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miércoles, 12 de abril de 2017

LA GUARDIA CIVIL TIENE SUS REGLAS



LA GUARDIA CIVIL TIENE 
SUS REGLAS
JUAN CARLOS ESCUDIER

La Guardia Civil es un Cuerpo y tiene sus reglas, aunque haya mandos que olviden que algunas de ellas se presentan sin avisar y con evidente riesgo de ponerlo todo perdido. Es un tema que afecta singularmente a las agentes del Instituto, que a los tradicionales valores de sacrificio, lealtad, austeridad, disciplina, abnegación y espíritu benemérito, han de añadir el de la menstruación en acto de servicio, un todo por la patria un tanto sangriento para el que suelen llegar preparadas de casa salvo imponderables del ciclo.

Por uno de esos imprevistos, una guardia civil que había abandonado durante diez minutos la vigilancia de una rotonda del puerto de Barcelona para acudir a un baño y ponerse una compresa ha sido expedientada y suspendida dos días de empleo y sueldo. Dice ahora la oficialidad que la sanción está justificada por haberse ausentado sin avisar, estando como estamos en el nivel 4 de alerta antiterrorista. Dicho nivel se ha mantenido invariable desde junio de 2015, por lo que hay que suponer que la superioridad ha tenido conocimiento de cada micción de los hombres de verde y dispone de un grandioso trabajo de campo sobre el funcionamiento del riñón y hasta de la próstata de los uniformados.

El caso Evax fina y segura puede parecer una anécdota desafortunada pero es la constatación de que estamos ante un Cuerpo con demasiada testosterona, que sigue sin asumir la incorporación femenina pese a la tradicional costumbre benemérita de patrullar en pareja. La presencia de la mujer es un imperativo legal que se sobrelleva. De los cerca de 77.000 agentes, apenas 5.000 son mujeres, alrededor de un 6,5%, un porcentaje muy inferior al de otras fuerzas de seguridad (13% en la Policía Nacional, un 22% entre los Mossos y un 11% en la Ertzaintza).

La Guardia Civil es más de números que de género, la conciliación es un arcano y son frecuentes las situaciones de acoso laboral y sexual. De ahí que el absentismo laboral de las mujeres llegue a triplicar en ocasiones al de los varones. En este reino de machos, todo está pensado para que bajo el tricornio haya un hombre con o sin bigote. Ello explica situaciones surrealistas como el de la agente expedientada por insubordinación tras haber adquirido y utilizado un chaleco antibalas adecuado a su anatomía y no el estándar, que no contempla que su portador tenga unos pectorales sobresalientes, coloquialmente conocidos como tetas.

Sometida al Código Penal Militar, en la Guardia Civil la discriminación de género no existe como tal, y el protocolo de acoso resulta una burla. Las denuncias se eternizan o se entierran. No es infrecuente que el denunciado por acoso sea el instructor del protocolo o que el caso se archive sin tomar declaración a la denunciante. A las guardias civiles se les sigue mandando a casa a fregar, y sólo pueden esperar que, tras un tortuoso proceso, las vejaciones y los insultos sean castigados como abuso de autoridad.

La Benemérita es un Cuerpo, sí, pero bastante extraño. Lo razonable y lo deseable sería que se unificara con la Policía Nacional en una única fuerza de seguridad civil, una especie de policía federal complementada con las autonómicas y locales, lo que solventaría la descoordinación y las duplicidades Pero su desmilitarización, una más de las promesas incumplidas del PSOE cuando llegó al poder en 1982, se ha pospuesto indefinidamente. Todos los Gobiernos han encontrado ventajas en mantener ese carácter que les obliga a la sumisión y a la obediencia, les priva de derechos básicos como la sindicación, la huelga o la negociación colectiva y les maltrata salarialmente. Alberto Moya, secretario general de la Asociación Unificada de Guardias Civiles, lo explica gráficamente: “Somos como la paella o los toros”, una tradición, un segundo ejército muy folclórico.

Sin desmilitarización es imposible que la democracia y la modernidad penetre en este entramado tan masculino, un colectivo, por cierto, con una de las tasas de suicidio más altas del país. Casi 30 años después de que un decreto ley permitiera su acceso a la institución, el papel de la mujeres es residual. De las distintas escalas y empleos representan el 2,77% de los oficiales y el 2% de los suboficiales. Siguen siendo una curiosidad estadística y, periódicamente, un estorbo menstrual.

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