lunes, 16 de agosto de 2010

ANTONIO GARCIA GARCIA SIEMPRE EN LA MEMORIA DE LOS QUE AMAMOS LA LIBERTAD

La vida de Antonio García García ha transitado por los principales acontecimientos que han cicatrizado la historia última del hombre. Sufrió directamente las consecuencias de la Guerra Civil española (1936-1939), la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la larga etapa de la dictadura que terminó con la muerte de Francisco Franco. Los largos años de la contienda civil española los pasó encerrado, primero en la cárcel de La Laguna, después en la prisión militar Costa-Sur, conocida popularmente por la prisión de Fyffes y, posteriormente, en Marruecos y Miranda del Ebro.

"Cuando acabó la guerra había tantos presos en los salones de Fyffes que se nombró a un juez especial para que se encargara de resolver aquella caótica situación. A las personas mayores que estaban presos por orden gubernativa las dejaron en libertad y a los jóvenes nos mandaron al campo de concentración de Rota, en Cádiz. En ese campo, donde habíamos unos nueve mil prisioneros de guerra, pasé varios meses. No faltaba tiempo para jugar al fútbol en aquel lugar. Los prisioneros de las distintas armas formaban sus equipos. Los de la marina tenían un equipo de fútbol que le llamaban Flota Republicana; claro está que ese nombre era un secreto a voces. De Rota nos mandaron a Marruecos donde estuve un año abriendo carreteras y fortificaciones subterráneas, en la frontera con el Marruecos francés. Según los periódicos de entonces España estaba reclamando parte del territorio que estaba bajo el dominio francés. Después nos mandaron a un lugar que le decían Aulef donde nos dedicamos a reconstruir un campamento que la República había desmontado porque era muy costoso de mantener. En aquel campamento conocimos a un teniente que era sobrino del general Monasterio y nos dijo que estaban pidiendo voluntarios para trabajar en las minas de Asturias. Entre los voluntarios estábamos ocho canarios. De Marruecos a Burgos, al campo de concentración de Miranda del Ebro donde se hacinaban más de diez mil prisioneros, entre ellos franceses, judíos y gitanos que venían huyendo de los nazis alemanes. Los responsables de las minas asturianas rechazaron al batallón de trabajadores porque no querían personal militarizado. Como no pudimos trabajar en las minas nos aprovecharon para trabajar en una nueva vía de tren que se estaba construyendo desde Miranda del Ebro hasta Irún. En esa faena aprendí a palear de verdad con los compañeros asturianos prisioneros. En junio de 1940 me dieron la libertad y una lata de sardina y un chusco de pan para llegar hasta mi casa".

Preso y prófugo a la vez

Al regresar a la isla tras su itinerario por diferentes prisiones a Antonio García no le dan tiempo para pensar en su futuro. En Tenerife se encuentra con la desagradable sorpresa de su inmediata presentación en la caja de alistamiento. Mientras cumplía cuatro años prisión, sin cargo alguno, la maquinaria burocrática le había dado por prófugo.

"Nada más presentarme a la caja de reclutas me enviaron rápidamente al campamento de Hoya Fría. Instrucción y trabajo en la costa, en la zona de los Moriscos donde se estaban construyendo emplazamientos de baterías puesto que se temía algún desembarco o algo por estilo. De allí me pasaron al regimiento de infantería San Carlos. Nada más llegar al nuevo destino lo primero que me dicen: Usted no puede ascender, ni tener destino ni disfrutar permisos... Una vez me mandaron a las prácticas de tiro con una ametralladora francesa y me felicitaron por la puntería. Como en el regimiento me la pasaba todo el tiempo leyendo un brigada andaluz me dijo: Antonio, hazme el favor de ir a Paso Alto y te presentas al capitán don Francisco Moreno para que te quedes de escribiente con él porque le he mandado dos y me los ha rechazado. Pero mi brigada yo no puedo tener destino... Tú calladito y vas y te presentas y no digas nada. El capitán Moreno era el delegado de la División Azul en Tenerife, un señor viejecito que siempre estaba fumando con boquilla. Muy buena persona. Me dijo que me hiciera cargo de la oficina. Mi misión consistía en hacer un registro de los que entraban arrestados o condenados y de los que salían. Un oficio lo remitía al capitán general y otro para el gobernador militar. Así me quedé de escribiente en Paso Alto".

La movilización

Nada más terminar la Guerra Civil española, un dramático ensayo de la que vendría más tarde, el mundo se vio abocado a una guerra global que, a lo largo de cinco años, se cobró alrededor de 38 millones de víctimas. En España se produce una nueva movilización. Los que ya habían cumplido el servicio militar y estaban licenciados fueron llamados de nuevo y los que, como el caso de Antonio García, seguían en el servicio se les obligó a prolongar su estancia. Antonio García seguía de escribiente en el castillo de Paso Alto, donde el almirante Horacio Nelson fue atendido de sus heridas en 1797 y en el que transcurrieron los últimos días de arrepentimiento del pirata Cabeza de Perro antes de su ejecución en los llanos de los molinos.

"En Paso Alto tenía una pequeña habitación con una mesita y una estantería de libros. No se sabía cómo podía acabar la guerra europea. En una de las paredes había colocado un mapa donde iban marcando con banderitas el avance de las tropas rusas. Un teniente de aviación que estaba arrestado allí cogió confianza conmigo y me dijo: No te creas que los rusos van están avanzando, los alemanes son muy listos y van retrocediendo para dar la vuelta al mundo y cogerlos por detrás... El teniente asturiano estaba basilando. Por allí conocí a varios sargentos y tenientes coroneles que entraban arrestados por diversas causas. El que más me llamó la atención fue el nuevo capitán que se puso al frente de Paso Alto. Era un anciano respetable que le tenía auténtica alergia a los uniformes militares. Se pasaba todo el tiempo vestido de paisano en el Club Náutico de donde me llamaba para que le llevara los partes y la correspondencia. Siempre me preguntaba: ¿Qué cómo va aquello? Bien, mi capitán. Y, mientras se tomaba el aperitivo mañanero me recomendaba con afecto que tuviera cuidado con aquella oficina para que ningún preso me jugara alguna trastada".

Antonio García García coincide en que las voces grabadas en las paredes de la prisión de Paso Alto y el mudo tronar de sus épicos cañones que lo custodian no dejan de reclamar una novela a lo Gesualdo Bufalino, autor de Las mentiras de la noche. Las historias de las celdas también contribuyen a a la configuración de la identidad perdida.

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