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domingo, 12 de marzo de 2017

EL CENSOR QUE LLEVO DENTRO



EL CENSOR QUE LLEVO DENTRO
ANÍBAL MALVAR

Nos cuenta hoy El Mundo que el diputado Jordi Cumial, PDeCAT, les ha llamado de todo en sede parlamentaria. Fue en la comisión de control de medios del Parlament de este viernes, durante la que Cumial reprochó al director de TV3 que abriera el telediario con una noticia sobre la implicación de Artur Mas en la trama del 3%, información basada precisamente en otra que habría destapado el periódico que fundara el hoy diluido Pedro J.: “¿Por qué no se cita la fuente?”, bramó el diputado convergente. “¿Porque el diario El Mundo tiene querellas por injurias, demandas por mentir y se ha demostrado que es un periódico que publica mentiras?”.

El caso es que el periodismo ha entrado esta semana de lleno en el debate político como un actor de primer orden más, tras la denuncia de la Asociación de Periodistas de Madrid sobre la presunta campaña de amenazas que aseguran haber sufrido diez periodistas anónimos por parte del corazón armado de Podemos, el partido del amor y los ósculos parlamentarios. Pedro G. Cuartango ha tenido la prudencia de no magnificar los insultos de Cumial al diario que dirige, cuando lo propio en estos tiempos hubiera sido comparar la facundia del convergente con la ETA, con el ISIS o con los autores intelectuales del armagedón. Si lo pilla Marhuenda.



“El mayor pecado de la APM estos días ha sido precisamente plantear una lección de periodismo desde la opacidad. Hacer eso en un texto sin pruebas, sin nombres, sin datos, en definitiva, incurre en los peores males del periodismo”, escribe en el mismo periódico Teodoro León Gross con atinada equidistancia. Para perros de presa ya tienen al incombustible pirómano Federico Jiménez Losantos, que con su apocalíptica vocecilla nos advertía este viernes en las mismas páginas: “Si Podemos llega a la Moncloa, no solo nos despedirá cerrando los medios privados. Nos hará un ramoverde, como a Leopoldo López, o nos ahorrará este Valle de Lágrimas”. A Federico le gusta tanto la hipérbole que hasta se habrá tomado en serio la respuesta de Pablo Echenique a su caricatura en la revista Mongolia: “Se creerán graciosos estos perroflautas de Revista Mongolia. Como me los cruce un día, sabrán lo que son 200kg de furia sobre ruedas. Voy a ir al Mongolia habla ese con mi primo chungo de la coleta y a ver si sois tan gallitos”. Pero es este un lenguaje que no entienden los federicos, el lenguaje dulce del humor. Y es comprensible. Si Federico gozara del don de la risa, se tendría que estar riendo todo el tiempo de sí mismo, y eso es muy malo para las mandíbulas.

En su extravagante deriva hacia la frenopatía informativa, El País ha tratado el tema de forma incluso más federiquista que Federico. El País celebra como ninguno el centenario de TBO, que se cumplió estos días, y consigue que lo más creíble y deontológico de sus páginas sea el humor gráfico. Jorge M. Reverte sufre terrores desde el diario de Prisa cada vez que enciende el ordenador para escribir sus columnas: “El uso de las redes sociales, en las que son auténticos especialistas algunos militantes de Podemos, puede convertir la vida de cualquiera en un infierno”. Reverte hace oposiciones para ser guionista del próximo gore de Jaume Balagueró.

Su compañera de periódico Maite Rico, en su artículo El mundo al revés, no le va a la zaga al otro zombie: “Tampoco sorprende que los medios digitales afines a Podemos desplieguen su artillería contra los [periodistas] denunciantes. Ni siquiera sorprende que algún graciosillo oficial se mofe en televisión de algo tan grave”.


Pero no son solo sus columnistas. Los editorialistas de El País se pusieron de zafarrancho intelectual este martes en el texto inequívocamente titulado El acoso de Podemos. Allí nos desvelaban el origen de esa sed de mal que ha llevado a algunos tuiteros podemitas a llamar “tonto” a un periodista: “El problema de fondo es que Podemos, y muy concretamente su líder, considera a los medios de comunicación un poder no electo”. Pues claro. Quizá quien lo redactó es muy consciente de que Juan Luis Cebrián sí fue, y aun es, un poder electo de los herederos del franquismo (ay, que me ha denunciado la APM).

Leyendo El País se queda uno con la impresión de que los campos de España están sembrados de cadáveres de periodistas muertos de un tuit. No sabía que tuviéramos la piel tan blanda. Los periodistas de libelos digitales como Público estamos cotidianamente expuestos a los insultos y vejaciones verbales que desde los comentarios nos disparan nuestros trolls. Nuestros queridos trolls. Yo amo a mis trolls. Detrás de sus espumarajos verbales, a veces encuentro mis propias deficiencias, mis cegueras y mis contradicciones. Gracias, furibundos.

Considerar las redes sociales como armas de destrucción masiva no es tan ridículo como pueda parecer. Tal actitud responde a una muy interesada campaña contra la libertad de expresión. De la que son cómplices esos jueces que se pasan el día en tuenti buscando chistes adolescentes sobre Carrero Blanco para llenar nuestras cárceles de carne fresca. No, Reverte. Un tuit no puede convertir la vida de nadie en un infierno. Y no se puede judicializar. Es como si nuestros togados entraran en los bares de incógnito y se pusieran a procesar a todo el que diga me cago en dios por atentado contra las creencias religiosas del obispo Reig, sacrosanto adalid de la lucha a hostias contra el “imperio gay”. Twitter no es un medio de comunicación. Es un inmenso foro de comentarios de bar en el que la copa te la pones tú. Los periodistas presuntamente “acosados y perseguidos” que se esconden tras la APM no son ni víctimas ni héroes. La primera regla del decálogo del héroe es dar la cara.

Y hablando de decálogos y de twitter. Esta semana Patxi López se ha dirigido a los militantes socialistas para alertar contra las subidas de tono en redes sociales provocada por el inminente Waterloo de las primarias. Se me pone carne de gallina cada vez que escucho a un político español no diciendo una sandez: “Tus palabras representan al partido. Piensa antes de publicar”. No sé si es una frase para la historia, pero sí para la memoria. Y es tratar el asunto de la libertad de expresión en las redes como se merece.

Me despido con una frase que me llamó hondamente la atención. La escuché en la película The big short, que va sobre la estafa de las hipotecas subprime y tal. El director Adam McKay la presenta como escuchada en un bar, el origen orillero de twitter.

La verdad es como la poesía.
Pero todo el mundo odia la puta poesía.




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