INMORTAL ROBINSON
JAVIER DIVISA
“Mi familia, mi
madre y mis hijos, piensan que soy anti inglés. Mi madre fue la mujer más
graciosa que yo conocí nunca. Tras un año en España, recuerdo haberle dicho:
Oye, mamá, ¿tú no tendrías algo con un español, no?”.
Ha muerto Michael
Robinson. Duele comprobar que el mundo es un lugar mucho peor con esta noticia,
que es menos humano y menos divertido, que un inglés de Cádiz no se ve todos
los días. Aquellos ojos de niño descubriéndolo todo, aquella voz magnética y desmañada
de spanglish que jamás dejó de narrar el fútbol como si fuera la vida, a veces
como un niño encerrado en el cuerpo de un hombre. Un chaval hombre que
transmitía el fútbol como nadie.
Pero Michael
Robinson no solo era todo eso, y además es sabido que no es la muerte un
momento para subestimar figuras. Por tanto –al César lo que es del César–, tan
entrañable como explosivo, tan afectuoso como electrizante, fue un profesional
brutal. Un monstruo de la comunicación. Un tsunami, sin pretender serlo. Puro
charme. Nadie contaba las historias de los partidos y los enlaces del fútbol a
la vida como él, con Pamplona, con Cádiz, con Inglaterra, y casi estábamos
esperando que silenciaran sus compañeros Carlos Martínez y Maldini para que
hablara él. Porque teníamos ganas de reírnos, y con Michael nos íbamos a reír.
La muerte, siempre feroz y sorprendente, a veces lo es más, quizá es el caso de
Robinson, porque tal vez era muy difícil imaginarlo parado, ni siquiera
dormido, como si fuera uno de esos tipos que no cumplen años, siempre actuales
y seductores, de los que nada más abrir la boca, y sin quererlo, chapurreando,
son fascinantes y nos están encandilando.
Dice la leyenda que
cuando Robin aterrizó en Pamplona para jugar en el Osasuna, fue a un bar con
sus compañeros y preguntó a cada uno de ellos qué quería tomar, se ofreció a
pedir por todos. “¿Qué vais a querer?”. “Pues yo quiero un hijo de puta”. “Y yo
otro”. “Y yo otro”. Robinson, recién llegado de Inglaterra, se acercó a la
barra y pidió cinco hijos de puta. Es una anécdota bastante graciosa, pero con
una segunda lectura: qué tipo tan buena gente y tan grande sería Michael
Robinson para que nada más llegar lo recibieran vacilándole. Inspiraba eso:
parranda y vida. Cero hijoputez.
Michael Robinson se
nos ha ido. Demasiado pronto. Pero sigue vivo, como todos esos enseres o
personas que han formado parte de nuestra existencia y quedan en nuestra
memoria simplemente porque han estado ahí al lado muchas veces y los conocen de
sobra nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros hijos. Nos queda su
recuerdo, pero sobre todo su entusiasmo. Siempre alegre y verdadero. Siempre
caminando en esa travesía de la risa afectiva y a su vez incontenible, como si
fuera de Cádiz. Inmortal. Gracias por tanto.
“Es un lugar que no
existe. Cuando todo el mundo está preocupado por el capitalismo, estos están
con una cervecita y unas gambitas viviendo la vida. Es un lugar inoculado
contra cualquier virus relacionado con las preocupaciones cotidianas. En España
nos reímos a carcajadas de los demás. Pero reírnos de nosotros mismos nos
cuesta más”.
Michael Robinson
dejó dicho que él no sabía hablar ni español, ni inglés. Pero qué bien habló
toda su vida. Ahora vamos a conectar la tele para verte, como siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario