RETRATO DE UN REY CORRUPTO (I)
Las
conclusiones de la Fiscalía destruyen el prestigio del que fuera Jefe del
Estado durante el desempeño de su cargo. La impresión es que no se ha
profundizado en la investigación
JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN
La lectura de los dos informes de la Fiscalía General del Estado sobre el resultado de las investigaciones abiertas para dilucidar si los tejemanejes económicos del rey honorífico eran o no constitutivos de delito, mientras reinó y después de su abdicación, proporciona un retrato realista y coral de su persona y de los acompañantes que le ayudaron en su tarea de enriquecerse sin límites económicos ni éticos. En el retrato ocupa, como es lógico, un lugar preferente la figura de Juan Carlos de Borbón y Borbón, acompañada, como en El entierro del Conde Orgaz, de personajes que actúan como oficiantes en la ceremonia de la corrupción y el fraude fiscal.
La historia de los
acontecimientos se desarrolla en paraísos fiscales –las islas del Canal de la
Mancha Jersey, Guernsey y Panamá– y en entidades bancarias de países tan poco
propicios a proporcionar detalles sobre el secreto de operaciones financieras
como Suiza. No hace falta ser un sagaz sabueso para llegar a la conclusión de
que todo el dinero que pasa por esos parajes es, en principio, sospechoso de
alguna actividad irregular. Pero vayamos a los hechos, y nada mejor que resumir
los pasajes más llamativos de este minucioso y clarificador informe de la
Fiscalía General del Estado.
Todos sabemos que,
para disponer de una cobertura económica, en el caso de necesitarla por razón
de jubilación o cualquier otra eventualidad, lo más adecuado es acudir a un
banco nacional y concertar un fondo de pensiones o cualquier otra cobertura
semejante. Los asesores del emérito podían haber realizado esta operación con
un banco de nuestro país, pero consideraron que era más seguro y opaco
realizarla en paraísos fiscales, para sustraerla a la fiscalización de las
autoridades financieras españolas.
Para resguardarse
de indiscretas investigaciones, los asesores del rey honorífico utilizaron un
instrumento económico y jurídico del derecho anglosajón que se conoce como
trust. No se alarmen, este artefacto económico no tiene excesivas
complicaciones. Se crea un patrimonio separado, en este caso una cantidad en
metálico, que se ingresa en un banco; se administra por unos gestores y existen
unos beneficiarios a los que se destinan las cantidades depositadas. Me
imagino, sagaz lector, que ya habrá adivinado quién era el beneficiario: Juan Carlos
de Borbón y Borbón. Para desentrañar la madeja de los sucesivos fondos que
pasan de mano en mano tendremos que remontarnos al periodo comprendido entre
los años 50 y 70, según el informe del Servicio Ejecutivo de la Comisión de
Prevención del Blanqueo de Capitales e Infracciones Monetarias (SEPBLAC).
El hilo conductor
que puede ayudar a comprender el enrevesado relato del Ministerio Fiscal
comienza precisamente en la época que indican los investigadores. En los años
50, Juan Carlos de Borbón ya había iniciado sus estudios en España en virtud de
un acuerdo entre su padre, don Juan de Borbón, y Franco, en una reunión
celebrada el 25 de agosto de 1948. Después de una serie de acontecimientos
políticos, Franco designó a Juan Carlos como su sucesor, a título de rey, en
julio de 1969. Es un hecho suficientemente conocido que don Juan se quejaba a
sus amigos y visitantes de su “penuria económica”. Muchos fieles monárquicos y
otras personas, por razones diversas, aportaron cantidades de dinero y hasta le
regalaron un barco para que disfrutase de su afición favorita.
Entre los años 50 y
70, comienza a constituirse un fondo para asegurar a Juan Carlos un respaldo
económico ante las vicisitudes políticas que pudieran derivarse de su inestable
condición política como sucesor del dictador. Me parece razonable que, ante las
estrecheces que había vivido, decidiera imitar a Escarlata O'Hara en Lo que el
viento se llevó, cuando juró ante Dios que “jamás volvería a ser pobre”. El
juramento surtió efecto y la hucha de solidaridad monárquica, denominada
“Nadine Limited” y administrada por Manolo Prado y Colón de Carvajal, acumuló
cantidades cuya cuantía se desconoce. Esta operación, en principio, no tiene
naturaleza delictiva. Sin embargo, tiempo después se intenta justificar la
entrega de 80 millones de dólares americanos al señor Prado y Colón de
Carvajal, en concepto de “pagos de guerra”. La procedencia es tan sospechosa y
repugnante que merecía la pena haber agotado la investigación sobre esta
cuestión. ¿Podría tratarse de tráfico de armas?
Carrusel de trusts
Alrededor de
finales del siglo pasado comienza a gestarse la creación de un verdadero
carrusel de trusts que, bajo una única denominación, acogen una importante suma
de dinero que administra una persona, ayudada por gestores encargados de
rentabilizar los capitales y cumplir sus fines. En todos los entramados que
aparecen en el informe de la Fiscalía existe un “tercer beneficiario”, al que
se destinan generosamente parte o la totalidad de los fondos. Y siempre, directa
o indirectamente, el agraciado es S.M. Don Juan Carlos de Borbón y Borbón. La
aparición, desaparición o trasvase de los fondos son tan vertiginosos que
pueden marear al lector. Trataré de resumir el acelerado vals de los dineros,
fijando mi atención en los aspectos que me parecen más llamativos y
reveladores.
Las investigaciones
del SEPBLAC se centran en la constitución de un trust denominado “The JRM
(Joaquín Romero Maura) 2004 Trusts”, al que, como los ríos que van a dar a la
mar, se vierten una serie de cantidades procedentes de otros trusts anteriores.
Fue constituido en Jersey, el 9 de marzo de 2004, por D. Joaquín Romero Maura,
historiador de nacionalidad española, nacido en Niza, profesor en Oxford y
nieto del político Miguel Maura. Los fondos iniciales del trust ascendieron a
14.923.604 euros (dos millones de euros de una aportación inicial y otra
adicional de 12.923.604 euros) y se depositaron en Barclays. El administrador
Romero Maura fue clasificado por el banco como persona expuesta políticamente
(PEP) en atención a su perfil de riesgo, fundamentalmente al ser próximo a una
“importante figura política española”. Según los analistas financieros de
Barclays, en 2004 la situación política en España era estable: el heredero, hoy
rey Felipe VI, acababa de contraer matrimonio, la monarquía gozaba de prestigio
y el conocimiento público de la existencia de los trusts y la presencia en
ellos de D. Manuel de Prado y Colón de Carvajal era evidente.
Una de las
cantidades que se ingresan en este fondo procedía de una aportación de 9
millones de dólares realizada por Simeón de Bulgaria, que, a su vez, tenía su
origen en una serie de inversiones financieras en la banca J.P. Morgan en
Suiza. A juicio de los investigadores, diversos indicios apuntan a que el exjefe
del Estado español era el propietario último de esos fondos. Simeón de Bulgaria
contrajo matrimonio en 1962 con Simoneta Gómez-Acebo, y la infanta Pilar,
hermana de Juan Carlos, se casó el 5 de mayo de 1967 con Luis Gómez-Acebo. Es
sobradamente conocido que los Gómez-Acebo eran los mayores accionistas de la
entidad financiera Banesto, que a su vez tenía relaciones estrechas con JP
Morgan. ¿Podemos deducir, amable lector, de dónde procedían esos fondos
generosamente donados?
Existe un pasaje en
el informe del Ministerio Fiscal que reproduzco, casi en su integridad, porque
me parece de interés informativo. En el fondo JRM 2004 Trust aparece un llamado
tercer beneficiario cuyas señas de identidad son fácilmente identificables. Se
trata de un “beneficiario contingente”. El señor Romero Maura condiciona la
entrega de cantidades del fondo al “tercer beneficiario” al hecho de que
ocurran ciertos acontecimientos improbables, en circunstancias que califica de
“tiempos problemáticos”. Sería la persona o personas que hubieran cesado en la
Jefatura del Estado de España, a causa de un golpe anticonstitucional u otra
similar circunstancia inhabilitante. Aclara que la expresión Head of State debe
interpretarse ampliamente, incluyendo no sólo al monarca sino a otros servidores
públicos reconocidos en ese momento por “una Constitución liberal democrática”.
No era necesario que esa persona hubiera sido literalmente destronada,
derrocada, depuesta o exiliada. Bastaría que le ocasionara una pérdida de
estatus implícita en los acuerdos que hubieren sido aceptados en aras de la
armonía civil. ¿Se estaría refiriendo a la abdicación?
Todo suena muy
inglés, muy sutil. Romero Maura pide a los gestores del fondo que, cuando se
tenga que hacer efectivo el dinero del trust, le asesoren para determinar la
identidad y condición del “tercer beneficiario”. ¿De verdad necesitaba ayuda?
Para despejar tan enrevesada duda, el trust podría consultar con los editores
de los cinco principales periódicos del Reino Unido. Durante mucho tiempo, nosotros
hemos estado en la inopia. Pero vayamos al grano. El señor Romero Maura
manifiesta igualmente su deseo de que los trustees “reserven 10 millones de
dólares estadounidenses para el caso de que se llegue a designar a este llamado
tercer beneficiario”. Por fin, las cosas claras.
Por si alguien
decidiera atar cabos, otro de los responsables del fondo aclara que este
generoso depósito nada tiene que ver con el regalo de 100 millones de dólares
regalados por el rey de Arabia, ni con los fondos Torres Kio. Según el informe
de la Fiscalía, más allá de la procedencia de los fondos del JRM 2004 Trust,
“que tienen una indudable conexión con quien fuera Jefe del Estado español”, lo
relevante a los efectos de esta investigación penal es determinar si desde que
se constituyó dicho trust en 2004 y, especialmente, desde junio de 2014 (fecha
de la abdicación), es posible establecer alguna vinculación entre los fondos
del mismo y Juan Carlos de Borbón.
En todo caso, las
conclusiones de la Fiscalía destruyen el prestigio y la valoración, en el
concepto público, de la persona del que fuera Jefe del Estado, en su condición
de rey de España, durante el desempeño de su cargo. En mi opinión, no se ha
profundizado suficientemente en la investigación. Había muchos más cabos de los
que tirar. Es posible que no nos llevasen a buen fin desde el punto de vista de
la construcción de una sólida acusación penal. El último servicio para blindar
la irresponsabilidad e impunidad de Juan Carlos de Borbón lo presta la Agencia
Tributaria, al dictaminar que las prebendas procedentes de JRM 2004 Trust, con
posterioridad a la abdicación, lo han sido en unas cuantías que, en ningún
caso, alcanzarían la cuota correspondiente a un delito contra la Hacienda
Pública, aun cuando tales fondos hubieran sido eventualmente entregados a un
contribuyente español. ¿La Agencia Tributaria hubiera procedido de igual manera
si se tratase de cualquier otro ciudadano español? En sus manos dejo la
respuesta.
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La próxima entrega
versará sobre un cuento de las Mil y una noches: El regalo de Abdallah.
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