EL PARQUE TEMÁTICO DE
LOS MILLONARIOS
JUAN CARLOS ESCUDIER
Ser rico no está
pagado. Hemingway ya advirtió del estigma que pesaba sobre los acaudalados y lo
que les hacía diferentes del resto: tienen más dinero y, en determinados casos,
los billetes les salen por las orejas. Y eso es una carga pesadísima porque
obliga a luchar contra tópicos del estilo de la riqueza no da la felicidad o
nadie se hace rico trabajando honradamente que, quieras que no, te reconcomen
por dentro. Hay que tener una gran fortaleza y una enorme paz interior para
soportar sin venirte abajo el estatus de millonario, y eso es algo que los
muertos de hambre no somos capaces de apreciar en toda su dimensión.
Vistos así, que es
como hay que verlos, los ricos deberían despertar compasión o, incluso, gozar
de la condición de especie protegida, que es justamente lo que han instaurado
en Madrid los distintos gobiernos del PP, el partido con más sensibilidad ante
el drama de los forrados, ya sean sobrevenidos o de familia. Discretamente, que
es como se hacen las cosas, la Comunidad es hoy un gran parque temático para
los opulentos, que campan a sus anchas sin que nadie les moleste.
¿Cómo han logrado
Esperanza Aguirre y sus sucesores amparar a este cogollo de castigados por el
dinero? Pues bonificándoles al 100% el Impuesto sobre el Patrimonio, con lo que
se ha conseguido, según datos de un informe del Ministerio de Hacienda que
recoge lainformación.com, que 59 de las 83 mayores fortunas de España, aquellas
con bienes superiores a los 100 millones de euros, hayan establecido su
domicilio en la capital, donde tienen el aliciente de ahorrarse de media algo
más de dos millones de euros al año gracias a la generosidad de los dirigentes
populares. De Madrid al cielo y un agujerito fiscal para seguir viéndolo.
Madrid es su
refugio, el mejor sitio del mundo para el relaxing cup of café con leche in
Plaza Mayor, o sea, Jauja. La prueba es que de las 22 personas que tuvieron la
desgracia de sumarse en los últimos tiempos al grupo de los ultrarricos, 21 lo
hicieron desde esta Comunidad, proporción que también se cumple a un nivel algo
menor entre los ricos de menor postín. ¿Que qué supone esto para las arcas
madrileñas? Pues dejar de ingresar algo más de 800 millones de euros al año,
pero es que aquí lo importante no es el dinero sino el bienestar de estos
compatriotas que, por fin, han encontrado un lugar que pueden llamar suyo en
todos los sentidos, especialmente en el literal.
Como no podía ser
de otra forma, porque la envidia es la enfermedad nacional, la llamada
excepción madrileña o, si se prefiere, el Rich Park diseñado por el PP como su
gran contribución al medio ambiente, tiene muy soliviantadas al resto de
comunidades, que hablan de cosas muy feas como dumping fiscal, pozo negro y
otras lindezas. En resumen, que les parece muy mal que las dos terceras partes
de lo que debería recaudarse como imposición a la riqueza se quede en los
bolsillos de los grandes patrimonios como manera de compensar todos sus
padecimientos. Algunos territorios han tenido la buena idea de imitar a Madrid
y otros han lanzado contra ellos a sus despiadadas jaurías de inspectores para
detener esta fuga de los ricos hacia el centro peninsular, al menos
fiscalmente.
Se alega desde las
praderas de San Isidro que lo que se deja de recaudar por esta inmensa obra de
caridad retorna a la economía por vías indirectas, pero es que no estamos
hablando de ese vil metal que podría utilizarse para construir escuelas,
guarderías, hospitales o bibliotecas, que de todo eso ya vamos sobrados. Aquí
de lo que se trata es de tener o no humanidad y a los gobernantes de Madrid,
procedentes muchos de ellos de la charca de ranas de doña Esperanza, no les
cabe el corazón en el pecho.
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