LOS TUITS DE CASSANDRA Y EL MURO
JOHN LENNON DE PRAGA
JUAN TORTOSA
En
el barrio de Malá Strana de Praga, frente a la embajada de Francia en la
República Checa y muy cerca del famoso puente Carlos, que atraviesa el río
Moldava, hay una pared que no es una pared cualquiera sino un muro donde, desde
el día de diciembre de 1980 en que mataron a John Lennon, nunca falta una
pintada dedicada a su memoria. Este miércoles me acerqué a ese lugar y pude
comprobar que el carácter simbólico de protesta que ese trozo de pared tiene
desde hace más de treinta y seis años, aún continúa vigente.
En
ese muro, la mañana siguiente al asesinato del ex Beatle, apareció un retrato
del artista y unas pintadas en su honor que los miembros del gobierno
checoslovaco de entonces, a quienes Lennon les parecía un pacifista peligroso
hasta el extremo de tener prohibidas en el país la reproducción de muchas de
sus canciones, consideraron un desafío. La imagen del cantante y las frases
escritas en su honor fueron borradas inmediatamente y el muro volvió a lucir su
blanco escrupuloso… hasta la mañana siguiente en que volvían a aparecer
pintadas flores, canciones de Lennon o mensajes por la paz que la policía hacía
desaparecer de nuevo a las pocas horas. El toma y daca duró nueve años, hasta
la caída del régimen comunista, y desde entonces el muro es considerado un
monumento a la libertad de expresión que permite mantener vivo el recuerdo de
aquella rebeldía.
Me
conecté al wifi del restaurante John Lennon, situado justo enfrente del muro
dedicado a su memoria, y fue entonces cuando me enteré de la sentencia que
condena a la joven Cassandra Vera a un año de cárcel y siete de inhabilitación
por varias frases humorísticas dedicadas a Carrero Blanco en su cuenta de
twitter. Me acordé en ese momento de mi amigo Facu Díaz, que tuvo mejor suerte,
pero a quien nadie libró en su día del mal trago de pasar por un juzgado por
hacer, según la fiscalía, humor con asuntos políticamente incorrectos. Y me
acordé también de la tortura a la que sometieron a Guillermo Zapata durante
meses interminables por frases también escritas en twitter, y de los titiriteros…
A
dos mil quinientos kilómetros de distancia, hay unos instantes en que tiendes a
pensar que noticias como la condena a la joven Cassandra no pueden ser verdad,
que alguien tiene el día tonto y está de broma. Pero no, no debo perder la
perspectiva. Lo que ha pasado es una cosa muy seria. Es un castigo, un
escarmiento, un aviso que no está dirigido solo a la joven condenada, sino que
está dotado de una profunda carga simbólica. Una sentencia así ha sido posible
merced a una ley pensada por el Partido Popular para cercenar la libertad de
expresión en nuestro país, para meter miedo. Como Cassandra solo ha sido
condenada a un año de cárcel, no tendrá que ingresar en prisión, pero deberá
tener mucho cuidado para no ser reincidente, porque si se le ocurre “molestar”
otra vez en las redes y vuelve a ser encausada entonces sí, entonces puede ir a
la cárcel si vuelve a ser condenada.
Como
si se tratara del túnel del tiempo, me viene al recuerdo la asfixiante
atmósfera que se vivía en España el año en que mataron a John Lennon, cuando
mis compañeros José Luis Morales, Xavier Vinader y tantos otros eran juzgados
por los reportajes que publicaban y hasta a mí me sentaban en el banquillo por
ser director de paja de una revista de tías en pelotas. Al menos entonces
existía la esperanza de que la milagrosa Transición acabaría con aquello, que
enseguida modificarían las leyes, aunque algún que otro susto nos llevamos
antes que las cambiaran. Pero ahora, en 2017, ¿qué leyes van a cambiar, si es
precisamente el gobierno que está en el poder quien las ha promulgado?
La
condena a Cassandra es un pésimo síntoma, cualquier cosa menos una broma. Que
un fotógrafo o un cámara de televisión salgan a trabajar temiendo ser
castigados por las imágenes que puedan llegar a tomar, que los dibujantes y los
escritores necesiten andarse con cuidado a la hora de publicar sus trabajos, es
la peor de las noticias posibles para las libertades.
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