JM AIZPURUA
Entre las numerosas
trampas semánticas de la casta para confundir al personal y someterlo al
maniqueísmo, hoy enarbolan el término “constitucionalistas” como propio y por
ende dejan a los demás como anti-constitucionalistas.
Es la misma maldad
semántica de “patriotas”, y los demás indepes, nación la suya y nacionalidades
las de los demás.
Pues bien; yo voté “no”
a esta Constitución 78, pero no soy anti-constitucionalista, sino todo lo
contrario. Soy constitucionalista, pero de otro tipo de constitución más acorde
con el siglo XXI en el que moriré después de vivir un poco. ¿Qué les parece una
constitución republicana y confederal? Pues a mi mucho mejor que la inválida y
renqueante del 78.
Y no quiero
“romper” patrias ajenas; con que dejen en paz la mía me conformo.
Esa constitución
XXI, debería al fin de los siglos asentar al mito España, donde se camuflaron
los negocios y patrimonios reales que eran los realmente propietarios de la
marca, y dejaron siempre fuera al pueblo llano. Provincias españolas, llenas de
españoles incluso esclavos, fueron Venezuela, Cuba, Filipinas y Sahara. Y las
constituciones sucesivas de los últimos siglos iban menguando en territorios y
en españoles, debido a la incapacidad gestora de una casta real y un paradigma
erróneo en el que tercamente se mantiene la españolidad castellana
supremacista, de esencia imperial colonizadora.
La constitución
XXI, al fin deberá incluirse en su zona europea, asumir sus paradigmas, y
tratar de progresar con sus potencias, que ya no son ni serán imperiales.
Los vasco-navarros,
lo catalanes, los gallegos, y quizás los andaluces, deberán incorporarse (¿qué
hacemos con los canarios?) a una estructura social común con los castellanos,
pero erradicada su supremacía, para conseguir una estructura estatal de
consenso y progreso. En la época en que el divorcio es incuestionable en el
mundo, el derecho de autodeterminación es del mismo sentido democrático: nadie
está obligado a vivir en contra de sus necesidades y anhelos y si sus vecinos
lo acreditan en el mismo sentido, ya estamos hablando de DDHH.
El derecho de
conquista, con el que se han hecho las más recientes constituciones españolas,
está caducado, no es posible así asumirlo y mantener sus efectos. Hay pueblos
peninsulares que son naciones sin estado, incluidas por la fuerza en el estado
de los castellanos-españoles, las eternas Dos Españas que helarán tu corazón, y
estas naciones ya en el siglo XXI están en condiciones de ratificar su
inclusión en modo y forma en un Estado plurinacional, o iniciar el suyo propio.
Democracia obliga.
A Canarias la ONU
denominó colonia en el pasado siglo y aún no se le ha brindado la oportunidad
de ejercer su derecho de descolonización, que junto a la de Sahara siguen hoy
día constituyendo un oprobio para el agente colonizador heredero: Reino de
España.
Para dar
efectividad a ese proyecto comunitario de descolonización canaria, es preciso
que un proceso individual de descolonización mental lo preceda. Los miedos,
incertidumbres nacionales, represiones, alienación, que con tanta eficacia
mantuvo el colonizador, “el godo”, a través de los siglos para arrancar la
dignidad y la autoestima de los indígenas wanches, canarii, auaritas, bimbaches, gomeros
y majos, hoy fundidos en “canarios españolizados”, debe ser un proceso previo de descolonización
mental, que de paso al canario del siglo XXI que asume su nacionalidad, su
ubicación geopolítica, y sus herramientas para enfrentarse en su canariedad al
concierto mundial para el progreso y la solidaridad.
No es fácil la
labor ni tampoco eludible. Una canariedad flexible debe ser el camino.
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