LA GUARDIA CIVIL TIENE
SUS REGLAS
JUAN CARLOS ESCUDIER
La
Guardia Civil es un Cuerpo y tiene sus reglas, aunque haya mandos que olviden
que algunas de ellas se presentan sin avisar y con evidente riesgo de ponerlo
todo perdido. Es un tema que afecta singularmente a las agentes del Instituto,
que a los tradicionales valores de sacrificio, lealtad, austeridad, disciplina,
abnegación y espíritu benemérito, han de añadir el de la menstruación en acto
de servicio, un todo por la patria un tanto sangriento para el que suelen
llegar preparadas de casa salvo imponderables del ciclo.
Por
uno de esos imprevistos, una guardia civil que había abandonado durante diez
minutos la vigilancia de una rotonda del puerto de Barcelona para acudir a un
baño y ponerse una compresa ha sido expedientada y suspendida dos días de
empleo y sueldo. Dice ahora la oficialidad que la sanción está justificada por
haberse ausentado sin avisar, estando como estamos en el nivel 4 de alerta
antiterrorista. Dicho nivel se ha mantenido invariable desde junio de 2015, por
lo que hay que suponer que la superioridad ha tenido conocimiento de cada
micción de los hombres de verde y dispone de un grandioso trabajo de campo
sobre el funcionamiento del riñón y hasta de la próstata de los uniformados.
El
caso Evax fina y segura puede parecer una anécdota desafortunada pero es la
constatación de que estamos ante un Cuerpo con demasiada testosterona, que
sigue sin asumir la incorporación femenina pese a la tradicional costumbre
benemérita de patrullar en pareja. La presencia de la mujer es un imperativo
legal que se sobrelleva. De los cerca de 77.000 agentes, apenas 5.000 son
mujeres, alrededor de un 6,5%, un porcentaje muy inferior al de otras fuerzas
de seguridad (13% en la Policía Nacional, un 22% entre los Mossos y un 11% en
la Ertzaintza).
La
Guardia Civil es más de números que de género, la conciliación es un arcano y
son frecuentes las situaciones de acoso laboral y sexual. De ahí que el
absentismo laboral de las mujeres llegue a triplicar en ocasiones al de los
varones. En este reino de machos, todo está pensado para que bajo el tricornio
haya un hombre con o sin bigote. Ello explica situaciones surrealistas como el
de la agente expedientada por insubordinación tras haber adquirido y utilizado un
chaleco antibalas adecuado a su anatomía y no el estándar, que no contempla que
su portador tenga unos pectorales sobresalientes, coloquialmente conocidos como
tetas.
Sometida
al Código Penal Militar, en la Guardia Civil la discriminación de género no existe
como tal, y el protocolo de acoso resulta una burla. Las denuncias se eternizan
o se entierran. No es infrecuente que el denunciado por acoso sea el instructor
del protocolo o que el caso se archive sin tomar declaración a la denunciante.
A las guardias civiles se les sigue mandando a casa a fregar, y sólo pueden
esperar que, tras un tortuoso proceso, las vejaciones y los insultos sean
castigados como abuso de autoridad.
La
Benemérita es un Cuerpo, sí, pero bastante extraño. Lo razonable y lo deseable
sería que se unificara con la Policía Nacional en una única fuerza de seguridad
civil, una especie de policía federal complementada con las autonómicas y
locales, lo que solventaría la descoordinación y las duplicidades Pero su
desmilitarización, una más de las promesas incumplidas del PSOE cuando llegó al
poder en 1982, se ha pospuesto indefinidamente. Todos los Gobiernos han
encontrado ventajas en mantener ese carácter que les obliga a la sumisión y a
la obediencia, les priva de derechos básicos como la sindicación, la huelga o
la negociación colectiva y les maltrata salarialmente. Alberto Moya, secretario
general de la Asociación Unificada de Guardias Civiles, lo explica
gráficamente: “Somos como la paella o los toros”, una tradición, un segundo
ejército muy folclórico.
Sin
desmilitarización es imposible que la democracia y la modernidad penetre en
este entramado tan masculino, un colectivo, por cierto, con una de las tasas de
suicidio más altas del país. Casi 30 años después de que un decreto ley permitiera
su acceso a la institución, el papel de la mujeres es residual. De las
distintas escalas y empleos representan el 2,77% de los oficiales y el 2% de
los suboficiales. Siguen siendo una curiosidad estadística y, periódicamente,
un estorbo menstrual.
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