LOS SILENCIADOS HÉROES EN SILENCIO
FRANCISCO
JAVIER GONZÁLEZ
Hay personas a las
que la vida va dando zarpazos, va arrinconando hasta hacerlos invisibles a los
ojos de los que aún tenemos asideros que consideramos sólidos como trabajo,
salud, familia, hogar… Los más afortunados construyen sus precarias chabolas
donde pasar los días y las noches en la acompañada soledad de parejas
desnutridas, con hijos parcamente alimentados gracias a la diaria comida que le
dan en la escuela los días que acuden; hijos que juegan con camiones hechos con
latas de sardinas o con barcos de cualquier corcho de palmera flotando en la escorrentía del barranco. Otros, menos
afortunados, se cobijan sobre colchones de desecho y mantas mugrientas bajo
cualquier hueco medianamente abrigado del ojo de un puente. Algunos ni eso.
Los he visto por
todos los sitios por donde he pasado en este puñetero mundo supuestamente rico,
culto, desarrollado…y cruel, deshumanizado. En Europa, España incluida, formando poblados enteros cada vez más
abundantes y mayores, donde recalan los que huyen del hambre que la expoliación
o las guerras que este mundo desarrollado ha provocado para su provecho y que
los margina, expulsándolos de su patria de origen. Por ahí están, mesturados
con los nacionales de cada territorio, aquellos a los que oscuras sucesiones de
desventuras terminan arronzando en negros arrifes de desolación.
Los he visto en
Gran Canaria, en el Rincón y la playa del Confital, con chabolas una y otra vez
destruidas y reconstruidas o en Tamaraceite y en las cuarterías sureñas. Los he
visto en mi propia isla, Tenerife, bajo el puente Galcerán, por cuevas de
barrancos, en chabolas precarias junto al Pancho Camurria o en el Parque
Marítimo, verdaderas Ave Fénix, destruidas y reconstruidas una y otra vez. Los
he visto durmiendo en cajeros, en bancos de parque o como obligados ocupas de
ruinosos abandonos de lo que un día fueran fábricas activas como la de Celgan o
viviendas vivas de El Toscal. Los he visto por Arona al margen de las
turísticas urbanizaciones y por las laderas de Guaza. Los he visto aquí mismo, en mi rincón gomero,
durmiendo entre tarajales al borde de la playa como un pobre anciano alemán
que, antes del confinamiento, se sentaba plácidamente, envuelto en su propia
mugre, ofertando en silencio unas tarjetas iluminadas a color a algún
transeúnte caritativo.
¿Dónde, habrá
“confinado” a estos parias de la tierra nuestra sociedad implacablemente
competitiva? ¿Dónde estará recluida
ahora Yurena con sus 2 niñas, a la que que hace unos años, en uno de tantos
derribos de las chabolas del Pancho Camurria, arrasaron con la suya, sin aviso
y sin dejarle recuperar sus magros enseres y que, trabajando por 400 euros para
la empresa “Serunión” en el comedor del Albergue Municipal, fue expulsada de su
trabajo por el terrible delito de “robar 100 gramos de queso gouda de la nevera
y tres panes de 60 gramos” como consta en su despido? ¿Y todos los marginados
del poblado Pancho Camurria? ¿Dónde estará confinado Moisés Kamo “el Morenito”
que vino desde Sierra Leona hace años y sobrevivía de su puestito dominical en
El Rastro chicharrero? ¿Y Lolo y Vanesa, ex drogadictos ya limpios, a los que
el paternal Gobierno de Canarias les arrebató “para ayudarlos” a sus 4 hijos?
¿Desde qué balcón
aplaudirán a los héroes del COVID-19? Para la sociedad de tres comidas al día,
baño y ropa limpia son seres translúcidos, como formados de ectoplasma puro,
que ni siquiera merecen un puesto en los morideros oficiales.
De las dos ciudades más importantes de
Tenerife, el Albergue Municipal de Santa Cruz tiene 96 plazas y el Centro de
Mínima Acogida otras 20, ambas tiempo ha repletas como pulgas en un perro. Se
han habilitado con motivo de la pandemia que padecemos los polideportivos Paco
Álvarez para 30 personas y Quico Cabrera para 25. En La Laguna el Ayuntamiento con
Cruz Roja ha habilitado uno en el anexo a Anchieta I para 22 más. Total techo
para 193 personas en condiciones ínfimas para aguantar una larga cuarentena.
Del resto de municipios no lo sé, pero aún duplicado la cifra de los
capitalinos ¿Qué sucede con los restantes hasta el millar que Caritas estima
que deambulan por la isla?
Aún más preciso,
como ejemplo inmediato: “El Diario.es” recogía antier las declaraciones de José
Miguel Pérez Delgado, un tinerfeño de 43 años, con una experiencia de 8 meses
de vida en precario al margen de una sociedad ciega. Una docena de personas
como él, entre canarios, alemanes, italianos, ingleses y hasta un húngaro
romaní -que si estuviera en su tierra el fascista de Viktor Orbán lo volvería a
expulsar- utilizaban las dependencias
del Aeropuerto Tenerife Sur para sobrevivir, ese que la estulticia de los
medianeros colonizados criollos denominó como “Reina Sofía”, pernoctando bajo
techado y usando discretamente los servicios. Estalla la pandemia y con ella el
cierre del tráfico aéreo con lo que se han visto expulsados de las
instalaciones. José Miguel aún se acoteja porque hay alguna gasolinera que le
permite usar su lavabo. El resto, algunos enfermos, ulcerados, sucios y
hambrientos, son carne propicia para el
puñetero virus.
Declara José Miguel
y copio de El Diario: "nos tratan como apestados" y relata que
reclaman ayuda por parte de alguna institución. Asegura que ni la Cruz Roja ni
el Ayuntamiento de Granadilla les han prestado atención. "A veces la Cruz
Roja ha pasado por aquí y miran para otro lado cuando les pedimos algo de
comer", insiste José Miguel Pérez, al tiempo que acusa de dejadez a la
Corporación local: "una trabajadora social en San Isidro me dijo que
teníamos que llenar unos papeles para ver qué se podía hacer, pero de ninguna
manera han querido acercarse para resolver de verdad nuestro problema".
¿Dónde estarán
disfrutando de su crónica soledad, ahora centuplicada, tantos sobrevivientes de las mareas de la
vida que se ganaban unas perrillas –hoy eurillos- en trabajos a salto de mata
que les permitían, al menos, infravivienda y comida diaria? No lo sé. Eso no
sale en la prensa ni se contabiliza en las estadísticas.
A veces mi esposa y yo, comentándolo en
nuestro confinamiento, nos angustiamos
pensando en Luba, un alemán setentón que hace años que se refugió de la vida
con su perro y su móvil en Valle Gran Rey. Todas las semanas venía en la
primera guagua, casi de madrugada, a la Villa –como los gomeros de nación o de
adopción llamamos a San Sebastián- acompañado del perro, cargado con una
escalera, un cubo y sus aperos de limpieza para dejar transparentemente
brillantes los cristales de quienes se lo encargaban. Así lucían los
escaparates de Modas Cecilia, las cristaleras del Quiosco del Pajarito y otros
negocios villanos. A nuestra casa, con una larga galería con correderas
acristaladas al patio, engorrosas de limpiar, venía cuando le avisábamos. Antes
de las ocho entraba, desayunaba en casa y pasaba a limpiar las cristaleras.
Siempre amable y sonriente, incluso cuando murió su perro, perdió su móvil
y se quedó consigo mismo como única
compañía. Tuvo sus achaques y la vida se le fue endureciendo. Con los recortes
en gastos de la gente, cada vez se le hacía más difícil. Ahora, confinado y
solo, nos preguntamos ¿Cómo sobrevivirá sin el modesto ingreso de su escalera y
sus paños de limpieza?
Nadie de los
desarraigados de la fortuna tiene balcón para aplaudir, aunque los acogidos en
el Albergue chicharrero hasta han sacado a la puerta una pancarta agradeciendo
a los que destaca la prensa como los héroes de la que denominan guerra contra
el virus. No lo tiene Moisés. Ni Lolo y
Vanesa, ni Yurena, ni Grace la “Guiri”, ni José Antonio y Alba, ni José Miguel
que busca una gasolinera para lavarse la cara. Tampoco nadie aplaude por ellos
que son, en verdad los silenciados “Héroes en Silencio”. Luba, con su español
más bien escaso, entenderá que él es un verdadero Héroe en Silencio o, para su
mejor entender, mi amigo Luba es un auténtico
“Stille Helden”.
Francisco Javier
González.
En Gomera,
confinado pero libre, a 4 de abril de 2020.
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