y tal vez sí pero de una minoría porque el enorme porcentaje
viene con la responsabilidad del envío de remesas para ayudar en la crianza de
hermanos menores y apoyar económicamente
a sus padres y abuelos, a sus
hijos; porque sí muchos de esos
niños-hombres y esas niñas-mujeres también a su corta edad tienen la enorme
responsabilidad de la crianza de sus hijos: en el caso de las niñas que muchas han
sido por violación y no de maras exclusivamente, como se pretende silenciar
sistemáticamente el abuso sexual que viven dentro del propio hogar por personas
conocidas o del mismo círculo familiar.
Muchas de esas
niñas-mujeres llegan cargando en sus brazos a bebés recién nacidos, bebés que
cargarán también en sus espaldas en los campos de cultivo. La mayoría de estos
niños-hombres y de estas niñas-mujeres jamás pisan una escuela en Estados
Unidos, aunque sean menores de edad al momento de su llegada, porque su
urgencia es trabajar y los explotadores lo saben y los contratan para pagarles
menos: el abuso sistemático que no tiene fronteras.
Y sus manitas se
arrugan y se les nubla la vista, sus cabellos se tornan en la nieve de los años
que en sus lomos curtidos se rompen en
la diáspora y; explotadas también una y
otra vez sus alitas de mariposas, sus alitas de golondrinas y sus alitas de
ronrón, porque esos niños-hombres y esas niñas-mujeres nunca tendrán la vida
que debió ser
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