RUIDO DE SABLES EN LOS BALCONES
DAVID TORRES
Dije hace un par de
semanas, cuando la cuarentena acababa de empezar, que eso de salir a aplaudir
desde ventanas y balcones a los sanitarios que se juegan la vida en condiciones
tercermundistas en nuestros hospitales está muy bien, pero que sería mucho
mejor no volver a votar a quienes recortaron el gasto social siguiendo los
principios neoliberales y desmontaron la sanidad pública española en beneficio
de sus amiguetes. Era una obviedad que repitió mucha gente desde otros muchos
sitios, con datos y cifras en la mano, y la prueba de que el desastre de esa
gestión no tenía vuelta de hoja es que el PP ha salido a desmentirlo con unos
gráficos muy apañados en los que intentan demostrar cómo al levantar doce
hospitales durante una década consiguieron que en la Comunidad de Madrid
hubiese menos camas. Con la derecha el dinero ni se crea ni se destruye, sólo
cambia de manos.
Hablando de manos y
de aplausos, parece que la gente no se cansa de salir a aplaudir cada día a las
ocho de la tarde, a pesar de la reedición del invierno que nos ha caído encima.
Lo malo es que algunos, como un imbécil que sufro enfrente de mi casa,
aprovecha para cascarse una hora y media de música de discoteca a todo volumen,
olvidando que mucha gente, aparte de tener buen gusto, preferiría descansar a
esa hora, sobre todo médicos y enfermeros que regresan a casa tras una jornada
agotadora, y también los enfermos enclaustrados que tienen que sumar a las
molestias de la fiebre, el ahogo y la tos, la barbarie de unos decibelios que
hacen temblar las paredes. Me resultaría igual de irritante si el imbécil de
enfrente en lugar del Resistiré en bakalao colocara una ópera de Wagner o un
concierto de King Crimson. Hay vecinos que organizan bingos a grito pelado,
otros que juegan al veo veo y otros que dan clases de pilates desde la terraza
pero, la verdad, con el coronavirus ya tenemos bastante.
Lo de que la España
de los balcones iba a acabar mal se veía venir desde que Santiago Abascal se asomó
a uno disfrazado de comandante de los tercios a ver si el sol se seguía
poniendo en Flandes. Sabemos cuánto cariño nos tienen en el norte de Europa, lo
comprobamos la semana pasada al ver lo que podemos esperar de la UE,
especialmente de Alemania y de Holanda, países especialistas ambos en lavarse
las manos, aunque habíamos comprobado de sobra su talante humanitario durante
la crisis griega y también muchos años antes, en la guerra de los Balcanes:
mientras cientos de miles de personas se mataban ellos imitaban sutilmente a
Pilatos.
Hasta hace tres
minutos la derecha rugía ante la incompetencia de Sánchez al proclamar
demasiado tarde el estado de confinamiento, pero esta semana Pablo Casado ha
decidido que la economía es más importante que la salud de esos trabajadores
que la arriesgan diariamente al salir a la calle. Qué sabrán los científicos
del Imperial College de Londres, quienes aseguran que las medidas de prevención
del gobierno español han salvado 16.000 vidas, si ni siquiera tienen un máster en
Aravaca.
Por eso, la última
propuesta de Vox para gestionar la pandemia consiste en pedir la dimisión en
bloque del gobierno y la subida al poder de un gabinete militar de emergencia,
una técnica de salvar a la patria que llevan pregonando desde el golpe de
estado de 1936. La foto que ha circulado estos días de Abascal sentado en su
despacho, sin teléfono ni ordenador, flanqueado por un Cristo de escayola, una
bandera española, un bote de pimentón y varios mapas escolares da una idea de
por dónde iban a andar los tiros. Votarlos es la forma más segura de hacer
balconing.
No hay comentarios:
Publicar un comentario