Cindy es
azafata de Us Airways y tiene la piel como la tierra del
desierto de Arizona y el pelo teñido como el sol barato de agosto y me acaba de
ofrecer más café con sus uñas con tiritas y su carmín rojo. Me llamó Sweetymascando
chicle con una tristeza infinita de burócrata del machismo y yo le sonreí con
desmesura porque era a Ella, precisamente a Ella a quien había venido a buscar
a EEUU y la había encontrado ya antes de llegar.
Escribo con
la luz reflectante del techo, debemos estar sobrevolando ya la costa americana.
Llevamos unas seis horas de vuelo y si existe alguna frontera invisible en este
viaje debemos estar pasándola ahora mismo: una frontera de sopor y
aburrimiento. He visto tres pelis malísimas, todas dobladas, todas una mierda.
He leído cuatro periódicos (uno de ellos deportivo) y una revista de Historia
sin escrúpulos metodológicos. He escuchando media docena de conciertos de Keith
Jarrett. No he logrado dormirme ni un microsegundo. Ya no se ni donde meter
este cuerpo mío.
Me gustaría
volar, pero de verdad.
Jet lag en un motel de carretera en Charlotte, North Carolina.
La tele norteamericana: casi cien canales simultáneos de publicidad con películas, publicidad con realitys, publicidad con música, publicidad con deportes, todo siempre publicidad, contenidos que son en sí mismos publicidad. Prédica posmoderna fertilizando fieles, la tele de EEUU, la falange de Roma, la cruz de la Inquisición... Vidas enteras me pasaba yo comiendo chocolatinas, cambiando canales, completamente hipnotizado.
Los estadounidenses que dicen hablar español lo hacen con una tozudez admirable pero grotesca, como un cojo que se empeñara en correr.
Sobrevolamos
una jungla de polución y asfalto durante más de veinte minutos, llegamos al DF.
Tráfico, vendedores, cables de alumbrado y electricidad, carteles pintados en
fachadas, vegetación brotando de los cercados y personas, infinitas personas.
Personas y más personas anegando las esquinas más recónditas del DF.
El metro del
DF ESTÁ LLENO SIEMPRE. Unas veces llenísimo y otras solo lleno. En un único
trayecto he visto (y oído) vender lamparitas, lencerías, gafas, bolígrafos,
comida, pelotas anti-estrés y los 120 éxitos mundiales de la salsa, todo
siempre por diez pesos. Eran hombres bajitos y morenos alabando con gritos las
propiedades infalibles de sus productos.
Aquí todo el
mundo es bajito y moreno. Soy el más blanco y el más alto del DF.
Hoy comí en
un puesto de comida corrida realvisceralista. Dos mujeres gordas servían de
calderos a una docena de tipos codo a codo (entre los que estaba yo). Comí
cosas extrañas y picantes que no supe ni pronunciar ni de qué estaban hechas.
Le dije a una de las señoras que me pusiera lo que quisiese, porque no sabía
qué era nada de lo estaba en el menú (una hoja escrita a mano, manchada de
grasa, sujeta a la barra con cinta adhesiva). Se lo dije tal cual y ella me
hizo caso y me fue poniendo platos y diciéndome, Órale. Me puso cinco platos en
total y yo me los comí sin rechistar. Y de postre me dio un chupete con forma
de pollo al horno y sabor picante.
Creo que ese
chupete inexplicable con forma de pollo al horno y sabor picante es, por ahora,
la mejor metáfora de lo que he visto aquí: algo completamente inexplicable.
Carteles de
gente desaparecida en las paredes de cabinas, de negocios, de estaciones, de
bares y muros apartados. Retratos de gente que mira de frente al futuro de la
nada. Sus nombres, sus números, sus señas físicas y sus datos de contacto. Algo
religioso hay en esos carteles omnipresentes como velitas recordatorias. Algo
triste e imposible, como la religión.
Titulares de
periódicos (1): LE METIERON CUCHILLO (foto
del acuchillado agonizante en una acera).
Titulares de
periódicos (2): BALEARON A DON JUAN (breve resumen
de los antecedentes, triángulo amoroso saldado con un muerto en lecho
compartido, foto del cadáver).
Titulares de
periódicos (3): CHÓFER ASESINO (foto del
muerto en el interior de la guagua, primer plano del rostro).
El ejército
del proletariado en acto situacionista: unos treinta trabajadores con casco y
mono azul durmiendo la siesta en la mediana de la avenida Reforma, una de las
arterias principales de la ciudad.
Antes de
subir al “camión” de línea regular que va a Teotihuacán hay que pasar un
control de radar, cacheos y colas. Sobre las cristaleras del vehículo han
pegado un cartel con asaltantes habituales, sus rostros, por si alguien los
distingue entre la multitud. Son rostros duros, impecablemente sufridos,
curtidos. Ya en marcha, dentro del camión, nos han filmado un primer plano a
todos los viajeros con una cámara casera (sin pedirnos permiso). Alguien ha
dicho que era “para nuestra propia seguridad”. Me he guardado un billete de
veinte pesos en el calcetín, por si acaso me robaran todo lo demás.
Voy así, con
todo perdido de antemano.
Perros
mejicanos, vidas miserables de penuria bajo el sol y la lluvia, famélicos
abandonados a su suerte, desamparo con pústulas y hambre, muchísima hambre y
sed atávicas la de esos perros mejicanos que parecen guardar la verdad más
bochornosa en sus miradas esquivas. Ah los perros mejicanos, deambulando por
las playas y las carreteras y las aceras de las ciudades y los desiertos y las
selvas de Méjico, millones son esos perros desperdigados como radiografías
trágicas del alma de este pedazo de tierra…
Para ser
comunista, la casa de Trotsky en la colonia Coyoacán no estaba nada mal. Más de
cien metros cuadrados con un jardín precioso, un despacho amplio y luminoso,
una lápida inmensa, con el martillo y la hoz.
Cerca del
bosque de Chapultepec se venden al grito paquetes de papas fritas con
condimentos y nombres exóticos, Elotes, Esquites, Dorilokos, Tostilokos. Abren
el paquete (de Doritos, por ejemplo) y le echan condimentos (limón, tabasco,
salsas de varios tipos, manises, pepinillo, mantequilla, lechuga, sal, queso y
mil cosas más), vendiendo el resultado como una creación propia, que de hecho
lo es, desde luego, y con nombre propio, Dorilokos, pero muy basada en el
original. Un original muy desvirtuado, muy ultrajado, como escribir un libro
encima de otro, en los márgenes, o bautizarse con otro nombre cuando ya se es
adulto. Me he quedado un buen rato mirando cómo los hacen. El concepto es
interesante pero la verdad es que no me atrevo a probarlos, mi estómago tiembla
solo de escuchar esos nombres misteriosos, Elotes, Esquites, Dorilokos,
Tostilokos… Por lo demás, hoy escuché a alguien dar una definición simple pero
exacta de lo que es la comida mexicana: le echan de todo a todo.
Mazunte es
una pequeña calle de tierra con cabañas y humildes chamizos de madera entre la
espesura de la vegetación tropical. La playa es pequeña, con olas y mareas
fuertes. La arena blanca llega hasta San Agustinillo, otro pueblo costero, a
diez minutos caminando. Las lluvias comenzaron hace una semana y con ellas se
ha inaugurado la temporada baja del turismo. Se han ido los humanos, los tres
comercios del pueblo han cerrado y las cabañas las regalan de precio.
Es la hora de
la naturaleza.
Una colonia
de hormigas se ha metido en mi férula de descarga (en el interior, en la
funda).
Ayer vi una
ciudad de perenquenes en el techo de un restaurante
Anoche se metió un pájaro en la cabaña. No lo vi directamente, era noche
cerrada, pero hizo un sonido estridente para amedrentarme, ¡Tsst tsst! Desperté
asustado y me enrollé en el saco. Vi su silueta posada en el ventilador. Dios
sabe cuánto tiempo llevaba ahí. Absurdamente pensé que la mosquitera me
salvaría (¿me salvaría de qué?, ¿cómo?, ¿una mosquitera?). El pájaro volvió a
emitir su sonido amenazante, ¡Tsst tsst!, como para que no lo olvidara, y se
fue al instante. Lo oí aletear y perderse en la oscuridad
De día veo
asombrosos animales por todas partes, mutaciones de insectos con tamaños,
formas y colores inverosímiles, cuervos azules, gatos en la orilla del mar,
gallos vagabundos errando confundidos, completamente ajenos a la suerte que les
espera. Moscas del tamaño de saltamontes y saltamontes del tamaño de ratones y
ratones del tamaño de gallinas y así hasta el infinito en un círculo
inapresable para mis ojos extranjeros.
De noche la
selva despierta y se escucha el rumor de los bichos como la atmósfera de un bar
concurrido, animales hablando, follando, comiendo, trabajando o lo que quiera
que hagan en sus vidas los bichos esos cuya forma y tamaño es mejor ni imaginar
para poder dormir.
El argentino
que alquila las cabañas es un rosarino clavado al Tata Martino. Parece un
profesor de instituto o un músico de jazz sin éxito. Me ha explicado que los
animales salen todos con la llegada de las lluvias. Me ha contado que su vecino
tiene un gato montés que se dedica a mostrarle las presas de sus cazas,
ratones, víboras, alacranes y demás. Le espera todas las mañanas en la puerta
de su casa, le enseña las presas con su boca ensangrentada, muy orgulloso, y
luego se marcha, dejando la presa ahí, en el suelo, en la entrada de su casa.
El Tata se lo toma con calma, le parece divertido. Interpreta esas presas como
obsequios del gato. Por otro lado, me ha dicho que si me pica un escorpión no
hay problema, no es mortal, Algunos hasta dicen que es como un viaje de hongos.
In Tata we trust.
A la diarrea
habrá que sumarle indefectiblemente las picaduras de mosquitos como malestares
crónicos en este viaje. Recordatorio para próximas siestas: dormir con
mosquitera.
Arroz con
papas, zanahoria y chayote leyendo a Villoro en El Agujón. Se oye
rugir el Pacífico detrás de las palmeras. Baño glorioso bajo la lluvia.
Titulares de
periódicos (5): CERCENARON SU OREJA DE UNA
MORDIDA (primer plano de la oreja descuartizada y subtítulo “por burlarse de la
derrota de Los Pumas”).
Titulares de
periódicos (6): ASESINAN A CAMPESINO A
MACHETAZOS, UNO EN LA CARA, OTRO EN EL COSTADO DERECHO Y UNO MÁS EN LA SIEN.
Orfidalazo
para catorce horas de guagua.
El escenario
cambia completamente en Chiapas. Aparecen guiris por todas partes, hace frío,
el cielo está encapotado por un anillo de nubes grises. Llueve desde el mediodía
hasta la noche de forma continua y desesperada, inundando las callejuelas y sus
adoquines. San Cristóbal de Las Casas es una explanada de construcción colonial
que me recuerda mucho a La Laguna, Tenerife. Es la capital de todos los pueblos
aledaños indígenas, que al parecer son muchos y variados. En los mercados se
escuchan lenguas de raíces inimaginables.
Hoy un
borracho en la calle me ha hecho el gesto de ejecutarme con una pistola
imaginaria en la cabeza (sin razón alguna, que yo sepa).
Anotaciones
para un callejero mejicano: Calle del secuestro, Pasaje del atraco a mano
armada, Rotonda del cuchillo, Callejón del meñique, Avenida del secuestro
express…
Según la
medicina tradicional chiapateca el especialista huesero, que así le llaman al
encargado de fracturas y roturas de huesos, entre otras cosas (el traumatólogo,
vamos), cura con (y copio del original, Museo de la Medicina Maya, colonia
Morelos, S. C. de Las Casas): “apósitos, maderas, hierbas y SILBIDOS”.
¡Fracturas abiertas, con silbidos!
Johnny
Sánchez tiene las patillas rasuradas hasta las sienes. Viste guayabera blanca
estilo zen, cerrada por arriba, y es chofer de mini guagua. Transporta guiris a
todos los destinos del sur de México, especialmente Chiapas y Yucatán. Se pega
diez horas seguidas en la carretera como quien se bebe un vaso de agua (y las
carreteras mejicanas no son autopistas bien asfaltadas del norte de Europa sino
caminos inhóspitos de dos sentidos repletos de baches para reducir la velocidad
y curvas y animales y niños que se cruzan en el momento más inesperado bajo las
brumas de la niebla que brota de la selva). El bueno de Johnny Sánchez conduce
diez horas diarias como si nada, todos los días. Sale de su casa al amanecer y
llega de madrugada y recibe la llamada de su patrón que le dice (mientras
conduce, claro, Johnny habla por teléfono y conduce a la vez, no tiene
problemas con eso) que al día siguiente le toca repetir: misma ruta, mismo
escenario para Johnny Sánchez. Y dice que es feliz. Eso dice, eso me ha dicho.
Que le gusta la carretera y le gusta su trabajo y las propinas, ha dicho, y se
ha echado a reír. Aprovecha para dormir en las paradas breves, cabezaditas de
diez minutos. Saluda a sus compañeros en la carretera con el claxon y elevando
el pulgar. Se ríe mucho Johnny Sánchez, se ríe hasta cuando lo despertamos para
que no se duerma mientras conduce y no nos matemos. El bueno de Johnny, gran
chofer y mejor persona.
Greatests
hits de Johnny Sánchez camino a
Palenque: Barbie girl, La cucaracha versión instrumental, techno Ibiza,Los
tigres del Norte, cantautores románticos.
En el pueblo
de San Juan de Chamula se celebran unos ritos desconcertantes. La población,
los chamulas, han mezclado en sus prácticas religiosas las liturgias católicas
y precolombinas. En el interior de la iglesia tiran pinocha en el suelo y
beben posha (un licor de alta graduación), matan gallinas, se
hacen limpias energéticas con velas y huevos. Adoran a San Juan Bautista por
encima de Jesucristo pero tienen su escultura mirando a la pared como si
estuviera castigado. Usan espejos para reflejar pecados invisibles. No hay
clero en esa iglesia. Sentados en una esquina, un grupo de borrachos increpan
argumentos indescifrables a la pared. Son ésos los jefes de la orden, al
parecer, los mandatarios, los más borrachos de todos. Y adoran a la Coca Cola,
por raro que parezca. Hay una adoración sin límites en los pueblos indígenas a
la Coca Cola. La usan también para sus rituales. Ceremonias con Coca Colas,
gallinas sacrificadas y velitas e imágenes de San Juan Bautista. Verlo para
creerlo (no dejaban sacar fotos).
Titulares de
periódicos (7): TREMENDA PELEA DE PERROS PIT
BULLS EN EL CENTRO HISTÓRICO DE SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS.
Titulares de
periódicos (8): BALEAN A EMPLEADOS DEL
AYUNTAMIENTO (foto de los funcionarios muertos).
Titulares de
periódicos (9): ¡LESBIANA! (foto de una chica
besándose con otra).
Y una docena
de vecinos leyendo los titulares en el kiosko de la alameda, todos
concentrados, con mucho interés.
Videos
musicales de mariachis como raperos charros, con sombreros, acordeones,
trompetas con sordina (una sección de vientos de orquesta completamente
desmedida, apabullante), Hummers, tigres blancos, mujeres en
bikini. Cultura del éxito adaptada, cable espiritual con la tele americana.
Colonia
Soledad, Oaxaca.
Anoche olí
unos jalapeños a diez centímetros de mi nariz y casi me arden las vías
respiratorias.
Baños
públicos a cuatro pesos que surgen en los sitios más recónditos de Oaxaca. Los
premios de hoy son para: los baños del Mercado de Abastos (premio al horror y
disgusto visceral) y los baños de un estudio fotográfico (premio al intrépido
binomio empresarial).
Le he pagado
dos noches más en el hostal al encargado, que estaba borracho como un vikingo.
Contó el dinero tambaleándose y se jactó de poder trabajar borracho, de poder
unir ambas actividades, la fiesta y el trabajo. Empiezo a acostumbrarme a
confiar en borrachos.
Acabo de
comprobar que los periódicos expuestos en los kioskos no se corresponden necesariamente
con el día corriente sino que los hay (y muchos) del pasado, de días y semanas
anteriores, con noticias antiguas, como si la memoria colectiva no se
correspondiera ni de lejos con el orden cronológico de los hechos.
He comprado
una revista absolutamente inconcebible: una foto de una tía en pelotas,
imágenes de contactos, fotos “chistosas” sacadas de Internet, un listado de
niños desaparecidos, dos artículos de investigación sobre ovnis en Jalisco y
Chihuahua y dos docenas de casos de muertos en circunstancias inverosímiles con
imágenes de página completa (escopetazos, amputaciones, cabezas decapitadas por
narcos). Se llama Alarma, la revista, y tiene hasta página web. Su
encabezado dice “únicamente la verdad”.
En el hostal
me han informado que “corrieron” al encargado que cogió mi dinero ayer. La
dueña lo echó porque al parecer no es tan normal lo que pasó, que un encargado
trabaje borracho. La dueña se enteró y lo despidió. Probablemente se fuera con
mi dinero. La dueña me lo confirma, efectivamente, se fue con mi dinero. En
ningún lado consta que yo le diera ese dinero. Teóricamente no he pagado las
dos noches. Me han pedido si podría testificarlo delante de él, en una especie
de cara a cara, el ex borracho encargado y yo, para dilucidar si fue verdad o
no que yo le di el dinero. Naturalmente me he negado. La dueña lo ha entendido,
se lo ha pensado y al poco me ha dicho que no pasa nada, que lo olvide y que me
quede en el hostal “como si hubiera pagado”. Le he insistido en que lo he
hecho, que no era un supuesto, que había pagado, y ella ha contestado, Órale
órale. Que no me preocupara, que era “todo normal”.
De nuevo en
el DF las suspicacias paranoicas para coger taxis. Si el coche es nuevo, si
tiene licencia, si la cara del tipo se corresponde con la foto. Paro uno al
azar y compruebo que la cara del conductor no se corresponde ni de lejos con la
foto de la licencia del taxi. Se excusa alegando que, El taxi es de mi primo,
que está descansando. No sé por qué le creo y me subo. Comienza la lucha con el
tráfico despiadado del DF. Se pelea cada centímetro de la calzada. Suenan
claxones incesantes, apenas avanzamos, los atascos por las manifestaciones en
el Zócalo tienen desesperado a mi taxista sin identificar, se da una palmada en
la frente en señal de frustración, como un dibujo animado. Estamos en plena
Insurgentes, en medio del atasco, y de pronto grita, ¡Híjole se me rompió el
cloche!, y no entiendo nada, ¿será la palanca de cambios?, pero no, por el
movimiento ansioso de su pierna adivino que se trata del embrague. Tanto da,
una cosa que otra. Me hace pagarle la carrera hasta entonces y me invita a
apearme. Le dejo arrastrando su coche en la calle, no quiere ayuda. Se mezclan
las proclamas de los manifestantes con los gritos de los vendedores ambulantes.
Me quedo con
la duda de saber si me hubiera llevado a mi destino.
El Mercado de
Sonora es un mercado como otro cualquiera (de los mercados mejicanos, que ya es
decir bastante) salvo que, a parte de lo común, venden animales (gallos,
cabras, perros, loros, conejos, iguanas, cangrejos, sapos, escorpiones y
tortugas de Florida –en el mismo terrario, escorpiones y tortugas-, entre
otros) y una sección esotérica espeluznante (alpiste de la abundancia, iconos
de la Santa Muerte, extractos de garrapata, vudús para separar parejas, hierbas
“cancerinas”, murciélagos disecados y dios sabe cuántas cosas más).
Titulares de
periódicos (y ya perdí la cuenta): EMBOLSADO
(foto de un cadáver con una bolsa de basura en la cabeza).
Relación de
alhajas adquiridas en librerías de viejo de la Colonia Roma, luego de una tarde
de pesquisas:
El laberinto
de la soledad, Octavio Paz. Fondo de Cultura
Económica de México, Edit. 2000, tercera reimpresión.
Pedro Páramo, Juan Rulfo. Fondo de Cultura Económica
de México, colección popular del año 1971, decimoprimera reimpresión.
Historia de
la conquista de Nueva España, Bernal Díaz
del Castillo. Editorial Porrúa, 1983, primera edición de la colección “Sepan
cuantos”.
Y por fin,
leyendo un periódico, cómo no, encuentro el título que buscaba para estas
anotaciones de viaje:
“EN EL ESPACIO HAY LUGAR
PARA LOS MEXICANOS”
(José Hernández,
astronauta mexicano que viajó en el Discovery).
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