domingo, 1 de agosto de 2010

PALABRAS DE JOSE RIVERO EN LA PRESENTACION DEL CREDO GUANCHE



PRONTUARIO

José Rivero Vivas



Ánghel Morales García es figura poliédrica, no porque sus múltiples caras signifiquen variabilidad en su enseña, sino referidas ellas a la diversidad de rol que encarna en esta comedia de la existencia, en la que todos somos actores de mayor o menor fuste. En Ánghel, sin embargo, su variada interpretación es siempre distintiva, como corresponde al personaje literario que él mismo es, cual lo demuestra Miguel Ángel Díaz Palarea, al introducirlo como el periodista Angelito Virtudes en su versátil novela LAS CUCAS.

Su discurso, en pro de unos y otros, lo lleva a trastocar al individuo literador en ser literado, apoyado en la leyenda que él mismo crea buenamente en torno al autor de su auspicio, quien pasa a ser identificado como protagonista de su cálida alabanza, o sujeto de la acerba crítica que Ánghel abiertamente emprende.

En estos años de trillar senderos en su compañía, he comprobado que este hombre goza de elevado grado de popularidad, en amplio arco que comprende desde la persona más humilde al prócer de alto rango. Así, en cualquier lugar, rincón, bar, restaurante, sede de prensa, estudios de televisión, emisoras de radio y salón de actos, en esta y aquella ciudad de la Isla, siempre hay alguien que viene a su encuentro con ánimo de prodigarle su efusivo y entrañable saludo, departiendo amigablemente de temas inconcebibles y aun olvidados en el tiempo.

Hace unos años, en época de calor, tratando de variar de escenario, subía a La Laguna, entraba en la Plaza del Adelantado y me sentaba bajo la sombra de los frondosos laureles; sacaba del bolso una revista y, disimuladas dentro, las hojas que escribía y la lectura del momento. Al cabo de la tarde, descansaba; luego, daba una vuelta por la ciudad, con objeto de conocerla, aunque mis pasos iban siempre dirigidos a la parte alta, donde Ánghel regentaba su librería Armiche. Allí acudían sus amigos, con quienes discutía acaloradamente, llamando las cosas por su nombre, en esgrima dialectal, haciendo alarde de ironía, causticidad y sarcasmo; con todo, no lograba enfadar a ninguno. Pasaba el tiempo y observaba su actuación con niños, jóvenes y mayores; para todos tenía su expresión de acogida, no exenta de mordacidad con alguna señora de buen ver, aunque siempre correcto y discreto. Estaba entonces Edgar, aquel niño a quien Ánghel procuró amparo y calor. Inquieto y alborotador, contando además con su dificultad de comunicación, era fuertemente reprendido; pero, el chico no se inmutaba. Sin embargo, cuando intuía que su proceder pudo disgustarlo, corría a él angustiado y exclamaba:

―¡No, no, Ánghel; yo soy bueno!

Ánghel suavizaba su semblante, le entregaba papel y lápiz, y le indicaba sentarse a un lado a dibujar.

Asuntos de índole familiar me llevaron de nuevo a Londres, donde me enfrasqué en mis borrones y lecturas, sin apenas conexión exterior. No obstante, cuando sucedía venir a Canarias, siempre iba a La Laguna con marcado propósito de visitar la librería Armiche y charlar un rato con Ánghel, por circunstancias alejado. Hablábamos de cuanto surgía espontáneamente, aprovechando para saludar a muchos amigos con quienes concertaba el encuentro.

Transcurrieron unos años en que mi venida a las Islas se hizo menos frecuente; aun así, a través de alguien conocido, siempre estuve al tanto de su movimiento, aunque su naturaleza fuera de particular elogio.

En enero de 2007 tuve que venir precipitadamente tras el fallecimiento de mi hermano Alfredo, que en paz descanse, quien luchó con denuedo por dar a conocer mi trabajo. Una mañana, temprano, Ánghel tocó en la puerta; llevaba prisa, pero me dijo que estaba dispuesto a contactar con Ediciones Idea para presentar mi obra. La condición era que yo me quedase en Tenerife, por si la entrevista surtía efecto y el autor había de estar presto. Él es artífice del proceso y promotor del feliz resultado obtenido.

Durante este tiempo he podido apreciar la devota dedicación a su familia y su claro desvivirse pendiente del bienestar de todos los suyos; ello me causó franca impresión y sumo agrado, lo que asimismo me llevó a constatar su atenta conducta para con los demás.

Recuerdo acompañarle a la clínica San Juan de Dios, donde estaba hospitalizado su hermano Agapo, que en gloria esté. Ánghel, haciendo honor a las plurales caras de su característica personal, actuaba como hombre duro e insensible, pronunciando múltiples improcedencias, no aptas en un centro hospitalario, aunque fueran dichas con deseo expreso de disimular su preocupación. Su hermano, en cama, refugiado tras su rostro bondadoso, lo oía denostar sin oponer objeción ni reproche, mirándolo fijo, desde el fondo de sus ojos, bañados en honda tristeza, consciente quizá del inminente final que le aguardaba.

Ánghel dulcificaba su tono y le avisaba que no iría al día siguiente.

―¿No tienes un ratito? ―preguntaba Agapo, tímidamente aquejado.

―Bueno ―contestaba Ánghel reticente―, veré de acercarme por la mañana.

Agapo se arrebujaba en la manta y distendía sus labios en sonrisa triunfal; Ánghel, mientras, como arrepentido de su momentánea debilidad, reanudaba en clave hiriente su arenga habitual, sin advertir que su velada voz delataba su gran cariño y su infinita ternura.

No es de extrañar que, ante tanto revés acumulado, quisiera este hombre liberarse de responsabilidad, recurriendo a la inconsecuente autodestrucción en breves períodos de disipación plena.

Espero, en lo sucesivo, continuar mi relación de amistad con Ánghel Morales García, a quien he de reconocer su eficiente gestión de mis escritos, así como la generosa impronta ―incluye a todos sus pupilos―, de subrayar nuestra obvia relevancia, en esta sociedad canaria, a pesar de ser ignorados por autoridades, medios de comunicación y público en general.

Muchas gracias, Ánghel, sinceramente, y que el éxito colme tu altruista labor.

José Rivero Vivas

S/C de Tenerife, julio de 2010

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