MEXICO EN LA OBRA DE VICTOR RAMIREZ (1)
POR RAFAEL FRANQUELO
NOS DEJARON EL
MUERTO (*), novela escrita en San Roque de Las Palmas de Gran Canaria entre el
9 de Marzo y el 7 de Mayo de 1984, pero que no se publicará en primera edición
hasta las puertas del verano de 1984, me dio la oportunidad de escribir en el
prólogo de la misma que se podía aventurar con cierto énfasis que venía a ser
"novela de las afueras", íntimamente relacionada con la historia del
pueblo canario.
La página que, en
las citas, escribo entre paréntesis pertenece a dicha primera edición. El lector
sabrá que Víctor aumentó la novela en las tres siguientes ediciones. Pero la
esencia de la misma no cambió, se intensificó.
* * *
Hace tiempo que leí
por alguna parte que "las afueras son el estado de excepción de la
ciudad", el terreno en el que ininterrumpidamente se desencadena la
batalla que decide entre la ciudad y el campo.
El que ostente,
pues, el título de "fuereño" se convierte, incluso a su pesar, en
guerrero de una batalla sin fin. Batalla que por la intensidad de los intereses
en juego suele dejar al contendiente en estado permanente de alerta. Cuya
dimensión óptima deviene en el "estar afuera", expresión típica de
Víctor Ramírez a lo largo de toda su vida y obra, o lo es lo mismo: la
marginalidad.
*
"Yo sé bien
que estoy afuera", escribirá José Alfredo Jiménez en una de sus canciones.
Y quien siga de cerca la narrativa ramiriana sabrá a ciencia fija el valor de
los asertos mexicanos.
Porque México es
clave en nuestro escritor y no hay que olvidar que, antes de que nos ofreciera
sus mejores cuentos, ya había probado fortuna con las rancheras y los corridos
cuando era jovencito.
Así México y
Canarias serán naciones hermanas en el universo literario (y mítico) de Víctor
Ramírez, hasta el punto de no diferenciarse una y otra en las páginas que el
lector iniciado desgrana con el amor parrandero que nos atrapa desde la primera
a la última página.
*
Fijado el vínculo
de nuestro autor con México, recuerdo cómo señalaba la aparición de la
"loma" (adonde el abuelo Ignacio Perpetuo sube a engatusar su
soledad) como en otros textos los "riscos y lomos" del canario
marginado.
Insistía yo en que
la "loma" es la zona opuesta a la "ciudad" y el
"barrio", próximo a la loma, un serpentín por el que descendían y
subían los personajes de uno y otro mundo.
Pero, para mí, lo
más importante sigue siendo el latido "fuereño" en el que el pobre
puede sentir vergüenza de acabar rico, las putas son decentes y el atildado
intelectual despechado se refugia en la poesía social sufriendo la
encarcelación por independentista.
Lo que recalqué
como traca final, "la pulsión interna de la novela", aún no ha sido
digerido por la crítica (?) canaria: "En el retrato descarnado de su
pueblo, retrato crudo como
un grito ante tanta
sumisión y colonización permanentes".
*
En cuanto a la
epidermis textual, Víctor Ramírez adopta deliberadamente el léxico dual del
universo literario y mítico reseñado.
"Me pondré los
zapatos aunque me ardan los pies. Quiero morir de gallero decente, como lo que
soy", le oí farfullar mientras pugnaba por calzárselos" (p. 41).
El que habla así no
es otro que el abuelo Ignacio Perpetuo, entendido en gallos y perros de pelea,
sobre todo en gallos, con los que ganó mucho dinero "limpio, del honrado,
pero que lo gastará lueguito y a manos descosidas..." (p. 12).
La desviación
afectiva hacia Eloisita Peralta, compadecida cuando su marido, Don Lucio
Falcón, la maltrataba... y envidiada cuando era feliz con el Escondido:
"Pero al
desbordarse de amores con Metodio Alcántara el Escondido, con amores que se
oían desde la calle trasera, desde la misma iglesia muchas veces, las vecinas,
mi madre no sé, las vecinas condenaron esa escandalosa felicidad y acabaron
maldiciéndola de veras y con justificación razonable". (p. 22)
*
Eloisita Peralta,
que en sus días de soledad venía a lamentarse con mi madre a ocultas de su
marido:
"A usted le
tengo buena ley, Isabelita; la aprecio como a un familiar". (p. 25)
Aurorita María, que
degollará al hijo mayor del general Samprieto Canales y Zamorano del Laurel:
"Lo degolló en la mismita Audiencia
tras el primer veredicto, cuando el juicio del estupro. Y con una navaja
barbera que había llevado oculta en el refajo, la navaja barbera con que
precisamente afeitaba a su padre Guillermito Medina y a sus tres hermanos grandes,
los solteros todavía, la navaja barbera con la que se acercó al portón a
afeitar a Metodio Alcántara el Escondido mientras la ausencia de Guadalupita
Leonora..." (pp. 29-30).
*
El general Samprieto Canales y Zamorano del
Laurel, ausente en el primer juicio, que acude al segundo, el del degüello, a
testificar sobre rutinas hogareñas y sobre el comportamiento de Aurorita María
como sirvienta:
"El general Samprieto Canales y
Zamorano del Laurel tuvo la
gentileza de
afirmar que jamás había encontrado mejores sirvientas que las muchachas de
aquí, tan sumisas y discretas. Lo afirmó mientras testificaba. Su hijo tardó en
caer desplomado. Hubo gritos y chillidos y trajes finos muy manchados de
sangre. También hubo alguien de los bien vestidos que dijo: "a quienes hay
que degollar, además de al cínico ése, son al abogado de la pobrecilla y al
puto juez", pero lo dijo muy bajito, nadie fuese a oírle. Mi hermana
Cuaresma de la Concepción sí lo oyó, le quedaba cerca." (p. 36).
*
La otra abuela que aparece ahorcada por los
carnavales, con alusión a la "muerte" en otra de las claves
ramirianas:
"y no son coñas mías. Ni se quitó el
disfraz para ahorcarse, el disfraz de hombre pirata. Se llamaba Lureana
Magnolia, ya se lo dije. Le gustaba mucho el relajo, siempre andaba con ganas
de bulla. Desde que pudo se fue a vivir en La Lagunilla Baja, antes vivía con
nosotros en el portón. Mi abuelo Ignacio Perpetuo no quiso irse con ella. Mi
gente decía que ya la abuela Laureana Magnolia venía con la matraquilla de que
cualquier día se mataba para ver cómo resultaba eso de matarse" (pp.
49-50).
*
La ligazón directa de Benigna Lucía, la
prima, que se queda a vivir "con nosotros en el portón". Sobre el
portón habría que dedicar un sesudo ensayo, pero no cabe en apretados folios.
Solamente resaltar lo vital de su enraizamineto en la novela de nuestro
comentado escritor... que con razón se sintió ofendido cuando le inquirían
sobre la existencia del mismo.
Benigna Lucía, como veremos más tarde,
terminaría cantando el corrido de Valente Quintero en su repertorio, nunca
sabremos si por su amistad con Cenicita Cameja o porque el subconsciente le
traiciona y le recuerda la fuga al extranjero de su madre y su hermana mayor
Isidora Marta con Valentín Sosa, "hombre famoso en el barrio por sus
pendencias y ademanes altivos, Juan Charrasquiado le decían, amigo de parrandas
guitarreras que acabasen a la piña limpia".
"Mi prima Benigna Lucía dormía, ya le
dije, en mi estera de palma amarillenta, dormía por el lado pegado a la pared,
yo en el medio. Acostumbraba mi prima Benigna Lucía hacerme cosquillas en el
cogote para que me durmiera feliz y tuviese sueños dichosos, lo que era verdad.
Dijo que eso se lo había enseñado Cenicita Cameja. Me cantaba canciones
aprendidas en la radio y que yo no entendía del todo. Me las cantaba al oído,
tenía aliento de poleo, y en voz bajita que no molestare a los demás, me las
cantaba muy bonito, con voz algo rasposa" (p. 55)
Cenicita Cameja, la viejita cubana que vive
más aislada aun que los demás... y que será la que en prueba de gratitud,
"por el cuido esmerado", enseña a Benigna Lucía "los trucos de
la canción seductora" y, cómo no, "recursos para jamás caer derrotada
a los encantos del amor"... Cenicita Cameja se pega a la novela -también a
Víctor Ramírez- como la piel. A ella corresponde el honor de morir cantando un
corrido mexicano acompañada por dos de los mejores guitarristas del risco. Pero
no un corrido cualquiera, sino el de "Valente Quintero" que siempre
cantó "con más hondo sentimiento":
"Aquí me paro a cantar
con cariño verdadero
versos que le compusieron
a don Valente Quintero"
*
Por cierto, Víctor
Ramírez emplea una versión popular abreviada del "Corrido de Valente
Quintero", que, sin perder el encanto, pasa directamente distorsionada de
la mente a la novela.
Cenicita Cameja lo
repetirá cuatro veces completas "antes de quedar muerta como un pajarillo
sonriente"... Pero la versión que "debió" cantar y "no
pudo" es la que ofrecemos a continuación como complemento y homenaje a la
propia Cenicita Cameja:
"Aquí me siento a cantar/ con cariño
verdadero
versos que le
compusieron/ a don Valente Quintero.
"Le hablaron a
don Valente,/ le hablaron unos señores;
se fajó su
carrillera/ con sus cuatro cargadores.
"Y le decía su
querida:/ .-Valente ¿qué vas a hacer?
El mayor anda
borracho/ y algo te ha de suceder.
"Y él le decía
a su querida:/ -No te quedes con pendientes,
mira que, si él es
mayor,/ yo también soy subteniente.
"Ya el mayor
anda borracho/ y en las cantinas tomando,
la música era de
viento,/ la que le andaba tocando.
"Valente llegó
a ese baile/ y mandó tocar "El Toro",
.-Si el mayor paga
con plata,/ yo se la pago con oro.
"Los músicos
contestaron:/ -No la sabemos tocar.
Valente, ya andas
borracho/ y tú has de querer pelear.
"Valente les
contestó:/ Yo no quiero averiguar;
si no me tocan
"El toro",/ tóquenme "Heraclio Bernal".
"Valente
andaba borracho/ y andaba escandalizando:
.-Con esta cuarenta
y cinco/ no respeto ningún grado.
"El mayor le
contestó:/ .-Sea por el amor de Dios,
la tuya es cuarenta
y cinco,/ la mía quema cuarenta y dos.
"Ya Valente
anda borracho/ en su caballo montado,
con la pistola en
la mano/ y a las muchachas besando.
"Salió el
mayor para fuera,/ bastante muy irritado:
.-Valente, tú no
eres hombre,/ no eres más que ocasionado.
".-Yo no soy
ocasionado,/ yo soy hombre de valor,
nos daremos de
balazos/ si usted gusta, mi mayor.
"Se tomaron de
la mano,/ se apartaron de la bola,
y a los poquitos
momentos/ seis disparos de pistola.
"Valente está
agonizando/ dándole cuenta al Creador,
alzó los brazos al
cielo/ y dio un balazo al mayor.
"Salieron los
policías/ a ver qué había sucedido,
y en punto del mediodía/
los dos estaba tendido.
"Vuela, vuela,
palomita;/ si no has de volar, detente;
éstas son las
mañanitas/ del mayor y don Valente.
"Vuela, vuela,
palomita;/ párate en aquel romero;
éstas son las
mañanitas/ de don Valente Quintero."
*
Clasificada entre los corridos de
"valientes", y una de las más populares de México, esta canción
llamará poderosamente la atención de los estudiosos del corrido (desde Vicente
T. Mendoza a Felipe Orlando) y del propio Víctor Ramírez, que encuentra un filón
para su buen quehacer novelístico.
Así, Benigna Lucía, en su heterodoxia
musical queda atrapada en la moral del corrido que altera a pesar de respetar
(?) "melodía y letra en su integridad", para acabar de "puta
fina y muy rica con propiedades serias y respetada por su honestidad y recato,
amiga de políticos y hombres fuertes de la religión".
(continuará)
******
MÉXICO EN LA OBRA
DE VÍCTOR RAMÍREZ -2
por Rafael
Franquelo
Víctor Ramírez es
un conocedor experto del corrido. Éste es un género épico-lírico-narrativo, en
cuartetas de rima variable, ya asonante o consonante en los versos pares.
Es una forma
literaria sobre la que se apoya una frase musical compuesta generalmente de
cuatro miembros, que relata aquellos sucesos que hieren poderosamente la
sensibilidad de las multitudes) que el pueblo de México venera hasta límites
insospechados y que "ha cultivado con el mismo amor con que lo hacen sus
hermanados cuates".
Y Víctor Ramírez
plasma en su novela no solamente las "formas" externas, el esqueleto
que diríamos, sino también el "alma" del corrido, el espíritu
"libertario" e "indómito" que pocos han sabido apreciar, la
"rebeldía" que elevaría a la categoría de "himnos
revolucionarios" a no pocos de la época de "Villa" y
"Zapata"...
Tal vez "Gutiérrez
Cruz", el poeta revolucionario mexicano más importante de todos los
tiempos, es el único escritor que sabe plasmar el "alma" del corrido
al "fuego" de sus versos.
Así Víctor Ramírez,
en narrativa, y "Gutiérrez Cruz", en poesía, logran "conectar"
con sus lectores desde el mismo ángulo "emocional".
*
Ramírez no banaliza
cuando nos habla de los "trucos de la canción seductora"; lo que
ocurre es que, junto a su "maestría literaria", nos
"adentra" en un "rompecabezas espontáneo" (se sabe de memoria
mil corridos y canciones mexicanas) en el que el hilo conductor puede ser una
canción de José Alfredo Jiménez:
"Lo peor que
puede ocurrirle a un hombre de esta tierra es enamorarse de una hermosura tal,
de una hermosura que parezca como la de ella, que parezca quebrarse con el
amor. Así habrá de ser el infierno: temor a que se quiebre una hermosura así, a
que la quiebre otro y no quieras quebrarla tú, así habrá de ser el infierno,
pobrecilla (pág. 61)
"Un gallero
que se precie solamente prepara sus gallos para la pelea, los prepara sin
rarezas ni doblez. Ganen o pierdan, debe dedicarse a ello con lo que tenga, con
lo que haya, y nada más. Que apuesten los apostadores, es el juego", y
escurría el consejo, con su sonrisa de ojillos chicos y llenos de arruguitas.
"Guíese por el arrebato, es lo sabroso". (pág. 70).
*
Pero en "NOS
DEJARON EL MUERTO", como en una mina al cielo raso, el autor nos
"insiste" una y otra vez en su "mundo", sin apenas
zancadillearnos, tal vez en un intento definitivo de clarificar sus posiciones:
"Uno de los
panaderos de mesa, uno jovencillo y menudo, cantaba cordial canciones
mejicanas, las cantaba con bonito sentimiento. Al abuelo Ignacio Perpetuo le
gustaba mucho una que decía "Voy de gallos con mis cuates, diez mariachis y
tequila; si supieras, vida mía, cuánto sufro en este día".
"El panadero
jovencillo y menudo la cantaba nada màs el abuelo Ignacio Perpetuo se hubiera
acomodado en la ayuda. Otra que también le gustaba era "Ese gallo colorado
no hay palenque onde haya estado, en que no haya desmostrado su bravura y su
valor". (págs. 67-68).
Para demostrarnos
el aserto "las mujeres son el diablo", nada mejor que
"desviar" sexualmente a Ignacio Perpetuo hacia las cabras de Cesarito
Dávilas:
"Ya me lo
había dicho Pablo Montelongo: "tu abuelo se monta a las cabras, te lo juro
por mi madre santísima que es verdad". Me mantuve constante en la
vigilancia durante días. Por fin lo vieron mis propios ojos y me dio tristeza,
al poco lloro lágrimas. Aquella noche ni dormí." (pág. 71).
*
Pero no hay que
olvidar el "trato respetuoso que le merecen las prostitutas", trato
que llega a topar con la religión:
"Otra cosa que
se dijo por el barrio era que Cesarito Dávilas iba cada mes al caserón de
mujeres baratas que tenìa Eusebita Salomey saliendo hacia el sur y sobre el
acantilado casi colgando. Y que, antes de trajinársela normal, Cesarito Dávilas
rezaba arrodillado el rosario completo con la alquilada. Se quedó viudo recién
casado. "Me salvé, compadre", respondía cuando alguno de sus íntimos
le daba el pésame." (pág. 71).
El
"barrio" es rememorado por Ignacio Perpetuo con un párrafo en el que
se mezcla el universo onírico de Ramírez con la terrible realidad risquera de
su ciudad natal y de la que venimos hablando desde el comienzo del texto:
"El barrio hoy
en día ya no se conoce, mi niño. Cuando yo era chico, apenas si había cien
personas viviendo en él, ninguna de ellas queda". También me dijo algunas
veces que había conocido a la abuela Laureana Magnolia en una gallera cuando
las fiestas de La Lagunilla Baja. Todo el mundo iba a la gallera después de la
misa; en ningún otro sitio vio mayor afición ni mejores entendidos en peleas de
gallos y de bobos. Había guitarras y canciones, muchos voladores y cuchillos
buscando por menos de nada sangre de bravos. Y me enseña de nuevo la cicatriz
blanquísima cerca del cuello: "poquillo faltó para que me encartonara uno
que también pretendía a tu abuela Laureana Magnolia, poquillo faltó, Dios la
haya perdonado a la infeliz, siempre con ganas de jaraneos la pizpireta, vieja
y todo, a quién se le ocurre morir con bromas y vestida de máscara; era un puro
tiesto tu abuela, mi niño." (pág. 72).
*
Las "peleas de
bobos", que aquí aparecen soldadas a las de "gallos", es un
pretexto "surrealista" que Víctor Ramírez aporta a la narrativa
canaria a partir de 1982 que es cuando publica "LO MÁS HERMOSO DE MI
VIDA".
Lo que ocurre es
que en "NOS DEJARON EL MUERTO" solamente las trata de forma
tangencial. He discutido y platicado sobre el tema con el autor y sé que ha
puesto en solfa la tradicional benignidad isleña (él conoce la sangrienta de
"perros") hasta el punto que se le pregunta si existen realmente esas
peleas de bobos...
No me resisto a
pasar por alto el final del cuento antes mencionado ("LO MÁS HERMOSO DE MI
VIDA"):
"Precisamente
el día que apareció la policía y acabó por siempre con las competiciones,
precisamente ese día peleaba con el Trompo, que ya se había puesto nervioso al
no haber conseguido morderle. Contra todo pronóstico Armando llevaba muy bien
la agarrada, sobre todo con los rodillazos al adversario en las entrepiernas,
que eran su alegría.
"Estábamos
ilusionadísimos, casi llorando de la emoción, pues faltaba poco para el final y
las apuestas nos favorecían en cantidad. No podía escapársenos la victoria,
brincábamos como monos, cantando, aplaudiendo a rabiar, abrazándonos. Pero todo
quedaría en humo, en puro regusto a desilusión.
"En fin:
aquellos campeonatos de peleas entre los bobos de barrio han sido lo más
hermoso que he tenido en mi vida." (pás. 9-10).
*
De todas formas,
para los lectores de la obra ramiriana, fue suficiente la breve descripción que
aparece en la novela justo a raíz de que Rodrigo Ciriaco se quedase bobo al ver
a la ahorcada vestida de máscara:
"Se quedaría
bobo completo y para siempre sin remedio al ver aquella aparición tan de
repente y como cosa del mismo demonio de los infiernos, bobito completo, lo que
le permitiría por fin representar a La Lagunilla Baja como luchador en los
campeonatos de peleas entre bobos de pueblos y barrios, peleas prestigiadas
enormemente por ese entonces y con muchísimos seguidores.
"Yo alcancé a
presenciar varias, y la verdad es que emocionaban sobremanera. Mi primo Rodrigo
Ciriaco, con camisola amarilla y calzón azul, no se portaba mal como luchador,
no. Lo más temible suyo, su fuerte, eran las mordidas en el pescuezo, precisas
y tenaces. Al poco tiempo, la autoridad acabaría con las peleas de bobos."
(págs. 72-73).
*
Víctor Ramírez,
(que como sus personajes vive en el "pudridero canario" y sabe del
poder político, de la corrupción, del abuso, del PRI mexicano, de la fauna
trepadora...) va lanzando "dardos como si fuesen anécdotas sueltas, pero
que son imprescindibles para formar el rompecabezas.
Nunca se sabrán las
conexiones con la realidad -precisas y confesas- pues Ramírez nos cambia de
sexo hasta los apellidos... Así y todo, pasajes efímeros denotan su agudeza
descriptiva y algo más que un hermoso quehacer literario:
"Cuando la
muerte de don Lucio Falcón, andaba mi hermana Petrita Jesús sufrida de amores
desgraciados hacia el monaguillo mejor destacado de cuantos hubo en la
parroquia, de Salvador Patricio, a quien se respetaba por ser hijo único del
sacristán, y que ya tenía la fama y el provecho de mariquita pleno y de amores
sabidos con un abogado de reputación exaltada y poderío político.
"Años después,
cuando se dedicó a la vida abierta, Salvador Patricio asombraría con su
hermosura y cuerpo de mujer muy femenina total y casi perfecta. La voz, algo
hombruna sin solución, lo estropeaba un poquito. De ahí su aparente
distanciamiento, su pertinaz recato silencioso, su apariencia de esfinge
andina." (pág. 73).
*
La figura del
"maestro de escuela" o "enseñante", es una constante en la
obra de Víctor Ramírez... no en vano es su profesión y preocupación
permanentes. Por ello aparecen en un arco variopinto según actúen...
En la entrevista
que al par nos hiciese recientemente José Balbuena ("LA SORRIBA",
número 26, verano de 1986. La Laguna-Tenerife. Islas Canarias), dejará bien
asentado su papel y el papel que juegan los enseñantes:
"Cada cultura
indica una consciencia; ésta se adquiere con el conocimiento y a su vez éste es
producto del instinto del ser humano. El instinto se puede cercenar o desviar.
A todo poder no le interesa que la gran masa tome conciencia. Entonces se crea
una falsa cultura, que es la de los hegemónicos, la cual despersonaliza...
(Piensa que el libro
sigue siendo un elemento importante, pero hay que tener apetito de leer).
"Pero este
apetito se quita en las escuelas, inconscientemente por parte del profesorado;
porque éste se convierte, aunque no lo sepa, en un castrador de instintos de
libertad. La educación implica desarrollar los instintos verdaderamente
humanos: la consecución de la libertad, la solidaridad, búsqueda de la
felicidad, etc."
(Cree Ramírez que
un sistema donde una casta domina sobre una gran mayoría, la escuela se
convierte en un reducto donde se encierran los niños para que no molesten en la
calle y se vayan adoctrinando para ser fieles súbditos de los que mandan).
"El libro
mantiene en vilo, mantiene alerta al lector; pero si no puede cambiar el
sistema, sí puede ser potente para no bendecir al que le machaca.
"Desgraciadamente
en la escuela canaria, salvo excepciones, no se lee, al menos en la medida que
se creen hábitos lectores y tiendan a fortalecer la personalidad y los
criterios de quienes leen. El niño que llega a la segunda etapa tiene que
convertirse en un lector; ha de sentir la necesidad de superarse día a día y de
empaparse de cultura."
*
El maestro de
"NOS DEJARON EL MUERTO", Juan de Dios Casiano, es "muy alto y
flaquito", y "paliducho"... camina de forma rara, "como si
tuviera cosida la entrepiernas,", por ello los chiquillos del barrio lo
llaman "el Cosido"...
Juan de Dios
Casiano influirá en su novia, Cuaresma de la Concepción, hasta el punto de
hacerle perder "la fe en las cosas de la iglesia". (pág. 75).
Parece ser que era
de "La Gomera" -aquí no sabemos qué pretende el novelista- y que
había dado clases en un colegio de religiosas. Pero su característica más
acusada será el "odio", la "repugnancia", el
"asco" que sentía "hacia los curas", "hacia los ensotanados",
"obispos y papas incluidos"...
Cuando Cuaresma de
la Concepción inquiría el porqué de tan vehemente horror, le respondía que
porque "tenía la puta desgracia de
haber leído y seguir leyendo mucha historia y de haber pensado y continuar
pensando sobre lo que observaba a su alrededor". (págs. 75-76).
"Lo que no
sabía mi hermana Cuaresma de la Concepción, yo me enteré con el tiempo, era que
Juan de Dios Casiano había estado en un seminario y que allí sufrió
irremediables ataques lascivos de uno de sus confesores, un cura espantosamente
grande y gordo a quien decían Rinoceronte los seminaristas por lo exagerado de
su pinga.
"Uno de éstos
sería quien me lo contara, con ya mi cuñado Juan de Dios loco sin solución
arriba en el manicomio. De ahí le había quedado su modo de caminar." (págs
76-77).
(continuará)
MÉXICO EN LA OBRA
DE VÍCTOR RAMÍREZ (3)
Por Rafael
Franquelo
Las
"putas" vuelven a la novela con trato "cortés" y
"considerado", nunca exento del humor de V. R. Estando ya Benigna
Lucía ejerciendo el oficio más viejo del mundo, es "acosada" por su
pariente Macario Damián que ni empleando una "llantina fervorosa",
consigue sus propósitos. ("Es como un hermano, jamás lo haría con él,
prefiero primero la muerte.")... Ni con las "súplicas zalameras de la
patrona". (págs. 78-79).
A causa de
"las sanas maneras del pudor femenino", el triunfo sonreirá a Benigna
Lucía, no así a Adolfina del Coral, una joven, también del barrio, que
"pretendió seguir el ejemplo" de Benigna Lucía. (pág. 80).
Nadie ponía en duda
las cualidades de Adolfina del Coral. A su juventud insultante había que sumar
"el aliento de boca adecuado", "el silvestre, lo más
difícil". Pero le perdía el "no saberse hacer valer", "la
errónea idea de la solidaridad del pobre" y el admitir "polvos
fiados" (y hasta gratuitos).
"Adolfina del
Coral consintió gratuitamente, sí, gratuitamente, y abonando a la jefa ella
misma la comisión, gratuitamente a su padre Vicentito Mendoza, a su tío
Salustio Lorenzo, a su abuelo materno Pedrito Macarena Lorenzo y a tres de sus
hermanos y a dos de sus cuñados, gratuitamente. Y lo consintió, aunque no
siempre, claro que siempre no, por pura pena".
"Ellos se
lamentaban de que no tenían dinero, recurrían lastimeros a los vínculos para la
ayuda familiar. Y ella, la mensa Adolfinia del Coral, acababa compadeciéndose y
consintiendo." (págs. 80-81).
Lógicamente así no
se podía triunfar, pues su "espíritu tan caricativo" y su
"blandura de ánimo" la llevarán a terminar sus días en la península
donde "envejeció de frío" en manos de sus explotadores alemanes.
(pág. 82).
*
Como un fantasma
aparece Perico Socorro, llenando cacharros, "una hilera de veintitrés
cacharros", para que no falte el "agüita en los bidones de su casa ni
en los de su amor eterno"... Perico Socorro, sombra viva y latido mexicano
en el "santoral" de Ramírez. (pg. 82).
Metodio Alcántara
el Escondido, uno de los ejes de la novela, aparece descrito como un muerto
viviente, sin saber caminar -como si temiera pisar huevos o vidrios rotos-,
calvo, deslumbrado, "salía pareciendo un conejillo encogido" (pág.
83).
Razón tenía Metodio
para no creerse la suerte de estar vivo y poder salir a la calle. Razón tenía
Metodio para insistir en mantenerse oculto en su escondite.
"Le resultaba
imposible creer que los mismos que botaron a sus hermanos y amigos a la sima lo
dejarían vivo a él, no podía creérselo, no le cabía en la cabeza". (pág.
84).
"Sólamente
consiguió sacarle de su escondrijo la pasión inocente que le inundó arrasadora
hacia Eloisita Peralta, la viuda de don Lucio Falcón. Entre otras
consideraciones no olvidaba Eloisita Peralta la imprevista hazaña de Metodio
Alcántara el Escondido la noche del velorio en mi casa, todos dormidos menos
yo, que lo presencié completo y que luego contaría cuando preguntaron"...
"...Entró de
puntillas, encorvado. Se acercó al féretro, destapó con sigilo, apartó el
pañuelo que cubría la cara al muerto, estuvo un ratito contemplándolo, como
incrédulo.
"Luego acercó
el banquito del abuelo Ignacio Perpetuo y se subió con mucho cuidadito a él, de
espaldas al féretro, con mucho cuidadito, firme en el equilibrio, ya sería la
medianoche, todas tres dormían, yo no y a causa de lo mío, insomne.
"Se bajó los
pantalones del pijama naranja, no llevaba calzoncillos, venía preparado con la
intención. Y soltó una cagada grande, una cagada de ocasión en el rostro a don
Lucio Falcón cadáver, una cagada de vientre flojo, de vientre mal alimentado,
casi diarrea y muy apestosa a perro podrido." (págs. 85-86).
*
¿Por qué Ramírez
llega al clímax de su novela -y casi matemáticamente a la mitad del libro- con
la defecación de Metodio Alcántara El Escondido? No era nada novedoso en su
obra, para citar sólamente un ejemplo mencionemos el cuento "EL POETA SE
ALIMENTA DE CARROÑA Y DEFECA FLORES " (1973)
Pero en "NOS
DEJARON EL MUERTO", novela de madurez, "la defecación" no es
mera anécdota, ni el resultado inconsciente de un texto al azar. La
"defecación" de Metodio Alcántara es mucho más que una
"venganza" o "acto de justicia" del personaje.
La
"defecación" deviene en el último estadio de lo que Evodio Escalante define como literatura del
"lado moridor" en su magnífico estudio de interpretación sobre la
obra del mexicano José Revueltas. Es lo que el excelente ensayista mexicano
llamará "La defecación universal":
"Aquí lo que
se ha hecho es tratar de rastrear el movimiento de los flujos, sus inmersiones
en lo degradado y marginal, antes que proponer el dogma de una semántica o
adherirse a una escuela de interpretación. Son estos movimientos hacia abajo y
hacia las orillas los que han conducido esta lectura a los cuerpos baldados y
los procesos de animalización, y los que ahora empujan el análisis hacia lo
excremental y sus conexioens, última etapa del recorrido de los flujos."
(Evodio Escalante: "JOSE´REVUELTAS. UNA LITERATURA DEL LADO MORIDOR"
(México, 1979. pág. 91)
*
Otra de las
pasiones de V. R. es el "fútbol"... lo que le deparará no pocas
críticas y disgustos. El "fútbol" aparece bajo dos vertientes. En
"NOS DEJARON EL MUERTO" será como juego de "chapas". En
otros cuentos y novelas, como el deporte que todos conocemos. A veces deja
entrever sus amores por la U. D. Las Palmas...
"Nos dio
cierto reparo tener que jugar allí con el señor difunto aquel en la cama. Pero
si no jugábamos perdería yo los dos puntos y Pablo Montelongo se hubiera
despegado bastante en la clasificación. Mi madre tuvo que subir por unas cosas
al Llanito, nos recomendó que respetásemos la presencia del señor cadáver.
"Yo había
pedido, casi suplicado, a Pablo Montelongo que aplazáramos el encuentro y se
negó, que lo fuéramos a jugar a otro sitio y se negó. "Es el
reglamento", dijo. "Si no se juega aquí, pierdes los puntos",
repetía sin dejar de mirar hacia la cama, donde yacía cubierto por un sábana el
cadáver de don Lucio Falcón." (pág. 105).
Pablo Montelongo
achacaría la derrota "por goleada" a la presencia del muerto,
"pues a cada momento levantaba la vista hacia la cama", que le
despistaría por completo. Y su "curiosidad" o su "fama de
pajear" le llevan al "antojo de ver la cuca" al muerto, pese al
susto natural del amigo:
"Era pequeña
la cuca de don Lucio Falcón, encogida, arrugada, yo estaba asombrado, Pablo
Montelongo parecía divertido y la tomó entres sus dedos. "Le está tocando
una paja al muerto", dijo excitado Lile Palangana. "No seas loco,
Pablito", yo no podía creerlo.
"Mira cómo se
le endereza", bromeaba Pablo Montelongo, que tenía fama de pajear a los
muchachones del barrio a cambio de una peseta. Le suplicaba yo que lo dejase,
que bajara ya de la cama, podría aparecer mi madre en cualquier momento."
(págs. 126-127).
Como si V. R.
tratase de mezclar en una coctelera "los trayectos de la
degradación", sigo con Evodio Escalante, nos hace del Pablo Montelongo,
masturbador de a peseta, el clasificador de "cucas" ("parece una
lombriz de cochino") que a renglón seguido de salir del cuartel se mete a
"Policía armada", para destacar en "el abuso":
"Algunos
lisiados le deben su estropicio, aprendió artes marciales desde pollillo,
buscaba la pendencia que podía ganar, a mí parecía respetarme algo seguramente
a causa de lo mío, incluso en una ocasión me invitó a cerveza y ensaladilla
abajo en la plaza, iba de uniforme y ya tenía bastante barriga." (pág.
130).
*
"Con el
dinero" que el difunto tenía en los bolsillos y en la cartera, además del
"emboste de chocolate con churros", viuda e hijas se fueron "a
ver una película de Jorge Negrete", película que verían "dos
veces" para deleitarse con las canciones de Negrete y el "trío
Calaveras"... (pág. 113).
Para Ignacio
Perpetuo nadie pudo hacer mejor homenaje que Borito Perera (un amigo real de
V.R.)... homenaje póstumo al saber de su fallecimiento:
"Los gallos
son para los hombres cabales, allí los machangos no duran. Por eso merecen
respeto los gallos. Allí dice uno: mil al colorado. Y contesta otro: van esas
mil. Y santa palabra, quien pierde paga. Si alguno se cree listo y apuesta y
pierde y ahueca el ala para no pagar, ése no pisa más la gallera, lo digo yo.
En la gallera solamente se encuentran hombres cabales, hombres de una sola
palabra, allí no aguantan los machangos, no es sitio para ellos"... (pág.
145).
La única hermana de
Borito, Valeriana Perera, desataría uno de los amores mejor contados y más
lindos de la novela y que haría casi "perder la razón" de su
enamorado, el mentado ya Perico Socorro:
"Jamás supe de
amor tan cariñoso como el que se tenían Perico Socorro y la melancólica
Valeriana Perera... Y no se me olvida la vez en que Ramoncita, la madre de la
frágil Valeriana, arrojó su muleta a Perico Socorro, que con la mejor intención
había llevado serenata a su amada un crepúsculo de octubre. Recuerdo que
cantaba el rengo Julián Menéndez y que tocaba la guitarra y la armónica Pepe el
de Lola, nuevo en el barrio. Recuerdo que cantaba la canción Cuatro Caminos,
ésa que decía "Es imposible que yo me vaya, es imposible que yo te olvide,
por donde quiera que voy te miro, si ando con otra por ti suspiro"."
(pág. 145).
*
Altamiro Benito, el
hermano mayor, "jaranero" como pocos... será el que ponga broche
dorado a la novela. Solía acompañar a su amigo Máximo Florián, el de las 22
horas seguidas de amor, en más de una serenata. Al saberse enviado "al
coño de tu madre, y respeta que tenemos un muerto en casa", Altamiro
Benito:
"...entró en
la habitación grande y con rapidez borracha se encaminó derechito al féretro.
Lo destapó, no hubo ocasión de impedírselo, nos cogía desprevenidos.
"Trincó por
los sobacos al cadáver de don Lucio Falcón, con ligereza. "Creí que era el
abuelo Ignacio Perpetuo el muerto", diría cuando tuvo lucidez, al día
siguiente. Lo sacó de la caja, abrazado a él como para bailar. Y bailó. Pidió
un pasodoble y le tocaron y cantaron "Islas Canarias" (Jardín de
bellezas sin par son nuestras islas Canarias, que hacen despierto soñar...).
Desde la estera de palma amarillenta me parecía ver cómo la cabeza momia de don
Lucio Falcón llevaba con precisión el compás adecuado. Mi hermana Cuaresma de
la Concepción se había cubierto toda para que no la viese acostada Máximo
Florián, que entró en la habitación cantando y buscándola vehemente con la
mirada.
"Sólo cuando
se cansó, dejó mi hermano Altamiro Benito de bailar con el muerto. Mi madre no
salía de su estupor allí sentada en la cama, no había acertado a reaccionar. En
voz alta daría gracias al siervo de Dios José Gregorio y a la virgen del
Coromoto, y también a la virgen del Pino, tras cerciorarse de que aquella
manada de borrachos habían sabido colocar de nuevo y correcto a don Lucio
Falcón en su ataúd. Mi hermana Cuaresma de la Concepción se apenaba siempre que
lo recordaba: "tengo magua porque no los vi bailar. Me tapé toda para que
no me viera el pobre Máximo Florián". En cambio mi prima Benigna Lucía se
carcajeaba al acordarse: "lo más gracioso era la cara de tu madre,
Petrita, cómo tenía abierta la boca mirándolos abrazados y dando los pasos
largos del pasodoble, decía a mi hermana Petrita Jesús, a quien le costaba
creerlo. Mi hermano Macario Damián, por no querer líos, se había metido en la
habitación chica, no los vio bailar". (págs. 169-171).
Días antes de
terminar la novela, estaba Víctor Ramírez de parranda con Pepe el de Lola en un
bar de la Casa del Gallo en Tefira: al que calló con la mirada por querer éste
dedicar un corrido a los señores agentes (unos guardias civiles que en el bar
escuchaban cantar).
(continúa)
MÉXICO EN LA OBRA
DE VÍCTOR RAMÍREZ (4)
Por Rafael
Franquelo
*
Pero en "NOS
DEJARON EL MUERTO", como en una mina al cielo raso, el autor nos
"insiste" una y otra vez en su "mundo", sin apenas
zancadillearnos, tal vez en un intento definitivo de clarificar sus posiciones:
"Uno de los
panaderos de mesa, uno jovencillo y menudo, cantaba cordial canciones
mejicanas, las cantaba con bonito sentimiento. Al abuelo Ignacio Perpetuo le
gustaba mucho una que decía "Voy de gallos con mis cuates, diez mariachis
y tequila; si supieras, vida mía, cuánto sufro en este día". El panadero
jovencillo y menudo la cantaba nada màs el abuelo Ignacio Perpetuo se hubiera acomodado
en la ayuda. Otra que también le gustaba era "Ese gallo colorado no hay
palenque onde haya estado, en que no haya desmostrado su bravura y su
valor". (págs. 67-68).
Para demostrarnos
el aserto "las mujeres son el diablo", nada mejor que
"desviar" sexualmente a Ignacio Perpetuo hacia las cabras de Cesarito
Dávilas:
"Ya me lo
había dicho Pablo Montelongo: "tu abuelo se monta a las cabras, te lo juro
por mi madre santísima que es verdad". Me mantuve constante en la
vigilancia durante días. Por fin lo vieron mis propios ojos y me dio tristeza,
al poco lloro lágrimas. Aquella noche ni dormí." (pág. 71).
Pero no hay que
olvidar el "trato respetuoso que le merecen las prostitutas", trato
que llega a topar con la religión:
"Otra cosa que
se dijo por el barrio era que Cesarito Dávilas iba cada mes al caserón de
mujeres baratas que tenìa Eusebita Salomey saliendo hacie el sur y sobre el
acantilado casi colgando. Y que, antes de trajinársela normal, Cesarito Dávilas
rezaba arrodillado el rosario completo con la alquilada. Se quedó viudo recién
casado. "Me salvé, compadre", respondía cuando alguno de sus íntimos
le daba el pésame." (pág. 71).
El "barrio" es rememorado por
Ignacio Perpetuo con un párrafo en el que se mezcla el universo onírico de
Ramírez con la terrible realidad risquera de su ciudad natal y de la que
venimos hablando desde el comienzo del texto:
"El barrio hoy en día ya no se
conoce, mi niño. Cuando yo era chico, apenas si había cien personas viviendo en
él, ninguna de ellas queda". También me dijo algunas veces que había
conocido a la abuela Laureana Magnolia en una gallera cuando las fiestas de La
Lagunilla Baja. Todo el mundo iba a la gallera después de la misa, en ningún
otro sitio vio mayor afición ni mejores entendidos en peleas de gallos y de
bobos. Había guitarras y canciones, muchos voladores y cuchillos buscando por
menos de nada sangre de bravos. Y me enseñaza de nuevo la cicatriz blanquísima
cerca del cuello: "poquillo faltó para que me encartonara uno que también
pretendía a tu abuela Laureana Magnolia, poquillo faltó, Dios la haya
perdonadao a la infeliz, siempre con ganas de jaraneos la pizpireta, vieja y todo,
a quién se le ocurre morir con bromas y vestida de máscara, era un puro tiesto
tu abuela, mi niño." (pág. 72).
Las "peleas de bobos", que
aquí aparecen soldadas a las de "gallos", es un pretexto
"surrealista" que Víctor Ramírez aporta a la narrativa canaria a
partir de 1982 que es cuando publica "Lo más hermoso de mi vida". Lo
que ocurre es que en "NOS DEJARON EL MUERTO" solamente las trata de
forma tangencial. He discutido y platicado sobre el tema con el autor y sé que
ha puesto en solfa la tradicional benignidad isleña (él conoce la sangrienta de
"perros") hasta el punto que se le pregunta si existen realemnte esas
peleas de bobos...
No me resisto a pasar por alto el final
del cuento: "Precisamente el día que apareció la policía y acabó por
siempre con las competiciones, precisamente ese día peleaba con el Trompo, que
ya se había puesto nervioso al no haber conseguido morderle. Contra todo
pronóstico Armando llevaba muy bien la agarrada, sobre todo con los rodillazos
al adversario en las entrepiernas, que eran su alegría. Estábamos
ilusionadísimos, casi llorando de la emoción, pues faltaba poco para el final y
las apuestas nos favorecían en cantidad. No podía escapársenos la victoria,
brincábamos como monos, cantando, aplaudiendo a rabiar, abrazándonos.
"Pero todo
quedaría en humo, en puro regusto a desilusión.
"En fin:
aquellos campeonatos de peleas entre los bobos de barrio han sido lo más
hermoso que he tenido en mi vida." (pás. 9-10).
*
De todas formas,
para los lectores de la obra ramiriana, fue suficiente la breve descripción que
aparece en la novela justo a raíz de que Rodrigo Ciriaco se quedase bobo al ver
a la ahorcada vestida de máscara:
"se quedaría bobo completo y para
siempre sin remedio al ver aquella aparición tan de repente y como cosa del
mismo demonio de los infiernos, bobito completo, lo que le permitiría por fin
representar a La Lagunilla Baja como luchador en los campeonatos de peleas
entre bobos de pueblos y barrios, peleas prestigiadas enormementes por ese
entonces y con muchísimos seguidores. Yo alcancé a presenciar varias, y la
verdad es que emocionaban sobremanera. Mi primo Rodrigo Ciriaco, con camisola
amarilla y calzón azul, no se portaba mal como luchador, no. Lo más temible
suyo, su fuerte, eran las mordidas en el pescuezo, precisas y tenaces. Al poco
tiempo, la autoridad acabaría con las peleas de bobos." (págs. 72-73).
Víctor Ramírez,
(que como sus personajes vive en el "pudridero canario" y sabe del
poder político, de la corrupcíon, del abuso, del PRI mexicano, de la fauna
trepadora...) va lanzando "dardos como si fuesen anécdotas sueltas, pero
que son imprescindibles para formar el rompecabezas. Nunca se sabrán las
conexiones con la realidad -precisas y confesas- pues Ramírez nos cambia de
sexo hasta los apellidos... Así y todo, pasajes efímeros denotan su agudeza
descriptiva y algo más que un hermoso quehacer literario:
"Cuando la muerte de don Lucio
Falcón, andaba mi hermana Petrita Jesús sufrida de amores desgraciados hacia el
monaguillo mejor destacado de cuantos hubo en la parroquia, de Salvador
Patricio, a quien se respetaba por ser hijo único del sacristán, y que ya tenía
la fama y el provecho de mariquita pleno y de amores sabidos con un abogado de
reputación exaltada y poderío político. Años después, cuando se dedicó a la
vida abierta, Salvador Patricio asombraría con su hermosura y cuerpo de mujer
muy femenina total y casi perfecta. La voz, algo hombruna sin solución, lo
estropeaba un poquito. De ahí su aparente distanciamiento, su pertinaz recato
silencioso, su apariencia de esfinge andina." (pág. 73).
La figura del "maestro de
escuela" o "enseñante", es una constante en la obra de Víctor
Ramírez... no en vano es su profesión y preocupación permanentes. Por ello
aparecen en un arco variopinto según actúen...
En la entrevista que al par nos hiciese
recientemente José Balbuena ("La
Sorriba", número 26, verano de 1986. La Laguna-Tenerife. Islas
Canarias), dejará bien asentado su papel y el papel que juegan los enseñantes:
"Cada cultura indica una
consciencia , ésta se adquiere con el conocimiento y a su vez éste es producto
del instinto del ser humano. El instinto se puede cercenar o desviar. A todo
poder no le interesa que la gran masa tome conciencia. Entonces se crea una
falsa cultura, que es la de los hegemónicos, la cual despersonaliza..."
(Piensa que el libro sigue siendo un
elemento importante, pero hay que tener apetito de leer).
"Pero este apetito se quita en las
escuelas, inconscientemente por parte del profesorado por que se convierte,
aunque no lo sepa, en un castrador de instintos de libertad. La educación
implica desarrollar los instintos verdaderamente humano: la consecución de la
libertad, la solidaridad, búsqueda de la felicidad, etc."
(Cree Ramírez que un sistema donde una
casta domina sobre una gran mayoría, la escuela se convierte en un reducto
donde se encierran los niños para que no molesten en la calle y se vayan
adoctrinando para ser fieles súbditos de los que mandan).
"El libro mantiene en vilo,
mantiene alerta al lector, para si no puede cambiar el sistema, sí puede ser
potente para no bendecir al que le machaca.
Desgraciadamente en la escuela canaria,
salvo excepciones, no se lee, al menos en la medida que se creen hábitos
lctores y tiendan a fortalecer la personalidad y los criterios de quienes leen.
El niño que llega a la segunda etapa tiene que convertirse en un lector; ha de
sentir la necesidad de superarse día a día y de empaparse de cultura."
El maestro de "NOS DEJARON EL
MUERTO", Juan de Dios Casiano, es "muy alto y flaquito", y
"paliducho"... camina de forma rara, "comos si tuviera cosida la
entrepiernas,", por ello los chiquillos del barrio lo llaman "el
Cosido"...
Juan de Dios Casiano influirá en su
novia, Cuaresma de la Concepción, hasta el punto de hacerle perder "la fe
en las cosas de la iglesia". (pág. 75).
Parece se que era de "La
Gomera", aquí el novelista no sabemos qué pretende, y que había dado
clases en un colegio de religiosas. Pero su característica más acusada será el
"odio", la "repugnancia", el "asco" que sentía
"hacia los curas", "hacia los ensotanados", "obispos y
papas incluidos"...
Cuando Cuaresma de la Concepción
inquiría el porqué de tan vehemente horror, le respondía que porque "tenía
la puta desgracia de haber leído y
seguir leyendo mucha historia y de haber pensado y continuar pensando sobre lo
que observaba a su alrededor". (págs. 75-76).
"Lo que no sabía mi hermana
Cuaresma de la Concepción, yo me enteré con el tiempo, era que Juan de Dios
Casino había estado en un seminario y que allí sufrió irremediables ataques
lascivos de uno de sus confesores, un cura espantosamente grande y gordo a
quien decían Rinoceronte los seminaristas por lo exagerado de su pinga.
Uno de éstos sería quien me lo contara,
ya mi cuñado Juan de Dios loco sin solución arriba en el manicomio. De ahí le
había quedado su modo de caminar." (págs 76-77).
Las "putas" vuelven a la
novela con trato "cortés" y "considerado", nunca exento del
humor de V. R.; estando ya Benigna Lucía ejerciendo el oficio más viejo del
mundo, es "acosada" por su pariente Macario Damián que ni empleando
una "llantina fervorosa", consigue sus propósitos. ("Es como un
hermano, jamás lo haría con él, prefiero primero la muerte.")... Ni con
las "súplicas zalameras de la patrona". (págs. 78-79).
A causa de "las sanas maneras del
pudor femenino", el triunfo sonreirá a Benigna Lucía, no así a Adolfina
del Coral, una joven, también del barrio, que "pretendió seguir el
ejemplo" de Benigna Lucía. (pág. 80).
Nadie ponía en duda las cualidades de
Adolfina del Coral. A su juventud insultante había que sumar "el aliento
de boca adecuado", "el silvestre, lo más difícil". Pero le
perdía el "no saberse hacer valer", "la errónea idea de la
solidaridad del pobre" y el admitir "polvos fiados" (y hasta
gratuitos).
"Adolfina del Coral consintió
gratuitamente, sí, gratuitamente, y abonando a la jefa ella misma la comisión,
gratuitamente a su padre Vicentito Mendoza, a su tío Salustio Lorenzo, a su
abuelo materno Pedrito Macarena Lorenzo y a tres de sus hermanos y a dos de sus
cuñados, gratuitamente. Y lo consintió, aunque no siempre, claro que siempre
no, por pura pena.
Ellos se lamentaban de que no tenían
dinero, recurrían lastimeros a los vínculos para la ayuda familiar. Y ella, la
mensa Adolfinia del Coral, acababa compadeciéndose y consintiendo." (págs.
80-81).
Lógicamente así no se podía triunfar,
pues su espíritu tan caricativo" y "blandura de ánimo" le
llevarán a terminar sus días en la península donde "envejeció de
frío" en manos de sus explotadores alemanes. (pág. 82).
MÉXICO EN LA OBRA
DE VÍCTOR RAMÍREZ (Y 5)
por Rafael
Franquelo
Como un fantasma
aparece Perico Socorro, llenando cacharros, "una hilera de veintitrés cacharros",
para que no falte el "agüita en los bidones de su casa ni en los de su
amor eterno"... Perico Socorro, sombra viva y latido mexicano en el
"santoral" de Ramírez. (pág. 82).
Metodio Alcántara
el Escondido, uno de los ejes de la novela, aparece descrito como un muerto
viviente, sin saber caminar -como si temiera pisar huevos o vidrios rotos-,
calvo, deslumbrado, "salía pareciendo un conejillo encogido" (pág.
83).
Razón tenía Metodio
para no creerse la suerte de estar vivo y poder salir a la calle. Razón tenía
Metodio para insistir en mantenerse oculto en su escondite.
"Le resultaba
imposible creer que los mismos que botaron a sus hermanos y amigos a la Sima lo
dejarían vivo a él, no podía creérselo, no le cabía en la cabeza". (pág.
84).
"Sólamente
consiguió sacarle de su escondrijo la pasión inocente que le inundó arrasadora
hacia Eloisita Peralta, la viuda de don Lucio Falcón. Entre otras
consideraciones no olvidaba Eloisita Peralta la imprevista hazaña de Metodio
Alcántara el Escondido la noche del velorio en mi casa, todos dormidos menos
yo, que lo presencié completo y que luego contaría cuando preguntaron"...
..."Entró de
puntillas, encorvado. Se acercó al féretro, destapó con sigilo, apartó el
pañuelo que cubría la cara al muerto, estuvo un ratito contemplándolo, como
incrédulo.
"Luego acercó
el banquito del abuelo Ignacio Perpetuo y se subió con mucho cuidadito a él, de
espaldas al féretro, con mucho cuidadito, firme en el equilibrio, ya sería la
medianoche, todas tres dormían, yo no y a causa de lo mío, insomne.
"Se bajó los
pantalones del pijama naranja, no llevaba calzoncillos, venía preparado con la
intención. Y soltó una cagada grande, una cagada de ocasión en el rostro a don
Lucio Falcón cadáver, una cagada de vientre flojo, de vientre mal alimentado,
casi diarrea y muy apestosa a perro podrido." (págs. 85-86).
*
¿Por qué Ramírez
llega al clímax de su novela -y casi matemáticamente a la mitad del libro- con
la defecación de Metodio Alcántara?
No era nada
novedoso en su obra, para citar sólamente un ejemplo mencionemos el cuento
"EL POETA SE ALIMENTA DE CARROÑA Y DEFECA FLORES" (1973)...
Pero en "NOS
DEJARON EL MUERTO", novela de madurez, "la defecación" no es
mera anécdota, ni el resultado inconsciente de un texto al azar. La
"defecación" de Metodio Alcántara es mucho más que una
"venganza" o "acto de justicia" del personaje.
La
"defecación" deviene en el último estadio de lo que Evodio Escalante define como literatura del
"lado moridor" en su magnífico estudio de interpretación sobre la
obra del mexicano José Revueltas. Es lo Evodio Escalante que llamará "La
defecación universal":
"Aquí lo que se ha hecho es tratar
de rastrear el movimiento de los flujos, sus inmersiones en lo degradado y
marginal, antes que proponer el dogma de una semántica o adherirse a una
escuela de interpretación. Son estos movimientos hacia abajo y hacia las
orillas los que han conducido esta lectura a los cuerpos baldados y los
procesoso de animalización, y los que ahora empujan el análisis hacia lo
excremental y sus conexioens, última etapa del recorrido de los flujos."
(Evodio Escalante: "JOSÉ REVUELTAS. UNA LITERATURA DEL "LADO
MORIDOR" "México, 1979. pág. 91)
*
Otra de las
pasiones de V. R. es el "fútbol"... lo que deparará no pocas críticas
y disgustos. El "fútbol" aparece bajo dos vertientes. En "NOS
DEJARON EL MUERTO" será como juego de "chapas". En otros cuentos
y novelas, como el deporte que todos conocemos. A veces deja entrever sus
amores por la U. D. Las Palmas...
"nos dio
cierto reparo tener que jugar allí con el señor difunto aquel en la cama.
"Pero si no
jugábamos perdería yo los dos puntos y Pablo Montelongo se hubiera despegado
bastante en la clasificación. Mi madre tuvo que subir por unas cosas al
Llanito, nos recomendó que respetásemos la presencia del señor cadáver.
"Yo había
pedido, casi suplicado, a Pablo Montelongo que aplazáramos el encuentro y se
negó, que lo fuéramos a jugar a otro sitio y se negó. "Es el
reglamento", dijo. "Si no se juega aquí, pierdes los puntos",
repetía sin dejar de mirar hacia la cama, donde yacía cubierto por un sábana el
cadáver de don Lucio Falcón." (pág. 105).
*
Pablo Montelongo achacaría la derrota
"por goleada" a la presencia del muerto, "pues a cada momento levantaba
la vista hacia la cama", que le despistaría por completo.
Y su "curiosidad" o su
"fama de pajear" le llevan al "antojo de ver la cuca" al
muerto, pese al susto natural del amigo:
"Era pequeña la cuca de don Lucio
Falcón, encogida, arrugada, yo estaba asombrado, Pablo Montelongo parecía
divertido y la tomó entres sus dedos. "Le está tocando una paja al
muerto", dijo excitado Lile Palangana. "No seas loco, Pablito",
yo no podía creerlo.
"Mira como se le endereza",
bromeaba Pablo Montelongo, que tenía fama de pajear a los muchachones del
barrio a cambio de una peseta. Le suplicaba yo que lo dejase, que bajara ya de
la cama, podría aparecer mi madre en cualquier momento." (págs. 126-127).
*
Como si V. R. tratase de mezclar en una
coctelera "los trayectos de la degradación", sigo con Evodio
Escalante, nos hace del Pablo Montelongo, masturbador de a peseta, el
clasificador de "cucas" ("parece una lombriz de cochino")
que a renglón seguido de salir del cuartel se mete a "Policía
armada",para destacar en "el abuso":
"algunos lisiados le deben su
estropicio, aprendió artes marciales desde pollillo, buscaba la pendencia que
podía ganar, a mí parecía respetarme algo seguramente a causa de lo mío,
incluso en una ocación me invitó a cerveza y ensaladilla abajo en la plaza, iba
de uniforme y ya tenía bastante barriga." (pág. 130).
"Con el dinero" que el
difunto tenía en los bolsillos y en la cartera, además del "emboste de
chocolate con churros", viuda e hijas se fueron "a ver una película
de Jorge Negrete", película que verían "dos veces" para
deleitarse con las canciones de Negrete y el "trío Calaveras"...
(pág. 113).
*
Para Ignacio Perpetuo nadie pudo hacer
mejor homenaje que Borito Perera (recordemos que éste es un personaje real,
amigo del autor)... homenaje póstumo al saber de su fallecimiento:
"Los gallos son para los hombres
cabales, allí los machangos no duran. Por eso merecen respeto los gallos. Allí
dice uno: mil al colorado. Y contesta otro: van esas mil. Y santa palabra,
quien pierde paga. Si alguno se cree listo y apuesta y pierde y ahueca el ala
para no pagar, ése no pisa más la gallera, lo digo yo. En la gallera sólamente
se encuentran hombres cabales, hombres de una sola palabra, allí no aguantan
los machangos, no es sitio para ellos"... (pág. 145).
La única hermana de Borito, Valeriana
Perera (ésa sí que es inventada, pues Borito Perera no tiene hermanas),
desataría uno de los amores mejor contados y más lindos de la novela y que
haría casi "perder la razón" de su enamorado, el mentado ya Perico
Socorro:
"Jamás supe de amor tan cariñoso
como el que se tenían Perico Socorro y la melancólica Valeriana Perera... Y no
se me olvida la vez en que Ramoncita, la madre de la frágil Valeriana, arrojó
su muleta a Perico Socorro, que con la mejor intención había llevado serenata a
su amada un crepúsculo de octubre. Recuerdo que cantaba el rengo Julián
Menéndez y que tocaba la guitarra y la armónica Pepe el de Lola, nuevo en el
barrio. Recuerdo que cantaba la canción Cuatro Caminos, ésa que decía "Es
imposible que yo me vaya, es imposible que yo te olvide, por donde quiera que
voy te miro, si ando con otra por ti suspiro"." (pág. 145).
Málaga, verano de
1986.
(*) Este estudio-aproximación a la novela
"NOS DEJARON EL MUERTO" fue leído como ponencia en el Ateneo de La
Laguna cuando el Primer Congreso de Cultura Canaria.
Repito que las citas corresponden a la
primera edición de la novela y que ya va por cuatro ediciones corregidas y
aumentadas.
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