GANAR POR LA MÍNIMA
ALFREDO
SERRANO
En
la final del último mundial de fútbol, Alemania ganó a Argentina con un único
gol de Mario Götze, en el minuto 113, durante la prórroga. En la edición
anterior, España se llevó el campeonato también en el tiempo extra, minuto 116,
con gol de Iniesta. Así es el deporte. Vale ganar por la mínima y en las
postrimerías del partido. Y después de un tiempo, todo queda en el olvido. Solo
el campeón permanece para la posteridad.
La
democracia liberal tiene reglas parecidas cuando se trata de resolver cualquier
disputa electoral. Se vale ganar incluso por un voto. La matemática cuenta para
dirimir un estrecho resultado. A lo largo de la historia, hubo muchas
situaciones en las se que necesitó foto finish para proclamar al Presidente
electo: en 1960, en Estados Unidos, Kennedy ganó por 49,7% - 49,6% a Nixon; en
Francia, en 1974, Giscard d'Estaing venció por un margen de un 1,6% a
Mitterrand; en Alemania, en el año 2002, la diferencia entre Schröder y Stoiber
fue de unos escasos 6.000 votos. En
definitiva, la diferencia sí que importa pero no es definitiva para
elegir al Presidente de un país. Al final de cuentas, siempre ocurre lo mismo:
gana uno y pierde el otro.
En
estos últimos años, en América latina, también han acontecido hechos muy
parecidos. Sin embargo, dependiendo del signo político del ganador, los
resultados se aceptan con más o menos tolerancia democrática. Lo último fue lo
ocurrido en Ecuador: Lenin Moreno superó a Guillermo Lasso por más del 2%. Los
perdedores cuestionaron los resultados sin ninguna evidencia.
En
el año 2013, en Venezuela, Maduro ganó a Capriles por un 1,5% y, nuevamente,
los derrotados no quisieron aceptar el veredicto del electorado. Justo lo
contrario sucedió en Argentina, cuando ganó Macri frente a Scioli, en segunda
vuelta, por un ajustadísimo 2,8%. Nadie dudó de los resultados a pesar que los
seguidores de Macri fueron preanunciando fraude durante toda la jornada
electoral por si acaso acababan perdiendo. En Bolivia, en febrero de 2016, en
el referendo sobre la repostulación de Evo Morales como Presidente, ganó el No
por un exiguo 2,6%, y nadie apeló al fraude.
De
una manera u otra, con dudas infundadas de fraude o no, lo que sí es cierto es
que últimamente las elecciones se ganan por muy poco. A todos los casos citados
previamente, hay que sumar el No a la Paz en Colombia (con una diferencia del
0,5%), o la victoria de Kuczynski en Perú contra Keiko Fujimori (por menos del
0,3%). Todo se decide por la mínima. Es por ello que hay que comenzar a
acostumbrarse a vencer en el último minuto y a ser respetuoso con el resultado.
Lejos
queda aquel ciclo de victorias por grandes goleadas; cuando Chávez vencía por
30 puntos de diferencia en Venezuela; igual que lo hacían los Kirchner en
Argentina, Evo en Bolivia o Correa en Ecuador. Debemos pasar página de esos
paseos triunfantes en los que no era ni siquiera necesario hacer campañas electorales.
Estamos en un nuevo tiempo histórico que exige poner toda la carne en el asador
para ganar elecciones. Cada detalle suma y cuenta para alcanzar ese voto que
decanta la victoria para uno u otro lado.
En
el campo progresista latinoamericano, hasta el momento, la oposición
conservadora ha logrado vencer únicamente una vez de las últimas veinticinco
citas electorales presidenciales. El porcentaje es aún muy bajo: solo el cuatro
por ciento. No obstante, la brecha electoral es cada vez más estrecha entre
fuerzas políticas antagónicas.
Con
el viento en contra en lo económico por la caída de los precios de los
commodities, con la recesión económica mundial que no desaparece, con el
desgaste típico luego de más de una década, y en algunos casos incluso con
cambio de lideres como postulante presidencial, con todo ese nuevo escenario,
entonces, es fundamental resignificar la disputa electoral.
Es
momento de repensar cómo profesionalizar la manera de hacer campañas
electorales; es momento de no descuidar ningún detalle, ni la comunicación
tradicional ni las redes sociales, ni la puesta en escena ni los discursos, ni
mucho menos, el entusiasmo con el que se necesita explicar el futuro. El
pasado, como tal, quedó atrás. Y si bien sirve para construir memoria, por
ahora no ayuda a ganar ninguna batalla de las expectativas.
Perder
por un voto significa demasiado en política. Y todo parece indicar que en los
próximos años cada jornada electoral será de infarto. Ganar por la mínima se
convierte en un objetivo no despreciable a lo que debemos apuntar para evitar
que candidatos como Macri nos haga retroceder tanto y en tan poco tiempo.
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